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Relatos alicantinos para tiempos extraños

Todo era marzo, una compilación de catorce cuentos que, con el telón de fondo de la actual situación mundial, despliegan la calidad de su prosa al servicio de fines benéficos

La portada es una obra de Susana Guerrero.

Son tiempos de incertidumbre y de extrañeza sobrevenida los que nos han tocado vivir, donde acusamos la falta de perspectiva histórica que nos ayude a digerir los acontecimientos. Y mientras tanto, a la espera de la explicación del paso del tiempo, en qué sitio mejor podemos buscar las claves del mundo que nos rodea que en la buena literatura regada con un toque local, cercano, tocado de situaciones vividas e imbuido al tiempo de la perplejidad de una situación todavía nueva de la que nos sentimos incapaces de dilucidar cuál será su cauce venidero.

En este sentido, Todo era marzo y otros relatos recoge catorce piezas de narrativa breve que nos muestran, de formas muy variadas, y ahí reside su riqueza, la multiplicidad de miradas a una realidad que funciona como pretexto, como subtexto latente y como hilo conductor extraliterario. Es estimulante adivinar qué mirada y qué perspectiva habrá elegido cada uno de los autores y cómo habrán redondeado cada situación con el sello de su personalidad, confiando en la calidad contrastada que destila su prosa. Son relatos en los que subyace, de forma explícita o de soslayo, el statu quo actual de la pandemia, con vidas que transcurrían apaciblemente hasta que irrumpe un lapso temporal indeterminado que trastoca la rutina imperante de todos ellos. Una obra de actualidad editada y coordinada por los escritores alicantinos Paco Sanguino y Martín Sanz que cuenta con autores que han participado desinteresadamente y cuyos fondos irán destinados a que la entidad Alicante Gastronómica Solidaria pueda preparar menús para familias afectadas.

La obra nos ofrece una mirada de temas singulares filtrados por esta nueva realidad, como la soledad de los ancianos, ya de por sí palpable a nuestro alrededor pero reforzada aún más en esta nueva situación en la que los mayores no salen de su casa por la amenaza de contagio; tal es el caso de Lucy, la anciana del relato de la dramaturga Lola Blasco. Pero también hay espacio para historias de amor como la de Mateo Darrán, que muestra el idilio incipiente de dos personas que apenas se conocen y se ven arrojadas a la convivencia forzosa, dadas las circunstancias, con la promesa de un futuro juntos que puede leerse como metáfora de un futuro libre al fin del corsé de la pandemia. O la historia de amor epistolar, tamizada por el paso del tiempo, entre dos amores de juventud a los que la enfermedad del virus jugará una mala pasada final, como en Donde nada oscurece, de Jose Luis Ferris.

Otra historia de amor especialmente conmovedora es la del relato de Lliris Picó, que protagoniza una mujer con una vida doblemente truncada por la muerte de su marido y por la pandemia, que la deja luchando por el cuidado de sus hijos en medio de la precariedad económica acrecentada por las circunstancias adversas; así como la añoranza de tiempos pasados, de reunión cálida y de contacto social. Porque el confinamiento lleva aparejado su contrario, la libertad anhelada. Libertad que actúa como eje de carácter de la protagonista femenina del relato de Carles Cortés que, como tantos otros, se ve impelida al encierro ineludible y experimentará de forma acuciante la posterior nostalgia de la libertad perdida; unida a la angustia de la inacción y la obsesión por el tiempo perdido. Una urgencia terrible de aprovechamiento que devendrá en obsesión y locura.

El tiempo que pasa es una variable constante en muchos relatos, a lo mejor por el ansia de perspectiva a la que aludíamos; o en otros casos desde el recuerdo de la presencia del virus en el pasado, como en el relato de Luis Leante, narrado en clave de retrospección de los acontecimientos, en un encierro casi delirante de sus personajes o, más bien, encierro elegido dentro del encierro impuesto, y prolongado absurdamente. O el tiempo que es también casi una presencia física en la historia amorosa de las dos personas que envejecen juntas del relato de Paco Sanguino, enclaustradas en un piso de reducidas dimensiones que cobra vida en medio, una vez más, del delirio cuasi irreal en un relato con tintes de realismo mágico. Y de nuevo el tiempo que se desliza de forma irregular en el quirófano en el que se encuentra el protagonista convaleciente de la narración de Juan Carlos de Manuel, arrastrado por la premura de los acontecimientos y los pensamientos de que rebosa su mente en forma de torbellino, casi como ráfagas en un estado de semiinsconsciencia producto de la enfermedad.

La crítica social también está presente en muchas de las narraciones, y tiene un papel relevante en la narración de Elia Barceló, que escoge un escenario futurista y distópico como marco para confrontar dos visiones sobre el futuro de nuestra sociedad, una esperanzada y otra descreída, en boca de dos visitantes de fuera de nuestro planeta —en un claro guiño a La invasión de los ladrones de cuerpos— que ejercen de observadores y expresan, por medio de una crítica social finísima, los males de nuestra sociedad presente. Crítica social también desplegada en el relato de Chus Sánchez, que se pone en la piel de una cajera de supermercado con una jornada extenuante en la que se verá obligada a tratar con la tensión subrepticia, la irascibilidad y los temores de los que van a comprar bajo el auspicio de las nuevas circunstancias. O una cuestión de fondo, también de interés social, como es el acoso escolar, en el retrato que hace Pepa Navarro de un niño que, tras el paréntesis del confinamiento que irrumpe en su vida, ha de volver a encontrarse con una difícil situación escolar y el pánico que ésta le genera.

Todo era marzo y otros relatos también nos ofrece la posibilidad de echar la vista atrás y obtener la visión genuinamente alicantina de reminiscencia de otras plagas acaecidas por estos lares de la mano de la pluma de Gerardo Muñoz o degustar la realidad alicantina de Tabarca en un relato, el de Pedro Nuño de la Rosa que, bajo la forma de un encargo periodístico sobre la situación en la isla, creará una estructura de relato dentro del relato, y se moverá entre la leyenda y la mitología y la línea que separa realidad e irrealidad. De igual modo podemos refugiarnos en la nostalgia que nos produce la visión de la ciudad cambiada bajo el manto de la situación sobrevenida que describe Mariano Sánchez Soler.

Al fin, son relatos impregnados de la sorpresa y el pasmo a los que dejó paso la sensación de fuerte irrealidad inicial, que subrayan la extrañeza de la mascarilla, las restricciones de movimiento, la nostalgia de los abrazos, la pelambre que crece sin cortapisas, la querencia por la débil libertad de los balcones, la distancia cauta recomendada, la sospecha y la reticencia, los tristes fallecimientos aumentados, la sensación de encierro sobreimpuesto, los aplausos rituales y, en definitiva, los múltiples contratiempos y la duda que genera una situación sin precedentes próximos en el tiempo. Una nueva situación a la que no nos hemos acostumbrado, y en la que nos movemos en una especie de trance, como la chica protagonista de la historia de Mateo Darrán que se aferra a rutinas y rituales a veces absurdos; aunque en lugares como en esta obra podemos empezar a buscar las respuestas.

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