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La Viena de los bajos fondos

Elia Barceló

Elia Barceló (Elda, 1957) es una escritora de éxito, de eso no cabe ninguna duda. Es una escritora consagrada, con numerosos libros publicados —con incursiones también en la literatura juvenil—, que ha vendido muchos ejemplares; de hecho hace tres años que dejó su puesto en la Universidad de Innsbruck, donde reside, para dedicarse a escribir. ¿Sería posible creer que esto está reñido con la valía que se le supone como escritora? ¿Los ejemplares vendidos reafirman su talento, y de ahí su venta tan abultada, o por el contrario, son un indicativo de que sus obras son de consumo fácil y de estilo ramplón, como suele sostener en estos casos la gente purista y prejuiciosa? «Y es sabido que el fracaso es más estético que el éxito», apuntaba Manuel Vicent al valorar el exiguo reconocimiento que a su juicio cosechó Blasco Ibáñez, cuya apreciación como escritor pareció andar reñida con sus elevadas cifras de ventas. O como expresó con rotundidad Cabrera Infante al referirse al género rosa, tan denostado: «Ha sido la envidia de los escritores, que no tienen la audiencia de las novelas rosas, la que ha condenado al ostracismo a este género de la literatura».

Ciertamente La noche de plata está en las antípodas de la novela rosa. Se inserta en la corriente negra, que es dura, violenta, llena de alcohol, dolor y ambientes degradados. Y, desde luego, debemos acercarnos a ella apartando cualquier tipo de prejuicio y dejando que sobresalga la voluntad genuina de entretenimiento, la «sed de ficción» a la que aludía Daniel Pennac; de esta manera podremos acariciar su mayor virtud: la posibilidad de una lectura terriblemente fluida y absorbente fruto de la multiplicidad de tramas que encajan a la perfección y dan como resultado una intriga sostenida por una arquitectura firme de acciones enlazadas. Todo ello, claro está, de la mano de una narrativa ágil, de acciones, de ritmo rápido, al servicio de la peripecia, con flashes que van redondeando la trama. Como el calificativo gripping que acompaña a toda novela pulp que se precie, esto es, que agarra, que no te suelta, que es arrebatador. Es efectiva —y eso no es decir cualquier cosa— en el sentido de que cumple en términos de narrativa con la distribución adecuada de la peripecia argumental e imbrica muy bien las acciones y sus subtramas para que deseemos seguir leyendo.

La noche de plata

La noche de plata

En este sentido, frente a la mezcla de géneros de otras novelas anteriores de Elia Barceló, tan versátiles como la autora misma —por ejemplo la simbiosis de fantasía, crimen y ciencia-ficción de Las largas sombras (Ámbar, 2009), u otras novelas híbridas como El vuelo del Hipogrifo (Lengua de Trapo, 2002)—, esta es una novela policíaca mucho más negra en el sentido canónico del término; si bien trasciende este corsé genérico para desplegar una novela de personajes muy bien dibujados en el que la protagonista absoluta es Carola Rey, policía especialista en homicidios en el ocaso de su vida laboral que arrastra consigo cuestiones dolorosas relacionadas con casos traumáticos a los que se enfrentó en su trabajo, así como la pérdida de su hija en el pasado, y por todo esto decide darse un respiro e irse de excedencia a Viena en un momento en el que están saliendo a la luz unos cadáveres de niños enterrados en un jardín veintiséis años atrás y a cuya investigación se aferrará, en un intento desesperado por exorcizar el peso de la desaparición de su propia hija. Un personaje crepuscular con la mirada tamizada por el paso del tiempo; que echa la vista atrás y reflexiona sobre lo que ha sido su vida, y sobre la vejez misma. Un personaje femenino un punto suspicaz, reservado, con un hálito de desencanto pero que conserva la fuerza y el carácter de sus días pasados. Un carácter muy bien definido, sensible y comprometido, cuya vida sin embargo acusa los embates pasados que le han dejado el rescoldo de un dolor acerado, esclerotizado en su ser, casi palpable, y una furia airada ante las corrupciones. Un dolor que le acompaña y con el que ha aprendido a convivir incorporando la rotura interior y dignificándola, como en el kintsugi japonés. De fondo fuerte, vigoroso e independiente, se refugia en su trabajo, y celebra la libertad de la que es dueña casi tanto como se resiente de la soledad en la que vive, como refleja muy bien Piano Man, de Billy Joel, que suena en el pub adonde ella va una noche: «They’re sharing a drink that’s called loneliness, but it’s better than drinking alone».

Personaje capital, el de Carola Rey, al que rodean otros: Wolf, antiguo amigo y colega de Homicidios en Viena que intenta ayudarla y acercarse a ella; su hijo y su novia, con el que tendrá un desafortunado encuentro que le servirá para lamentarse por el distanciamiento de un hijo al que ya no conoce como antes; su ex marido y su mujer, convertido este ya en un escritor de éxito y su mujer en un fantoche interesado en sacar rédito del dolor ajeno; y, por último, la figura cautivadora y carismática del dueño de la casa donde residirá Carola y que acabará cobrando una relevancia fundamental para la trama, además de unas perlas como macguffin argumental.

Y cómo no, Viena: «ciudad de hueso» con su majestuosidad neoclásica de tonos marfil, terriblemente fría y cubierta de nieve. No es una elección casual, Elia Barceló mencionó en una entrevista que «estaría muy bien que los que escribimos contribuyésemos a generar una suerte de tradición de novela europea y europeísta. Me refiero a que se ambienten o sucedan en lugares no anglosajones». Una Viena imperial en la que afloran las corrupciones del alma, la podredumbre de las altas esferas, el dinero sucio y la abyección y la mezquindad sin cortapisas. Como la imagen estremecedora que se evoca en la novela de los narcisos que crecen plantados sobre el cadáver de un niño enterrado, en una mezcla imposible de sordidez y pureza, metáfora del envilecimiento que aflora tras la apariencia inmaculada. Envilecimiento que el Krampus que se pasea por Viena en Navidad podría muy bien representar; criatura diabólica del folclore alpino, siniestra e inquietante. Al fin, una novela que pone la mirada sobre los traumas ensoñados y terroríficos que pueden dificultar una vida plena, como le sucede al personaje de Irena (Simone Simon) en una película que la novela menciona de soslayo: Cat People (Jacques Tourneur, 1942). Traumas que hay que buscar la manera de exorcizar.

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