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Una historia de cárceles

Manuel Avilés narra en De prisiones, putas y pistolas su experiencia en Fontcalent y Nanclares de la Oca, centro que dirigió cuando se fraguó el principio del fin de ETA

Antigua prisión deNanclares de la Oca.

En diciembre de 1991, mientras la banda terrorista ETA proyectaba una imagen monolítica y de unión entre sus miembros, dos etarras, Isidro Echávez y Jon Urrutia, se atrevieron a levantar la voz rompiendo los esquemas a los dirigentes del grupo armado. A partir de ahí, se fueron sumando otros arrepentidos, resquebrajando una estructura que aparentaba ser sólida pero que empezaba a ver cómo temblaban sus cimientos, en la que fue llamada Vía Nanclares.

Eso ocurrió en la antigua prisión de Nanclares de la Oca, en Álava, cuando Manuel Avilés, granadino afincado en Alicante, era director, tras haber pasado antes por la antigua cárcel alicantina de Benalúa, la de Cartagena y la de Fontcalent, y llegar a la prisión alavés «con mi ropa, una lavadora cargada en el coche y un jamón». Decir que él fue quien grabó a Echávez y Urrutia las conversaciones que mantenían con sus familias, que supusieron el principio del fin de ETA, le coloca en un lugar estratégico y también fundamental en la historia.

Ese también fue el inicio de una vida complicada. A partir de entonces, se convirtió en objetivo de la banda terrorista y vivió varios años con escolta. Incluso cuando venía los fines de semana a Alicante para ver a su novia.

Esa experiencia personal y los entresijos del fin de la banda armada los ha recogido en De prisiones, putas y pistolas (Éditorial Alrevés, colección Sin Ficción), una novela histórica «con mucha más historia que novela», asegura Avilés, que se considera «un funcionario ya jubilado» que no busca «ningún protagonismo».

Dice que no ha escrito este libro «para alabar a nadie, ni a mí mismo». Con tres excepciones: Antonio Asunción, Isidro Echávez y Jon Urrutia. «Antonio Asunción (el que fuera secretario general de Asuntos Penitenciarios y ministro del Interior) fue un genio diseñando estrategias contra ETA porque fue el primero en implicar a los centros como camino para luchar contra la banda, a través de la dispersión de presos». Las cárceles «no eran un almacén con etarras aburridos; él vio que era un colectivo con el que se podía trabajar y lo hizo».

Manuel Avilés, a la izquierda, junto a Antonio Asunción. Información

Fue Asunción, de hecho, el «culpable» de este libro, afirma. «Me engañó para llevarme a Nanclares, pero luego nos hicimos grandísimos amigos y antes de morir me pidió por favor que escribiera todo lo que pasó porque es la historia de España; como no soy historiador no puedo escribir un libro de historia, pero como sí soy escritor pues he hecho este libro».

También muestra su reconocimiento a Echávez y Urrutia. «Eran etarras condenados por atentados, pero fueron los primeros que mostraron su desacuerdo cuando mataron a Fabio Moreno, hijo de un guardia civil, en cuyo coche pusieron una bomba lapa, y con el atentado en el que resultó malherida Irene Villa».

Entonces Avilés, que ha publicado ya seis ensayos y cinco novelas, era director del centro penitenciario de Nanclares. «Yo grabé las conversaciones y las pasé al ministerio que hizo lo que consideró. Y lo hice porque sabía que en algún momento sonaría la flauta. Cuando ocurrió lo de Irene Villa yo no vi nunca cara festiva entre los etarras, y había entre 40 y 50, lo que vi era gente que miraba al suelo, en silencio, no lo celebraban como se decía», destaca el también exasesor ejecutivo de la Secretaría de Estado del Ministerio de Justicia e Interior.

«Fue una época durísima, se la doy a quien la quiera», asegura tras haber sido amenazado por la banda terrorista en 1993. Así lo recogieron las grabaciones realizadas en Alcalá Meco a los terroristas Iñaki de Juana Chaos, Esteban Nieto y Joseba Artola Ibarretxe, en conversaciones con sus abogados Txemi Gorostiza y Arantza Zulueta. «Dijeron que lo que estaba ocurriendo se solucionaba muy fácil, con un ekintza (atentado en euskera) al director de Nanclares y ya está. Y ese era yo». Ahora, dice, «todo ha cambiado, ETA está muerta».

En su trayectoria asegura haber hablado con más de 500 etarras y al final «reconocían» que en el siglo XXI en Europa «no tenía sentido una organización que reivindicara cosas a tiros». Tal como recoge en el libro, con prólogo de Marta Robles que dirige la colección Sin Ficción, «Nanclares fue un fermento que se extendió por otras cárceles porque, como decía Asunción, los presos de ETA eran rehenes de su propia organización, funcionaba como una secta, pero estos hombres se atrevieron a pensar por sí mismos».

Si algo aporta el libro, «que he escrito para cumplir con mi palabra», es «conocimiento de unos hechos concretos que fueron importantes en el desmantelamiento de la organización terrorista».

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