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Desliando la maraña del misterio

El autor oriolano Julio Calvet Botella nos ofrece Volver a ninguna parte, una intriga detectivesca con inspiración en la fábula de la tejedora Aracne representada en Las hilanderas de Velázquez

El magistrado y escritor oriolano Jaulio Calvet Botella. información

Julio Calvet Botella (Orihuela, 1946) es un viejo conocido del mundo de las leyes. Magistrado de profesión, siente además una querencia entusiasta por la literatura y la creación literaria, a la que ha dado salida con obras ensayísticas y también de poesía y narrativa. En este sentido, su obra trasluce particularmente su fascinación por la literatura de nuestros Siglos de Oro, su Arcadia particular, que permea por ejemplo su última novela El camino, un cuento peregrino; un curioso relato de aventuras moteado por apariciones de escritores auriseculares imprescindibles en nuestra tradición literaria, e incluso pictóricos, como Velázquez —cuya obra Las hilanderas tendrá un papel fundamental en esta obra que nos ocupa—. Así como la veneración que profesa a Don Quijote de la Mancha, personaje en su obra Miscelánea en el otoño y motivo central de Don Quijote y la justicia o la justicia en Don Quijote, cúmulo y conjunción de sus dos pasiones, la literaria y la jurídica; o su análisis de la figura del pícaro, epítome literario renacentista que evoca en Los pícaros en la España del Siglo de Oro. Como es bien sabido, el único buen escritor posible es aquel conocedor de la tradición literaria; aquel que en algún momento se acercó a obras y autores con la actitud devota del aprendiz y la dulce efervescencia de su admiración le condujo a vislumbrar un horizonte de creación propio.

Volver a ninguna parte es «un cuento misterioso». Julio Calvet gusta de subtitular sus obras, como si quisiera avisar al lector de que le está ofreciendo pequeñas piezas de entretenimiento, jugando con las posibilidades de género. Su anterior novela era «un cuento peregrino» en el sentido del peregrinaje que trae consigo aventuras; y este es un «cuento misterioso», nombrado así con el objeto de que nadie se llame a engaño a la hora de ser plenamente consciente de que se nos está obsequiando con un rato de puro solaz, ya que cualquier misterio deviene por necesidad en un reto para el lector que deberá desentrañarlo. Y ciertamente así es en el caso de Volver a ninguna parte, relato enigmático e intrigante que avanza con fluidez y cuya historia poco a poco se irá clarificando. El hilo argumental parte del encargo que se le hace al protagonista de nombre Manuel González, un detective seductor, fascinado por la vida en ebullición de Madrid, con cierta traza burguesa, de vestimenta cuidada —imprescindible gabardina— por parte de un siniestro señor que le pide que busque a una joven desaparecida que ha conocido en un club de alterne. A partir de ahí, como dictan las convenciones del género, se sumergirá en turbios ambientes nocturnos y se relacionará con mujeres imponentes que ofrecen una realidad que no será la que parece.

Tenemos, por tanto, como eje central la figura del detective de regusto negro tan típicamente literaria y cinematográfica cuyos referentes nos vienen irremisiblemente a la cabeza, conjugadas todas ellas bajo la forma del eterno Bogart, y a los que el autor alude en un guiño en su relato: «Vamos, Manuel, que te has creído que eres una especie de Philip Marlowe». Pero también las siluetas que acechan en callejones oscuros, las mujeres fatales, el whisky y los cigarrillos, la diligente secretaria. Ambientes que recuerdan los de una película que relata un caso similar, Hammett (Wim Wenders, 1982) con el propio Dashiell Hammett volcado en esclarecer el caso de una chica desaparecida, también vinculada con la prostitución, que le abrirá la puerta para introducirse en los ambientes sórdidos de la Chinatown de San Francisco. Aunque quizá el detective más próximo al Manuel de esta novela sea Pepe Carvalho, el personaje creado por Vázquez Montalbán que encarnó Eusebio Poncela en la serie de televisión de 1986.

Sin embargo, la cosa no acaba ahí. Es necesario saber que esta es una narración estructurada en dos planos: los hechos que se relatan tendrán un referente alegórico al que se aferrará el lector a fin de ordenar la realidad y resolver el misterio. De esta manera, el devenir lineal, desdibujado y confuso como visto a través de las volutas del humo del cigarrillo, tendrá un apunte, una pista sutil, en ese correlato alegórico que actuará como elemento clave para descifrar el enigma y resolver el caso. Este referente será la fábula de Aracne que representa Velázquez en Las hilanderas; lienzo que Manuel contempla con arrobamiento en su visita al Museo del Prado. Súbitamente los hechos en los que se ve envuelto le recordarán a esa obra, le remitirán a ella y, de esta manera, esta le ayudará a representar la realidad aparentemente inexplicable de un asesinato. Incluso motivos de la fábula de Aracne tendrán cabida en el relato, como un tapiz deshilachado que vinculará el plano real y el figurado, metafórico. Todo ello con la presencia de fondo del Madrid de los años ochenta y sus cafeterías emblemáticas; un Madrid invernal, terriblemente frío, que subrayará la inquietud del detective, acostumbrado a casos más triviales. Este, desde luego, no será uno de ellos.

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