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Arte y Letras

Heridas de guerra

Heridas de guerra porMERCEDESBLANES

Eduardo Boix (Elche, 1980), conocido de estas páginas por su labor de crítica literaria principalmente poética, es un activo difusor cultural de la provincia, y además tiene varias publicaciones de géneros diversos, tanto de poesía, como Últimas jornadas en el paraíso y Prozac, Tranquimazin y otros parques infantiles, como narrativa, como Mi funeral y su próximo proyecto de novela que verá la luz en breve, La estirpe; el diario Los confinados y ahora esta compilación de relatos, Columna del miedo, con la que aspira al Premio de la Crítica Literaria Valenciana, además en dos categorías (también en la de no ficción con la mencionada Los confinados).

En todos los relatos vemos la voluntad de exorcizar, como les sucede a muchos escritores –a todos, de una manera u otra– las cuestiones acuciantes del alma, que en este caso parten del dolor extremo y caprichoso de una guerra que seccionó familias y vidas de cuajo; y lo hace poniendo el foco en los damnificados, personas que quedaron sumidas en el más intenso de los dolores y adquirieron una entereza de la que quizá no se sabían capaces y que no tuvieron más remedio que asumir para salir adelante; y que en otros cristalizó en la introspección y el silencio o incluso en la demencia y la pérdida de perspectiva.

Me ha traído a la mente el dolor extremo continuado al que se puede someter al ser humano que retrata Papillon u otros dramas carcelarios. Unos relatos que tratan de frente cuestiones angustiosas y que están regados con símbolos recurrentes como los miembros amputados que marcan vidas, recuerdo del trauma que no se puede soslayar, muchas veces fruto de las bombas que cambian la realidad en un instante y son expresión del dolor repentino, ineludible. También la cautividad impuesta a otros como consecuencia de la represión, y el daño físico y la voluntad de envilecer al contrario, como en el relato Tan solo una sombra, en el que Miguel Hernández huye pero finalmente es apresado y refiere aquello de que «soy solo una sombra», una vez perdida toda su entidad y esencia como ser humano, humillado.

En otro relato vemos el orgullo de no ceder y someterse, como el impresor que no dio difusión a determinados pasquines en el relato Círculos, por puro amor propio y voluntad de vivir acorde a unos principios, y que al final huye aprovechando el rayo de bondad y confianza de su supervisor. También aparecen otros personajes que son en apariencia bondadosos pero luego no son lo que parecen, como en el cuento La viejita Cordelia, hija de un personaje de un cuento anterior, la maestra represaliada. O el verdugo del cuento La maleta, personaje del que se exploran otras dimensiones vitales como hiciera Berlanga con El verdugo en 1963.

Al fin, es una obra que trata con un estilo sencillo y unos personajes cercanos el miedo intenso, los sueños recurrentes como plasmación de ese terror que atenaza y sobrecoge y del que es tan difícil desprenderse, y el regusto de lo macabro, lo tétrico, lo truculento que flota en el ambiente por causas sobrevenidas. A veces algo aparentemente nimio como el ruido de un avión, por las libres asociaciones de la mente, es capaz de dar rienda suelta a los traumas y miedos más adheridos al ser.

Esta recopilación de historias, Columna del miedo, cuyo nombre hace referencia a la búsqueda de cobijo entre naranjos a resguardo de las bombas fuera de la ciudad, nos sobrecoge en el recuerdo y en su voluntad de reunir desde diferentes miradas los recovecos y derroteros del dolor con personajes que se pasean por los relatos y que a veces confluyen, o que van saltando de relato en relato en una suerte de juego, con algún hilo conductor entre ellos. Obra concebida en recuerdo de la abuela del autor, que fue testigo del bombardeo del Mercado de Alicante y a cuya huella no se pudo sustraer, y que desde las diferentes perspectivas que abordan las temáticas variadas de los relatos compone un mosaico cuyas teselas tocan de forma inteligente y vívida el horror y en el que la presencia del mercado, que como sabemos permanece unido a sensaciones de congoja sin fin como las que se vivieron en el 25 de mayo de 1938 en Alicante, también ofrece otra vertiente, y así consta de forma latente en los relatos, la de ejercer de lugar de encuentro, lleno de bullicio, algarabía y calor humano. Todas estas sensaciones intensas, tan propias de la literatura como reflejo de la vida, lo vamos a encontrar en Columna del miedo.

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