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Arte y Letras

Richard Avedon, el elegante revolucionario

Richard Avedon y Fred Astaire, durante el rodaje de la película Funny Face. información | RICHARD AVEDON

Tres caminos hay en la obra de Richard Avedon (1923–2004) que llaman poderosamente nuestra atención: la moda, los retratos y el reportaje sociopolítico. En ese mismo orden. Los tres son muy significativos, pero es en la fotografía de modas donde ha destacado por encima de los otros, aunque él pensaba lo contrario. No obstante su colección de retratos realizada en el ámbito rural tejano, entre 1979 y 1984, publicada en formato de libro y exhibida en multitud de exposiciones por todo el mundo, ha sido considerada su obra magna.

Su origen fue una familia judeo-rusa, bastante convencional, que residía en la Quinta Avenida de Manhattan, en la ciudad de Nueva York. Su madre, Anne Polonsky, era una gran aficionada a la fotografía. Su padre, Jacob Israel Avedon, era propietario de una modesta tienda de ropa femenina. Ellos moldearon la vida de su hijo y crearon, sin ser conscientes, a uno de los mas grandes fotógrafos americanos del siglo XX. El hogar estaba repleto de revistas de modas y el pequeño Richard guardaba en su dormitorio todo un archivo de sus fotos favoritas que estaba completamente empapelada con las fotografías de modas del fotógrafo húngaro Martin Munkacsi, a quien consideraba su maestro.

Siempre sufrió por su hermana Louise Avedon (1926 – 1968), una de las mujeres más hermosas que jamás conoció, pero con una historia trágica que le marcó. Internada en un manicomio toda su juventud, víctima de su belleza, diría el mismo Avedon.

Realizó estudios de arte con Alex Brodovitch, que ocupaba el cargo de art director en la revista Harper’s Bazaar que, intuyendo el talento de su alumno, apadrinó al muchacho y a los veintiún años ya trabajaba como fotógrafo en la mencionada publicación y poco tiempo después se convertiría en el jefe del departamento de fotografía. Durante su enseñanza, Brodovitch le había impuesto: Tus fotos deben tener un discurso, pero grita, no susurres.

La actriz Natassja Kinski (i) y la modelo Elise Daniels (d), entre circenses.

En 1946, viaja a París que entonces era una ciudad demacrada por la guerra, pero la industria de la Alta Costura insistía en demostrar su elegancia y glamour. Los fotógrafos reincidían en mostrar una poética enmarcada en un lenguaje clásico; fue allí, y en esas circunstancias, donde sacudió las estructuras de la fotografía de modas que nunca volvería a ser igual pues dio vida a un género que estaba estático.

El barrio latino, Trocadero, Les Halles, le Marais… fueron sus escenarios donde las sofisticadas modelos se fotografiaban junto a anónimos artistas de circo, bebedores, peatones, luchadores y comerciantes, que asombraron al mundo. Pero debe destacarse, sobre todas las imágenes que creó en aquellos años en París, la que posiblemente es la mas bella y exquisita de todas las fotos de modas jamás realizadas, Dovima y los elefantes, que tuvo lugar en el Circo de Invierno de París en 1955. La delicada pose de Dovima con el elegante vestido de Dior choca con las arrugadas pieles de los paquidermos, consiguiendo una imagen tan refinada como indómita. Gracias a él, las modelos que hasta entonces eran consideradas meramente una percha para lucir la ropa, comenzaron a tener vida propia, así se habló de Dovima, Suzy Parker, Jean Shirmpton, Donyale Luna, Verushka… Sin Avedon, el concepto que ahora conocemos como top model no existiría.

En sus retratos solo existe lo absolutamente necesario, el modelo sobre un fondo neutro, ausencia de escenario y luz cenital, siempre igual y siempre distinto. Misma luz, idéntico fondo y la misma cámara. Lo único que cambia es el modelo. Avedon siempre supo que delante de una cámara la sonrisa no es la auténtica, pues el personaje está condicionado, consciente de los riesgos de la fotografía intimista. Pero si observamos el célebre retrato que hizo de Marilyn Monroe, una mujer a la que suponíamos chispeante, sexy y divertida, aparece aquí descubriendo otra dimensión, otro rostro completamente distinto: atormentada y triste. Una Marilyn jamás vista, quizá la auténtica, alejada del brillo de Hollywood y de los films, una visión como nunca antes habíamos visto de ella. Realizó millones de retratos siempre únicos y diferentes, de los que existen un buen puñado de obras maestras, como el de Truman Capote, Jean Renoir, John Ford… rompiendo con la tradición histórica, creando sus propias reglas con una maestría excepcional. Las grandes figuras de nuestra sociedad, políticos, actrices y actores, modelos… retrata a gente anónima de la América profunda, vagabundos, jóvenes, una niña embarazada, obreros y soldados, a quienes descubre la gracia que no poseen muchas de las celebridades envueltas en glamour. Un retrato no es una semejanza, es una interpretación de la personalidad del modelo, realizada por el fotógrafo.

Richard Avedon El elegante revolucionario

Richard Avedon El elegante revolucionario

Richard Avedon El elegante revolucionario

Richard Avedon El elegante revolucionario

En 1957 se rueda en Paris la película Funny Face, dirigida por Stanley Donen, un musical romántico, en el que su protagonista, Fred Astaire, interpretaba a un fotógrafo de modas que descubría a una joven que se convertiría en su musa, una jovencísima Audrey Hepburn, que era el precioso rostro mencionado en el título. Richard Avedon participó como asesor y fotógrafo pues solo él fue el autor de las sesiones fotográficas realizadas por el personaje de Astaire en la película.

En 1964 publica el libro, Nada personal, junto a James Baldwin (1924 – 1987), cronista del racismo que se hallaba en la cúspide de la fama. Pretendía ser una despiadada crítica de la sociedad americana contemporánea y fue, además, un hit en el mundo editorial internacional; un profundo retrato de la América de esa época, desvelando el tejido social de la nación, ambos vieron la trascendental realidad del país a través de la brutalidad. Una colección de retratos de las más relevantes personalidades como el del Jefe del Partido Nazi, el poeta beat Allen Gingsberg con su novio, desnudos, el presidente Eisenhover, Marilyn Monroe… En el prólogo James Baldwin comenta: 

«El mito nos dice que América está llena de gente sonriente… la realidad es que el país está dominado por una horda desesperada…»

Su trabajo In the American West se convierte en una de las obras capitales de la fotografía, una serie legendaria, considerada una obra magna. Realizada durante varios años a partir de 1979, recorriendo 17 estados, visitando cerca de doscientas poblaciones y fotografiando a 752 personas, desmitifica el imaginario del oeste americano creado a través del cine y los films del far west de John Ford, Howard Hawks, Budd Boeticher, Anthony Mann, etc. otorgando una visión totalmente neorrealista del asunto. Cuando cambia sus sofisticadas y elegantes modelos del papel couché por amas de casa, vagabundos, mineros, presos, predicadores… constatando que la elegancia de sus fotografías no dependía del stylismo de las modelos y las actrices, si no de su forma de mirar y encuadrar, demostrando su maestría y genialidad que nunca supo reconocer. Entre 1979 y 1984 recorre el interior del país, el profundo mundo rural y crea lo inesperado con su feroz mirada; lo que la critica calificó como la obra cumbre de Richard Avedon: En el oeste americano, que él comenzó como un trabajo personal, un gesto de liberación de los corsés de sofisticación de la Moda, revelando conexiones sociológicas y psicológicas de aquel lejano oeste y sus habitantes, que en realidad fue un encargo del Museo Amon Carter Forth Worth, de Texas en el que Avedon se implicó concienzudamente consiguiendo hacerlo totalmente suyo.

«Es este un Oeste de ficción, no creo que mi visión del Oeste sea más convincente que la de John Wayne», declaró.

Consagrado como el mas grande retratista del siglo XX, Avedon consideraba la fotografía de modas, que él había realizado como un hecho menor, una ocupación alimenticia a la que estaba acostumbrado; el retrato era su gran logro, un trabajo auténticamente profesional, de inmensa creación, su obra más ambiciosa y profunda. No importaba a quien retratara, el que siempre aparecería en sus retratos era el propio Avedon, como bien apunta el critico de arte Michael Kimmelman, los retratos siempre revelan más acerca del fotógrafo que del sujeto fotografiado.

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