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Arte y Letras

Tempestad de ficciones

Tempestad de ficciones

Que ficción y realidad sean antónimos es una carga que la imaginación soporta desde los tiempos de Platón. Durante siglos, la ficción se ha identificado con la mímesis, con lo fingido, en cierta manera con la falsedad en oposición a la veracidad de lo real. Sin embargo, en pleno siglo XXI, son muchas las voces que disienten y señalan a la ficción como parte constitutiva de la realidad.

El filósofo Jean Maria Schaeffer abrió un sugerente camino al reconocer las ficciones como el vínculo de la humanidad con la realidad. La fantasía, como irrealidad consciente, no puede existir sin su contraparte de veracidad, convirtiéndose en mecanismo de reflexión, en una evolución de esa herramienta fundamental para la formación del ser humano que es el juego.

Una línea de pensamiento que encuentra en el guionista Alan Moore a su mayor valedor: la inmensa obra del británico se caracteriza por una reflexión constante sobre los mecanismos de la ficción en la cultura popular y sus cómics podrían entenderse como ensayos empíricos de la profunda relación entre las ficciones, la cultura y el propio ser humano.

Obras como Watchmen, Miracleman, La Broma Asesina o ¿Qué ocurrió con el hombre el mañana? son consideradas obras maestras del género que, paradójicamente, coinciden en cerrar la exploración de la hibridación de la realidad con la ficción.

Para el guionista, cuando el superhéroe se analiza desde una perspectiva de verosimilitud, sus inconsistencias salen a la luz y lo convierten en una imagen deforme y perversa de su esencia.

Su reivindicación de una ficción autoconsciente se vio plasmada en la línea ABC Cómics, que comenzó a finales de los 90 con obras como Tom Strong, Promethea, Top Ten o, sobre todo, La liga de los extraordinarios caballeros.

Series que nacen desde la mirada a los orígenes del género y su función social, pero que en la última abren decididamente una puerta a una ambiciosa reflexión que entronca al género de superhéroes con la tradición de la novela decimonónica de aventuras.

Héroes de pijama

El cómic reescribía el famoso concepto de la Liga de la Justicia sustituyendo a los héroes en pijama del siglo XX por los protagonistas de los grandes títulos del XIX, de las obras de Verne a Stoker pasando por Wells o Rider Haggard. Como en los mejores pastiches, los guiños constantes creaban un doble nivel de lectura delicioso, que poco hacía pensar que era solo el principio.

Si en el segundo volumen el truco parecía simplemente repetirse, en Black Dossier comienza ya a vislumbrarse una compleja y bien pensada ruta que seguirá en Century y que culminará y finalizará en La tempestad, editada recientemente por PlanetaCómic (con traducción de Diego de los Santos).

Poco a poco, el espectro de protagonistas se va ampliando y los géneros aventureros comienzan a dejar paso a todas las ficciones: de James Bond a Emma Peel, del cine a la televisión pasando por el cómic pero volviendo a la novela y el teatro, del Próspero de Shakeaspeare al Orlando de Virgina Woolf, de David Foster Wallace a los cómics británicos de la Fleetway.

Para Moore, todos los personajes conviven con naturalidad en un único espacio ficcional, un imaginario colectivo que no acepta distinciones entre alta y baja cultura ni categorizaciones: la creación humana es para Moore el lugar de las reflexiones de nuestra realidad.

Un territorio palpable, que permite romper todas leyes físicas y humanas para investigar sobre sus consecuencias sobre lo cotidiano, creando vínculos y relaciones que serán finalmente encarnadas.

Un ambicioso objetivo que Kevin O’Neill, Ben Dimagmaliw y Todd Klein plasman en un soberbio trabajo gráfico donde cada capítulo de esta última entrega (que puede ser leída independientemente, pero con seguridad animará a leer el resto) se plantea como un comic-book diferente, cambiando estilos y forma con una capacidad camaleónica para conseguir que la lectura (efectos de 3D incluidos) sea una experiencia inmersiva en la historia de la cultura del siglo XX.

Una obra fascinante.

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