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Antoni Palau i Dulcet, algo más que un librero

Foografía de Antoni Palau realizada en 1935. información

Para los que en algún momento hemos tenido que investigar sobre determinados personajes y hemos tratado de encontrar algunos de sus títulos publicados, existe una obra de obligado registro para hallar lo que, en muchas ocasiones, creíamos imposible, el Manual del librero hispano-americano. Un estudio apasionante y apasionado, cómo sino tratándose de la obra de toda una vida de un librero, que lleva por subtítulo nada menos que Inventario bibliográfico de la producción Científica y Literaria de España y de la América Latina, desde la invención de la Imprenta hasta nuestros días. Con el valor comercial de todos los artículos descritos. Nada más y nada menos.

Antoni Palau i Dulcet, algo más que un librero

Un magno trabajo bibliográfico que a Palau le llevó más de cuarenta y cinco años de su vida, entre los cuarenta y los ochenta y siete, una obra que se agotó de inmediato en su primera edición (1923-1945, 7 volúmenes), ante su sorpresa, y que le llevó a iniciar una segunda edición que marca un antes y un después de la bibliografía en español.

Antoni Palau i Dulcet, algo más que un librero

Antoni Palau recuerda aquellos lejanos tiempos donde el papel era el soporte único para la lectura (no podemos imaginar lo que pensaría al ver cómo ha cambiado todo en nuestros tiempos) y señala que los libreros compraban grandes cantidades de libros, casi al peso, y solamente cuando ya se tenía el «botín» a buen recaudo en la librería, se procedía a una selección un tanto precipitada: «Generalmente los libros que estaban en lenguas incomprensibles para el negociante eran despojados de sus pergaminos y éstos destinados a la fabricación de tambores y a otras artes industriales. Una vez hecha esta operación, se reunía todo el género inservible y se mandaba al molino de papel. Así desaparecieron para siempre, manuscritos, incunables, y otras preciosidades tipográficas, que eternamente echaremos de menos».

Las memorias de este librero están llenas de anécdotas deliciosas que señalan las aventuras y desventuras de un enamorado de las letras impresas ajenas que, un buen día, decidió dejar constancia por escrito de las mismas. Afortunadamente, diría yo, ya que su nombre figura, con todos los honores, en el Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia en una acertada reseña de Sergio Martínez Iglesias.

Antoni Palau i Dulcet nació en la tarraconense villa de Montblanch en 1867, de la que sería nombrado Hijo Predilecto, y dijo adiós en la Barcelona de 1954, precisamente mientras corregía a pie de imprenta las pruebas de la segunda edición de su Manual del Librero Hispano-Americano (35 vls. 1948-1987, edición continuada por su hijo Agustí). En esos ochenta y siete años de vida, Antoni, nacido en el seno de una familia modesta que tuvo que emigrar a Barcelona, asistiría a la escuela que pronto dejó para trabajar como aprendiz de fontanero y aportar sueldo a la familia. La falta de estudios no le impidió en absoluto convertirse en un lector empedernido y en un bibliófilo impenitente. Palau combinaba afición y trabajo con su pertenencia a la Asociació d’Excursions Catalana, dejando su impronta en el Boletín de la Sociedad. Antoni fue miembro del Ateneo barcelonés, «pensando aprovecharme de las posibilidades de lectura en la excelente biblioteca de la entidad», lo que le permitiría trabar amistad con miembros importantes de la cultura barcelonesa como Antoni Gaudí, «con el que congenié de inmediato ya que él, como yo, era humilde, creyente y trabajador. Durante mucho tiempo fuimos inseparables: Gaudí era un místico y un devoto de su patria catalana. Para él, delante de Dios y del idioma catalán no había Papa, Rey ni Emperador». Sobre las obras en la barcelonesa Sagrada Familia, Palau recuerda que cuando alguien le decía a Gaudí que los trabajos iban lentos éste les respondía que no había otra manera de efectuarlos: «las catedrales, los grandes templos, han sido obra de generaciones…» Y cuando le replicaban que en la actualidad había ingenios mecánicos para acelerarlos, respondía con énfasis: «Ciertamente, ingenios mecánicos que no tienen nada que ver con la inspiración. Si se presentase una persona que me ofreciera un millón para acelerar las obras, no lo aceptaría».

Antoni Palau, tras tener una actividad importante en el sindicato UGT llegando a representar al gremio de fontaneros en uno de sus congresos, se casó con Concepción Claveras; tuvieron cinco hijos de los que todos continuaron, de una u otra forma, la profesión y la pasión del cabeza de familia. Como quiera que miles de libros se apilaban en el hogar familiar, la esposa de Palau decidió poner tanto ejemplar a la venta. Tenían un pequeño puesto en la Ronda de Sant Antoni. Un mercado dominical al que un servidor iba cada domingo en su infancia barcelonesa para aumentar mi colección de cromos, comprar aquel misterioso libro de Julio Verne o tratar de agenciarme el primer tebeo de Diego Valor.

En acabando el siglo XIX, Antoni Palau abandona su oficio de fontanero y decide ampliar el negocio de librería alquilando distintos locales hasta que, definitivamente, se instala en la calle de Sant Pau. En este local las tertulias se hacen imprescindibles y pasa por allí toda la intelectualidad catalana de la época, al mismo tiempo que la fama bibliófila de Palau se extiende por España y comienza a servir libros a personajes como los hermanos Marquina («Eduardo me compró las obras de Larra»), Isaac Albéniz («un hombre bien plantado, robusto, de trato franco y agradable» o Gregorio Marañón («le interesaban especialmente los libros de viajes en francés e inglés»). Mientras tanto, y tal como había hecho en años anteriores, Antoni Palau empezó a tomar nota de todos los libros que pasaban por sus manos, acumulando material para un trabajo que culminaría en el soberbio e imprescindible Manual del Librero Hispano-Americano.

Curiosamente, cuando comencé a interesarme por la figura del ilustrado Alejandro Malaspina, tuve la fortuna de encontrarme con una maravillosa persona, la académica Mercedes Palau, nieta de Antoni, que me facilitó sobremanera mi trabajo de investigación sobre el navegante (español en Italia e italiano en España, que diría el maestro Manfredi) y todo con una generosidad difícil de explicar. A Antoni Palau no lo conocí, tan solo por su ingente obra. Pero sí a su nieta Mercedes. De tal palo, tal astilla.

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