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Marianne Faithfull, salvada por la poesía

Warren Ellis y Marianne Faithful, en una imagen promocional de su disco She walks in beauty. Rosie Matheson

Si hay una voz a la que el paso del tiempo no pasa factura en términos de arte musical, es la de Marianne Faithfull, golpeada aun en su edad madura, sucesivamente, por el cáncer de mama, la hepatitis C y la quiebra de una cadera (cuando actuó coja en el Palau, en su última visita, en 2014). Lo último ha sido el coronavirus, que la mandó al hospital hace un año y que sigue sufriendo en modo persistente. Pero ahí está ella, publicando un disco hermoso y anticomercial, She walks in beauty, firmado a medias con Warren Ellis.

Marianne Faithfull,salvada porla poesía

Se nos muestra esta vez salvada por la poesía, la de sus héroes románticos de juventud, como Lord Byron, Shelley y Keats, cuyos versos recita, con capas extra de grano vivencial y sabias inflexiones, sobre suaves mantos musicales elaborados por Ellis en complicidad con el piano de Nick Cave, las ambientaciones electrónicas de Brian Eno y el violoncelo de Vincent Ségal. ¿Disco de despedida? Quién sabe. A los 74 años, que tal vez equivalgan al triple en un ciudadano corriente, fatigada y debilitada ahora por el covid-19, dice trabajar la voz en casa cuando, en una entrevista con la agencia France Press, le preguntan si volverá a cantar. «Cariño, no lo sabemos, espero que sí, practico una vez por semana con un amigo que viene a mi casa», revela, si bien añade: «No poder cantar de nuevo es un pensamiento horrible, pero si eso sucede, no podré hacerle nada».

El declive de los gigantes

Como presagiando el posible fundido como cantante, She walks in beauty no la muestra entonando melodías sino declamando versos en un sereno ejercicio de spoken word. Incidiendo en esa sensación de crepúsculo, los poemas elegidos hablan de la juventud perdida, la contemplación vital y el declive de los gigantes. Marianne Faithfull es de esos artistas que, sin componer canciones, ha sabido siempre hacer grandes álbumes, dotados de unidad, hondura y aura: el pos-punk Broken English (1979), el suntuosamente decadente y avantgarde Strange weather (1987, entente con Hal Willner, el amigo que el covid-19 se llevó), el majestuoso A secret life (1995, musicado por Angelo Badalamenti). Este lo es también, si bien conecta con el oyente por otros carriles, más pausados y mentales.

La atmósfera está hermanada con la de las últimas producciones de Warren con Nick Cave, minimizando las inflexiones rítmicas y primando el paisajismo. Centra los focos la voz, transmisora de calma, calidez y experiencia. Marianne oráculo y testimonio de vida, afianzando el vínculo poético con Ellis, arquitecto sonoro y multinstrumentista habitual en su obra desde Before the poison (2005), su disco pos-11-S, en el que intervino también Cave, junto con PJ Harvey y Damon Albarn. She walks in beauty es el título del poema que abre el disco, que Lord Byron escribió en 1814 tras la impresión que le causó ver a su hermosa prima Anne Beatrix Wilmott, vestida de luto, con su piel pálida y sus «trenzas de cuervo». Versos que hablan de la belleza como imán mayestático, y de «un corazón cuyo amor es inocente », y que hacen pensar en aquella Faithfull que en los 60 perdió la pureza tras adentrarse en el jardín de serpientes de las Satánicas Majestades.

Ella venía, literalmente, del convento de monjas, en Reading, que la acogió tras el divorcio de sus padres y dados los problemas económicos de la madre. Pero fue allí donde una maestra de la que guarda un recuerdo agradecido, la señora Simpson, le dio a conocer estos poemas románticos.

Es ahora cuando puede leer cada verso con una amplitud apenas sospechada cuando era una adolescente, certificando todo su significado con su voz resabiada. Irrumpe en el disco la historia de Ozymandias, el soneto de Percy Bysshe Shelley, que, a propósito del faraón Ramsés II, alude a la decadencia de líderes e imperios, por muy altos y grandes que fueran.

El paso del tiempo

Y el triunfo del paso del tiempo, aplastando vigores juveniles, asoma en So we’ll go no more aroving, otro texto de Lord Byron: «No volveremos a vagar / tan tarde en la noche / aunque el corazón siga amando / y la luna conserve el mismo resplandor ». Un poema al que dieron otras vidas Joan Baez, en su quinto álbum (1964), y Leonard Cohen en Dear Heather (2004). La alusión a la belleza regresa en Ode to a Nightingale, la oda al ruiseñor en la que John Keats ensalzó la magnificencia del canto del ave, perenne y ajeno a las tribulaciones mundanas.

Un Keats que ya iluminó a Faithfull en su álbum anterior, de hace tres años, titulado Negative capability en atención a una expresión utilizada por el poeta, según la cual los grandes escritores, como Shakespeare, habitan en una idea de belleza autónoma respecto al carácter aguafiestas de la razón y la percepción factual, un estado mental impermeable a las dudas y la incertidumbre.

La dama de la torre

El clímax del álbum lo pone The lady of Shallot, balada de orígenes artúricos sobre la triste dama atrapada en la torre que, burlando su destino, ve Camelot a diario a través de un espejo y muere de amor al tratar de perseguir el reflejo del apuesto caballero Lancelot. Recitado que se extiende con toda parsimonia hasta los casi 12 minutos, sobre un fondo impresionista, dejando un rastro de sublimación romántica. Este poema inspiró a Mick Jagger en la letra de As tears go by, y Faithfull lo relaciona, en su libro de memorias (Una autobiografía, de Celeste Ediciones y publicado en 1995), con su propia historia con el cantante.

La dama de Shallot miraba el espejo «viendo pasar la vida », escribió, y la canción versaba sobre «una mujer que recuerda su vida con nostalgia», como ella misma en el futuro. «Es como si toda nuestra relación ya estuviera prefigurada en la canción», reflexionaba entonces la cantante.

Con el tráfico terrenal en suspenso por el coronavirus, Marianne Faithfull es ahora la dama que ve la vida pasar, y She walks in beauty es su carta desde la torre, en la que describe el mundo y pinta el ocaso, también el suyo, a través de la belleza poética y musical. En este loco contexto, podemos percibirlo un poco más si cabe, y paladear los espectros que invoca, incluyendo aquella Marianne de grandes gafas pop y minifalda que se dejó agasajar por el Swinging London imaginando que quizá podría manejarlo.

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