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El baile de las apariencias

Chus Sánchez.

Chus Sánchez, nacida en Cartagena pero residente en Alicante, de formación periodística, lleva escribiendo una buena temporada. Es de hecho autora de varias novelas, entre las que se cuentan Mi vida al desnudo, Diario sin secretos, La cripta de las estrellas y Eligieron ser libres. Tiene en su haber igualmente varios galardones fruto de relatos que ha presentado a diversos concursos; sin ir más lejos recientemente ha participado en la compilación de cuentos de autores alicantinos Todo era marzo. Y esta Nadie se conoce puedo decir que encandila gratamente desde sus primeras páginas.

El baile de las apariencias

Nadie se conoce narra la historia de un médico inglés atrincherado en su caserón como el noble esteta y adinerado de la novela A contrapelo de Joris-Karl Huysmans; residente en un lugar remoto en la Costa da Morte gallega, el municipio Fisterra —Finis Terrae— que imaginamos envuelto en brumas a la manera del lienzo El caminante sobre el mar de nubes, de Caspar David Friedrich. Y es que esta novela es romántica en su sentido más genuino, el que recoge por un lado —y así ha trascendido en su acepción más extendida— amores desgarrados que envuelven el corazón y lo sacuden y, por otro, la estética tenebrosa, brumosa, incluso lúgubre, que los cementerios podrían encarnar con su trasfondo de quietud, metáfora tal vez de la soledad última y absoluta que anida en cada uno de nosotros. Romanticismo de amores atormentados o truncados porque parecían una cosa y eran otra, o porque han llegado en el momento equivocado, y así ad infinitum. Con ecos de Poe y Lovecraft.

Pero decía, retomando, que la obra cuenta la vida de un médico inglés y su historia de amor encendida y, si se me permite, enfermiza y posesiva, con su joven esposa Elena, a la que decide embalsamar para continuar en convivencia con la amortajada. Y, por otro lado, la relación de amistad que el mencionado doctor, Arthur Hansen, mantendrá con su amiga Emma, que se conservará inalterable en medio de tales circunstancias extrañas y macabras que el doctor defiende con coartada científica, y que tendrá un coste emocional enorme para ambos. De fondo subyace un tema al que aludía antes: el terrible miedo a la soledad por parte del doctor y que le lleva a casi criogenizar o fosilizar a su esposa. En este sentido, Elena, la mujer del doctor, tremendamente carismática, ejercerá un poderoso influjo en ambos como sucedía en Rebeca, de Daphne Du Maurier, llevada al cine por Hitchcock en 1940. Y el coste emocional al que aludíamos vendrá de la mano de la sociedad de las apariencias del siglo XIX, y que de forma tan certera podemos palpar en novelas como La Regenta o Anna Karenina. Personas peculiares, valiosas, pasionales y clarividentes rechazadas por la opresiva sociedad de los convencionalismos, y en este caso además lastrada por la versión más asfixiante de la religión católica. La vida no será fácil en esta Vetusta provinciana entretenida en la dañina maledicencia, y una salida que cruzará por la mente de los personajes será la huida.

De hecho, no es en absoluto casual que la novela tome su título de un grabado de Goya llamado Nadie se conoce —de su serie Los caprichos—, esto es, nadie conoce a nadie, porque las apariencias son la mascarada que tejemos a nuestro alrededor para impedir a los demás ver nuestra verdadera esencia. En cualquier caso, la lámina de Goya, cuyo subtítulo reza Todos quieren aparentar lo que no son, todos se engañan y nadie se conoce retrata un baile de máscaras, tan decimonónico y frívolo. Las apariencias son la antesala de los secretos no confesados por pudor, que causan a la larga tanta desazón en las personas, y que en este caso causan pesar también en los personajes de la novela, porque viven en el desconocimiento. En este sentido, y como apunte, en el retrato del tema universal de las apariencias en sociedad me vino a la mente la película La duquesa de Langeais (Jacques Rivette, 2007) que recomiendo; basada en la obra de otro escritor realista decimonónico, Honoré de Balzac.

Yo describiría finalmente Nadie se conoce como una fábula con una cuidada mezcla entre tenebrosidad y delicadeza. Y esa es una simbiosis que perturba, a la manera de los cuadros prerrafaelitas y su suave decadentismo, y la languidez que exudan. Si este relato fuera un cuadro, se parecería a la Ofelia, de John Everett Millais, o al antes mencionado El caminante sobre el mar de nubes. El libro se acompaña a su vez de unas ilustraciones que ambientan, de un autor que dibuja bajo el seudónimo de 21 cicatrices. Déjense envolver por esas sensaciones y lo agradecerán.

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