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Dylanitas

¿Por qué celebramos el cumpleaños de Bob Dylan?

Ilicitano y dylanita. Es como ser maoísta y de Albacete capital. O como haber pasado por la escuela para acabar votando a Donald Trump o cualquiera de sus sucedáneos. Siendo estudiante en Barcelona, recuerdo que vi a una joven Hare Krishna, hare, hare, con su madre, una señora bien, de compras, tan natural. Que hubiera gente más rara todavía, te proporcinaba tranquilidad de espíritu, pero escuchar al poeta de Duluth, Minnesota (24-V-1941), durante medio siglo también genera numerosos damnificados en tus círculos más íntimos. Por ejemplo, mi madre, camarera de la Virgen de la Asunción, que escuchó a Bob Dylan sin tregua alguna, al menos hasta que su hijo cambió de domicilio por casamiento. Siempre recordaré su sorpresa la primera vez que oyó uno de los vinilos del abuelo: «¿Quién es ése con la voz tan aguardentosa?». Sería a principios de la década de los setenta, cuando aún le quedaba algo de voz. Si de adolescente te conviertes en dylanita, lo normal es comprarte una acústica y media docena de armónicas con el sujetador correspondiente. Hasta te podías hacer de oro con sus canciones. Una vez, en una cafetería de Sitges canté Black Diamond Bay y un japonés me soltó diez duros de los del año de la Constitución. Un milagro. Estuve a punto de decirle que se había pasado siete pueblos, pero, estaba claro, además de nipón era de la secta.

Colocar una canción de Dylan en un guateque también tenía sus riesgos. Recuerdo a un primo de los de verdad que cumplió 50 años y de broma coloqué en su fiesta Subterranean Homesick Blues, apta solo para los muy iniciados. Tuve que engañar al disc jockey, contándole que era la canción que más le gustaba al cumpleañero. Se lo creyó, la puso y le dijo: «¡Vaya canción más rara. Pues ahora vas y la bailas!». Esa noche no tuve más intervenciones en la selección del repertorio musical.

En otra ocasión mis amigos me pidieron que organizara una barbacoa. Como me dio pereza, les hice una canción homónima, aprovechando uno de los 492 clásicos de Dylan. La canción Simple Twist Of Fate terminó así, cruelmente traducida, como La Barbacoa y me llevé la historia de amor neoyorquina de 1960 a la Santa Pola del siglo XXI: «A. y G. se van a liar/ con tres chechenias que están al llegar/ y ahora están por Santa Pola/ buscando un local/ a ser posible, con vistas al mar/ para vivir, por fin, en pecado mortal». Por cierto, lo de las tres chechenias es porque mi amigo A. con una tiene de sobra, pero a mi amigo G., mejor ponerle dos.

Bob Dylan cumple mañana 80 años y los de su secta -en Elche, como mínimo somos dos: mi amiga Consuelito y yo-, nos sentimos agradecidos porque sus canciones forman parte de la banda sonora de nuestras vidas. Así que, so if you´re travelin´ in the north country fair, where the winds hit heavy on the borderline, remember me to one who lives there. She once was a true love of mine. Feliz cumple, maestro.

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