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Marina Abramovic: La experiencia del cuerpo

Marina Abramovicen en la representación de la ópera El soldado del arte en 2012 Efe | ÁLVARO NAVARRO

En la educación y recepción del arte, en la actualidad, y desde la mitad del XX, se plantea una distinción excluyente que no tiene nada que ver con la vida real del arte. La distinción de carácter brutal entre el arte conceptual y el arte, llamémosle, tradicional, aunque no sea este su nombre más apropiado. El porqué de esta situación se debe principalmente a las diferencias en el resultado de una creación artística y sobre todo en cómo se establecen las bases para cada «tipo de arte». Las Escuelas de Bellas Artes, a nivel nacional, y diría que internacional, se han decantado por un arte conceptual, lo que elimina casi totalmente la enseñanza del dibujo, la pintura y la escultura como disciplinas creadoras de lenguaje, incluso de concepto. Sus causas nos llevan a una cuestión de difícil solución, pues la Academia tiende a la fórmula en el lenguaje no a cuestionar o a crear el lenguaje, esto siempre ha sido cosa del artista, que es quien se la juega. Pero, vamos a nuestro asunto, Marina Abramovic, que sin duda tiene que ver mucho con este preámbulo.

La artista en la Lonja de Pescado de Alicante en 1998.

Marina Abramovic (Belgrado, 1946) es una de la representantes más importantes a nivel mundial de la performance. Desde muy joven entendió que el cuerpo femenino podía jugar un papel muy importante dentro del momento que se estaba viviendo en el arte.

El cuerpo como lugar, como espacio, como escultura, como medio para expresar multitud de referencias, incluso al arte antiguo o de todos los tiempos. Las performances de Abramovic recorren todo un ideario social, político, pero también interpelan a la idea de la muerte, no como fin sino como tiempo alternativo en el que discurre la vida, representa metafórica y simbólicamente esos momentos en los que el individuo reclama para sí toda la atención: la enfermedad, como antesala del final, la relación de dependencia o de poder o de amor, la influencia de la sangre, la herencia. La intervención de Abramovic está caracterizada por la gravedad, por la radicalidad de sus acciones que llevan al público, presente en sus performance, al cuestionamiento de sí mismos. Hasta dónde estamos dispuestos a llegar cuando la artista ha sobrepasado esos límites de convivencia con nosotros mismos. La acción conlleva el compromiso de la artista que se expone a la agresión al poner en solfa cualquier mandamiento sobre lo correcto. Abramovic no nos habla nunca de mesura, al contrario, nos introduce la sangre, su sangre, en nuestra mente, nos agrede con sus propias agresiones. Pero, ¿qué busca la artista?

El arte de todos los tiempos, desde Altamira, ha tratado de informar a la colectividad sobre los recursos para la supervivencia, para el desarrollo del pensamiento y para el conocimiento de la sociedad. Lo que incluye todo lo referente al ser humano, sus deseos más íntimos y también sus pecados más horrendos. En el fondo, qué somos sino seres que necesitamos saber cuál es nuestro lugar en el mundo. Qué significa la enfermedad, el deterioro físico, la muerte, más allá de la desaparición…

Si contemplamos una obra del Barroco, por ejemplo, podremos observar cuáles eran los deseos de esa sociedad, sus conductas, sus credos, y cómo el artista reflejaba los caracteres y las visiones de ese mundo. Aunque fuera de manera no demasiado explícita, sí se representaban en sus imágenes esos modelos y referencias al momento vital de una sociedad. No es demasiado difícil encontrar esos elementos que definen momentos históricos en las pinturas de todas las épocas. El arte ha sido siempre un catálogo, un imaginario, del comportamiento humano, y, cómo no, Abramovic se basa en ese imaginario para demostrarnos nuestras debilidades y nuestros miedos, incapaces como somos para mostrar lo más íntimo de nosotros.

Los padres de Marina Abramovic fueron partisanos en la Segunda Guerra Mundial. Su padre, Vojo, fue un comandante aclamado como héroe nacional después de la guerra. Su madre, Danica, fue comandante en la armada y, a mediados de los sesenta, fue directora del Museo de la Revolución y Arte en Belgrado. Desde niña nuestra artista aprendió música e idiomas y demostró una gran afición por el arte. Estudia en la escuela de arte de Belgrado, certificando su enseñanza en Zagreb, donde poco después daría clases durante tres años. Con estas bases llega a la conclusión de que la performance puede ser la génesis de su experiencia artística. En este tiempo prueba las distintas posibilidades de su primera performance que llamará Ritmo 10 (1973). Una performance realizada para investigar aspectos rituales, con la utilización de veinte cuchillos y dos grabadoras, ejecutando el juego ruso de acuchillar entre los dedos en movimientos rítmicos. Después de cortarse mas de veinte veces volvía a oír los sonidos de la grabadora buscando el momento de conciencia de la artista.

A esta performance siguieron otras en las que cada vez iba más lejos en el concepto de auto agresión, llegando en algún momento a estar en peligro de muerte, ya fuera por la toma de productos farmacéuticos sin conocer sus consecuencias, o por servir su cuerpo como objeto a un público al que la propia artista había llevado a un punto de inconsciencia e irresponsabilidad.

En el año 1976 se traslada a Amsterdam donde conoce al performance alemán Uwe Laysiepen, conocido como Ulay. Juntos comenzaron a trabajar sobre la identidad artística y el Ego. Sus performances hasta el año 1988 fueron motivo de exposiciones en museos y galerías donde se podía asistir a intervenciones en las que se actuaba en los limites de la vida y la muerte, pero en pareja. En el año 1988 decidieron realizar un viaje espiritual donde los dos partirían desde lugares opuestos de la Gran Muralla China. Viaje que pondría fin a su relación.

Después de este hecho Marina decidió introducirse en otros campos del arte como la música y el teatro, colaborando en la producción de una opera, Vida y muerte de Marina Abramovic, dirigida por Bob Wilson que se presentó en Madrid en el teatro Real en 2012. Mezcla de teatro-opera y arte visual, obra que nos habla de su infancia y vida en Yugoslavia (y sus diferentes muertes), y donde la propia Marina participa en el papel de su madre, junto con el famoso actor William Defoe y el cantante Anthony, que interpretaba las canciones de esta opera inusual.

Conocí por primera vez la obra de esta artista en la Documenta de Kassel de 1992, (Alemania) uno de los eventos artísticos más importantes del mundo, el mismo año de la Olimpiada celebrada en Barcelona. Marina Abramovic expuso obras conceptuales, alguna con presencia real, una gran geoda sustentada por tres patas de acero por encima del espectador además de vídeos y fotografías. Aparte de la exposición de la Documenta permanecimos dos meses en Alemania, en Colonia, como punto de partida recorriendo los diferentes museos como el de Bonn, Düsseldorf, Dresde, Aquisgran….

En 1998 los alicantinos tuvimos la suerte, con el comisariado de Pablo Rico, amigo de la artista, de ver una gran exposición de Marina Abramovic en la Lonja del Pescado. Una exposición que daba la medida de su proyección universal en esos momentos, una oportunidad única para ver a una artista de esta categoría. Recordándola puedo decir que me impactaron tanto sus fotos y vídeos de sus famosas performances, como sus piezas exentas, dibujos y fotografías que hablaban de una artista multidisciplinar que contiene todos los registros que se buscan en un artista de su dimensión, en la creación de lenguaje plástico y concepto.

Respecto al inicio de este artículo, debo recomendar, sin ninguna reserva, que gocen y admiren el trabajo de esta artista, pleno de experiencias en las distintas modalidades del arte, que lo conozcan mediante las redes sociales, catálogos y monografías en las bibliotecas de los grandes museos, pues es difícil que volvamos a ver por estos lares a Marina Abramovic.

Respecto a la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Artes el pasado día 11, el jurado reconoce el trabajo de una artista que ha cuestionado el arte más tradicional pero que, a la vez, ha abierto múltiples puertas a las generaciones de artistas actuales y venideras. Un ejemplo de que el arte, en toda su dimensión, no pasa solo por una forma o disciplina sino por el poder mágico de trasmisión que ejerce sobre el espectador.

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