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DIME QUE ME LEES

Juan Marsé, retales de memoria

La verdad más íntima de Juan Marsé

Tras rescatar Viaje al sur, libro inédito que Juan Marsé escribió en 1963 y anduvo perdido durante décadas, Lumen publica ahora sus Notas para unas memorias que nunca escribiré. Un libro fragmentario, construido a partir de las entradas de un diario del año 2004 y de tres libretas con anotaciones de los años 2012 a 2019, que el escritor pudo supervisar y corregir antes de su muerte. Los dos libros póstumos no pueden ser más distintos. La luminosidad y la frescura del Viaje dejan paso en las Notas a una sombría y quejumbrosa escritura, marcada por el peso de la edad y de las enfermedades. La edición, a cargo de Ignacio Echevarría, va a acompañada de unas notas que contextualizan los textos de Marsé y que se apoyan en la biografía de Marsé escrita por Josep María Cuenca (Mientras llega la felicidad, Anagrama). Es un libro plagado de desahogos y descalificaciones, cuando no directamente de insultos a políticos, periodistas, obispos y escritores. Es difícil sustraerse a la tentación de citar a algunos. A Baltasar Porcel le llama chorizo. A Isabel-Clara Simó, bruja. Tàpies le parece un camelo y un «plasta» vanidoso. Carlos Fuentes, un «picha mamarracho». Un artículo de Jaime Campmany le resulta vomitivo, otro de Juan Manuel de Prada, de una ridícula beatería. Juan Goytisolo «siempre se saca en procesión a sí mismo, aunque escriba de otro». La prosa de Cela la califica de campanuda, al escritor lo describe como un arribista sin escrúpulos y un indeseable sujeto. Benjamín Prado es un cotilla que le cae bien a pesar de su tremenda verborrea y Javier Rioyo, otro simpático chismoso. Los artículos de Umbral en El Mundo la parecen infames, «sus panegíricos literarios a Rajoy y a Rato son de una vileza que asombra». «Es un vanidoso gilipollas de mucho peligro, cuya prosa quincallera solo embauca a pedantes y snobs», añade. A pesar de que la metaliteratura no es muy de su gusto, Enrique Vila Matas es un escritor que respeta, aunque «se ha puesto algo pesado con el tema de Kafka». Con la prosa de Javier Cercas es más ambiguo. Juan Benet y Javier Marías siempre serán carne de teóricos porque encarnan la confusión entre la inteligencia y la creación. En cambio, Rafael Sánchez Ferlosio es un «grandísimo intelectual y sin embargo novelista». Y no ahorra elogios para los artículos de Juan José Millás.

Entre esos harapos del tiempo y sus agravios, entre esos jirones de memoria, el libro descubre a un Marsé íntimo jugando con su nieto, también al escritor orfebre, que disfruta corrigiendo y volviendo a corregir, y al hombre que dialoga con sus amigos muertos, Carlos Barral y, sobre todo, Jaime Gil de Biedma, a quien invoca recordando sobrecogedoramente uno de sus poemas.

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