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Arte y Letras

La muerte de los demás

Milena Busquets.

No debe haber prisa por procesar la muerte ajena. Quizás cuando pasa no es el momento adecuado y es a la vuelta de un tiempo, muchos años tal vez, cuando uno se arremanga y decide enfrentarse a ello. No hay normas. Ni tiene por qué haberlas. No hay nada más personal que la muerte, la propia y la de los que rodean a uno. Así que cada cual la aborda como quiere y como puede.

Es la muerte el tema central de las dos últimas novelas de Milena Busquets (Barcelona, 1972), algo que no deja de ser curioso y un gesto de cierta rebeldía cuando viene de una escritora (ella reniega de tal calificativo) que ha sido tildada de frívola y de hacer gala de esa despreocupación propia de las niñas bien a las que nunca les ha faltado de nada. Fue criada, en su caso, en el seno de una familia de la burguesía catalana con destacada relevancia en los círculos sociales y culturales (su madre fue la editora Esther Tusquets y su padre, el poeta Esteban Busquets) de esa añorada gauche divine que le ha proporcionado una vida acomodada y una exquisita educación intelectual y en las formas.

Pero a todo el mundo se le muere alguien y Milena Busquets reconoció al publicar su celebrada obra También esto pasará (Anagrama, 2015) que la de su madre le pilló sin estar preparada y necesitó tiempo para asimilarla. Ponerlo negro sobre blanco y envolverlo de autoficción le ayudó a ello, o más bien fue el colofón final. Ahora, ya reconciliada con la muerte («Nos equivocamos si no sentamos a la muerte con nosotros», ha dicho), vuelve a ella con Gema (Anagrama, 2021), titulada con el nombre de esa compañera de colegio de 15 años a la que una leucemia se llevó por delante. Entonces, encarrilando la adolescencia, tanto ella como el resto de amigas fueron conscientes de lo ocurrido lo justo, y no fue hasta muchos años después, ya adulta, cuando entendió la dimensión de lo que pasó y qué había significado todo aquello. Así lo narra en una novela en la que la protagonista se parece (y mucho) a la autora.

Lejos de ser un drama, la búsqueda de explicaciones a la muerte de Gema se convierte en un canto a la vida, a esa vida que para los demás no para y no queda más remedio que encarar por muy duro que sea. Porque al tiempo que trata de echar luz a la tragedia de aquella niña y su familia, la protagonista de la novela intenta escribir y acabar la suya, afronta una crisis con su novio, se desespera con la indolencia de sus hijos, queda con sus amigas para ponerse al día, busca destino de vacaciones...

Todo cosas muy frívolas, de andar por casa, sí, pero indispensables para sostener y dotar de cierto sentido a la vida. Reivindica Milena Busquets que, desde la ligereza, la alegría, se pueden hacer y decir cosas serias; que no hace falta recurrir al drama para escribir de la muerte de una madre o de una compañera de clase. Es incluso hasta sano darle la vuelta. Eso, su valentía por defender una actitud no muy bien vista en la España actual que todo se lo toma a la tremenda porque así parece que se lo toma en serio le hace muy respetable.

Así que ya puestos, un consejo frívolo para leer Gema: elegir un rincón del jardín o cerca del mar donde no dé el viento y haya mucha luz natural, acomodarse bien en el sillón y procurarse al lado una botella de vino blanco bueno, rico y fresco. Todo sin prisas y en soledad (o con compañía que no moleste).

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