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El taller literario de Miguel Hernández

El taller literario de Miguel Hernández

Pocas trayectorias poéticas han suscitado tanto interés a lo largo de nuestra historia literaria –algunas opiniones de trazo violento, otras bajo la penitencia de la hagiografía– como la de Miguel Hernández. Y, sin embargo, allí donde se construyen los ídolos de barro de la historiografía tradicional (aunque Miguel se llame, y otros devocionarios al uso), continúa despertando admiración el fulgurante itinerario de un muchacho humilde que quiso abandonar (temporalmente, podría sugerirse) las huestes del conformismo rural y predeterminado: de la bohemia provinciana a la corte de los poetas. Tampoco son ajenos, entenderá el desocupado lector, los inconvenientes políticos (y no políticos) que ha traído consigo una vida marcada tanto por la guerra como la noble defensa de unas convicciones personales: por hambre vuelve el hombre sobre los laberintos / donde la vida habita siniestramente sola, según escribe nuestro poeta en una composición memorable.

El taller literario de

Pero también resulta que esos laberintos, desusadas galerías y cobertizos que sus dominios alcanzan hasta el presente, han condicionado la lectura de un corpus textual «desde» una biografía totalizadora (en sintonía con la automatización de un abanico de tópicos muy reconocibles) y un horizonte ideológico de la producción segado por la esencialidad fenomenológica. Aquello que bien se podría denominar –sirviéndonos de Walter Benjamin– como una forma canónica de la vida mítica. O si se prefiere, ampliando la elevación de los literatos a la categoría de héroe, ese contenido autónomo donde obra, carácter y vida (llegó con tres heridas) se pliegan sobre el cartón expresivo de un objeto denominado Poesía (y perdón por la mayúscula) que mira envejecerse en el tiempo amarillo de las fotografías. Y ya es sabido que las sociedades capitalistas necesitan héroes.

Más allá de la moneda de cambio que (en tantas ocasiones) parece ocupar el nombre de Miguel Hernández, pues no hablaremos de archivos, aeropuertos y otras vicisitudes que no vienen al caso, conviene dedicar unas líneas a la última publicación hernandiana de José Carlos Rovira, catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Alicante. Bajo el título El taller literario de Miguel Hernández: (entre los clásicos y la vanguardia) y formando parte de la colección El niño de la noche. Miguel Hernández y su tiempo del sello editorial de la Universidad de Jaén, Rovira se adentra –a lo largo de ocho capítulos– en los entresijos que configuran la literatura hernandiana. Se trata de un volumen apasionante y apasionado, con un poso de sincera nostalgia, donde el lector atento podrá identificar un libro escrito a dos voces: por un lado, la exigencia en el análisis a la hora de acotar los límites entre el sensacionalismo y la rigurosidad científica; mientras que, por otro lado, el investigador muestra su estudio de trabajo y asienta el testimonio en primera persona como argumento (y parte) de la recepción hernandiana desde la posguerra hasta la actualidad.

Miguel Hernández,
leyendo un texto en 
homenaje a su amigo
Ramón Sijé.

Miguel Hernández, leyendo un texto en homenaje a su amigo Ramón Sijé. por MANUEL VALERO GÓMEZ

Aquí entra en juego una noción fundamental a la hora de valorar el planteamiento general de la obra, así como los principios de un historial académico dedicado a estudiar la producción literaria de Miguel Hernández durante más de medio siglo (desde 1967) y con títulos que quien más y quien menos sabrá enumerar. Puesto que la conceptualización del taller literario de Miguel Hernández no solo significa un posicionamiento y una actitud honesta hacia la tarea filológica, sino que representa –al mismo tiempo– un recorrido por la intrahistoria de la ordenación y catalogación del archivo hernandiano durante los años ochenta. De ahí que las más de doscientas páginas tengan un carácter aglutinante, ya que incorpora sus últimos trabajos dotando de unidad al conjunto y sin escatimar un ápice en el reconocimiento de los errores propios.

Otra cuestión interesante está relacionada con los apartados que presenta su estructura. Si bien realiza un minucioso viaje en la formación del poeta que justifica el subtítulo de la publicación (entre los clásicos y la vanguardia), desoye un andamiaje urdido por los heraldos negros del positivismo (aquello que el autor califica como «biografía exterior»), reconociéndose los ámbitos establecidos por el investigador en diferentes lugares de su bibliografía (naturaleza, amor, guerra y cancionero-últimos poemas). A partir de aquí, salen a relucir las relaciones textuales de Miguel Hernández con Darío, Guillén, Lorca, la poesía francesa o tres clásicos como Lope de Vega, Garcilaso y Bécquer.

Especial interés tienen el epígrafe Configuraciones imaginativas y su evolución en el texto y el capítulo sobre Las aventuradas traducciones entre 1932 y 1934, ya que rompen la baraja de los tópicos consabidos (como el autodidactismo, la pobreza, el buenismo o el genio-improvisación), marcados a fuego durante tantos años en la crítica literaria hernandiana como una deuda por donde sangra la herida, hasta el descenso humilde a la materialidad textual. No sería descabellado afirmar que, de algún modo, las disquisiciones en torno a los procesos formativos hernandianos que lleva a cabo Rovira combaten el evolucionismo y cuestionan la solidez de unas etapas canónicas basadas en la alargada sombra del aliento biográfico.

Pero El taller literario de Miguel Hernández, a fin de cuentas, también pretende ser el epílogo a una trayectoria fundamental en la pervivencia de la obra de Miguel Hernández y concede un espacio común a la despedida de esa generación dorada de investigadores hernandianos (pensamos, entre muchos otros, en Francisco Esteve, José María Balcells, Francisco Javier Díez de Revenga o Juan Cano Ballesta). Siempre nos acompañará esa excepcional definición realizada por el profesor José Carlos Rovira cuando, a propósito de los cincuenta años de la muerte del poeta, afirmaba que la historia de Hernández se confunde (a veces) con una parte esencial de la historia de nosotros mismos. Que resulta tanto como señalar que en los textos de Miguel Hernández descubrimos la explotación que no sabemos leer en nuestras propias vidas: ya sé que en esos sitios tiritará mañana / mi corazón helado en varios tomos. El problema es –en todo caso– que ese mañana se ha tornado presente y los mismos de antes (que somos los mismos de ahora) seguimos teniendo frío, será que la sombra continúa vencida.

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