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Didier Petit y el Alicante de mediados del XIX

El Museo de Bellas Artes Gravina rescata la obra de este artista francés a través de veintitrés óleos y dos gouaches que plasman imágenes de la capital alicantina así como de Elche, los huertos de palmeras y Crevillente

Obra de Didier Petit con el Castillo de Santa Bárbara al fondo. información

De sorprendente, por lo inédita y desconocida de la colección, puede calificarse la exposición que exhibe el Mubag hasta el 9 de enero, comisariada por su director, Jorge Soler, y la técnico del museo María José Gadea, surgida de los pinceles de Didier Petit de Meurville, vicecónsul que fuera de Francia en Alicante desde 1848 a 1857, cuyo retrato, obra del afamado pintor sevillano Manuel Ojeda, se puede también contemplar en esta muestra.

Cuadro del pintor con el Puente de la Virgen de Elche. información

Compuesta por veintitrés óleos sobre lienzo y dos gouaches, ejecutados con buena técnica y correcto tratamiento de la luz y el color, así como con una precisión de miniaturista, se plasman imágenes de la capital alicantina, su campiña y alrededores, al igual de que Elche, los huertos de palmeras y la cercana Crevillente.

Petit se hallaba en una ciudad donde la presencia comercial francesa era muy intensa desde que en el último tercio del siglo XVIII se estableciera, procedente de la localidad aquitana de Méritein, Pierre Maisonneuve, cuyo apellido derivó pronto en Maisonnave, vinculado al negocio vitivinícola y con posterioridad también a la acción política.

Familia pionera fue igualmente la de Louis Charles René, conde de Marbeuf, bien relacionado con la imperante casa de Borbón, con palacete en la calle Maldonado, de pronta restauración municipal, y que al floreciente negocio del vino, común en sus paisanos galos, unía también el de la exportación de uvas pasas, sedas y trigo.

Conocida la colección por una subasta llevada a cabo en septiembre del año pasado en el País Vasco francés, que la ha hecho aflorar, poco se sabía de las andanzas de Didier Petit en tierras alicantinas, salvo un breve epistolario de finales de agosto de 1849 que mantiene con el alcalde de la capital, Tomás de España y Sotelo, a raíz de una solicitud de este para que los ciudadanos franceses contribuyeran económicamente a sufragar los gastos de un polvorín bajo amenaza de persecución penal, cuyas cartas conserva el Archivo Municipal que se encuentra precisamente en la antigua casa-palacio de la familia Maisonnave-O’Connor.

Si la imagen amplia del Alicante de mediados del XIX la conocíamos por las fotografías que hicieran a partir de 1858 igualmente dos franceses, Jean Laurent y Jules Ainaud, que vinieron para cubrir la inauguración por parte de Isabel II del primer tendido férreo que unía Madrid con el mar, gracias a las pinturas de Petit de Meurville adivinamos con detalle cómo eran espacios de la ciudad como la plaza de San Francisco, hoy de Calvo Sotelo, la actual calle Bailén, con un recién inaugurado Teatro Principal al fondo, el puerto, el Castillo de Santa Bárbara, la iglesia y casa de Misericordia, trazos de la antigua muralla que defendía antaño la urbe, los campos y el litoral circundantes, todo plasmado minuciosamente y con la presencia de personajes tanto urbanos como rurales que le dan un toque pintoresco a los lienzos.

Pensemos que estamos ante una pintura figurativa costumbrista, con caballete a pie de escena donde se plasman extensos paisajes, en un tiempo al que le faltaban algunos lustros para que arribara el impresionismo y donde experimentaba un notable auge el plenairismo, es decir la manifestación pictórica llevada a cabo au plein air, al aire libre.

Muy elocuentes son también los cuadros que dedica a Elche, embriagado por el exotismo de sus palmerales y el entorno huertano, resaltando lugares como la Basílica de Santa María y el puente de la Virgen.

En ambas ciudades le tocó vivir momentos muy dolorosos, la epidemia de cólera de 1854, donde le entregó en su lecho de muerte un medallón de la Virgen María al gobernador Quijano, y la devastadora riada que sufrió la capital ilicitana el 6 y 7 de diciembre de 1853 cuando más de 300 casas quedaron arruinadas, costando entender cómo se desbordó un Vinalopó de ancho cauce que en sus cuadros aparece prácticamente seco.

Petit, nacido en la colonia francesa de Haití a finales de 1793, se casó con una dama acomodada de Lyon que le dio nada menos que catorce hijos, la cual nunca supo adaptarse al caluroso clima alicantino por lo que en 1857 pidió el traslado a San Sebastián, donde ejerció como cónsul hasta su jubilación en 1872, falleciendo al año siguiente en la cercana Biarritz.

Convertido en el más fiel «reportero plástico» del Alicante de mediados del XIX que podamos encontrar, la existencia de la obra de Didier Petit de Meurville merece perpetuarse en la memoria artística de un pueblo que, con él, ha redescubierto parte de la misma.

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