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Gamberrismo a espuertas

Los cuatro autores : A.Vidal, Báez, Fortarezza y Jorques (sentado), en el Aracataca Espresso Bar en Alicante. información

Allá por 2007, un vídeo muy extraño en el que aparecía un joven transformista bailando mientras sonaba una canción infantil del revés se convirtió en uno de los primeros vídeos virales de Internet. Se llamaba «Obedece a la morsa». Y esta referencia a la que alude el título juguetón de la novela no es baladí, puesto que, entre líneas, apunta hacia los nuevos cauces que presenta nuestra sociedad de consumo a la hora de encumbrar productos literarios que sean validados desde ciertas editoriales como una mercancía apetecible, y refrendados por el público masivo en un último eslabón. Llevado al extremo, la propia idea de ser «culto» sería un bien de consumo más y, por tanto, un valor que añadir a nuestra imagen en este mundo competitivo. En este sentido, Obedece a la morsa genera un debate, que va dando pequeños estallidos y eclosiona al final, acerca de si los que triunfan en el redil literario son unos farsantes autoconscientes, esto es, unos impostores que conocen los mecanismos para acceder al éxito, o simplemente cultivan una poesía pobre y ramplona debido a sus limitaciones, que tristemente son las que demanda el público lector, ávido de artefactos culturales de consumo fácil que cumplan «[…] los convencionalismos que exige la sentimentalidad en boga entre el vulgo contemporáneo». La novela introduce estas y otras disquisiciones tratadas con muchísimo humor y alejadas de toda cavilación pedante y esnob acerca de la naturaleza del arte y de la buena y mala literatura; algo que ya abordó Umberto Eco en Apocalípticos e integrados. En suma, toda la novela constituye primordialmente una crítica atroz, muy bien trabada y sabiamente argumentada, a la hipocresía y la falsedad, llevada a cabo con la frescura de cuatro autores que se saben absolutamente libres y son valientes y temerarios para proclamar la verdad desnuda por medio del sarcasmo y la irreverencia más absolutas; sacudiendo a los lectores con elevadas cotas de salvajismo. La novela no deja títere con cabeza. Sus ramificaciones críticas se extienden incluso a referencias a personajes reales disfrazados mediante el uso de heterónimos.

a espuertas

Pero vayamos por partes. La novela toma como hilo conductor la genealogía de la familia Lewitz, formada por tres hermanos: Judith, casada con Roberto, un industrial de la empresa de tornillos de su suegro; Efraín y Almanso. El relato se centrará en los vividores tres hijos de Judith y Roberto, una vez fallecida esta: Azriela, Roma y Ariel. Los tres gozan de la buena posición económica de la familia y se dedican a la editorial que fundaron sus padres, A Contrapelo. Además, habrá otra editorial, Frida, que fundará Almanso con la ayuda de Gonzo Ribalta, editor jefe, y la captadora Valeria Navarro. En este desfile de personajes aparecerán viejos amigos de Roberto de su época de estudiante, antes de que se casara con Judith y se aburguesase, como el pizzero Lino Ruccula y su socio Besnik que monta timbas clandestinas en el Raval o el poeta guerrero Najib que trabajaba para el CNI y busca ser readmitido capturando a Youssef, un poeta que forma parte de una célula terrorista. La narración está trufada de contrastes hilarantes como el que vincula la poesía con el terrorismo; tanto que a veces el lector no da crédito. Pero es que, además, estarán presentes todos los temas turbios y escabrosos posibles, siempre con un toque mordaz: drogas, chantaje, deudas, prostitución, corrupción política, mafias, juego y hasta elementos escatológicos, un secuestro, torturas y asesinatos. Habrá incluso activismo en pugna contra la falsa poesía representado por el grupúsculo denominado Comando Laicista de las Letras, que intentará boicotear un acto poético que estiman de una impostura y vaciedad insoportables. En fin, una locura muy políticamente incorrecta —este término se queda corto— que alcanza cotas de socarronería muy altas y con personajes disparatados hundidos en la miseria hacia los que extrañamente sentimos ternura, a la manera de una mezcla entre La conjura de los necios de John Kennedy Toole y Torrente, el brazo tonto de la ley (Santiago Segura, 1998) y cuyos rumbos se van entrelazando para confluir en la gran performance, la presentación del poemario de Paranoicaconreflex en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona. De los fuegos de artificio finales y de un cierre inteligente y redentor hacia la figura de la gran poeta Paranoicaconreflex nos enteraremos por boca de Roberto Lewitz en la carta última que dirige a sus tres hijos.

Sin duda, la protagonista de toda esta retahíla de personajes será Paranoicaconreflex, una poeta sin libro publicado que se ha dado a conocer en redes sociales —«poetuitera», se le llama— y que ha alcanzado la fama junto a otra horda de poetas jóvenes de nombres autoexplicativos como Diego Ojeras o Luis Relamido en esta gran mascarada pseudopoética que toma la forma de selfies acompañados de palabras grandilocuentes pero vacías y que hará que ambas editoriales, en decadencia económica, pugnen por tenerla entre sus filas en busca de un repunte. Intentarán seducirla tanto Gonzo, editor jefe de Frida, como Ariel Lewitz de A Contrapelo. Pero además aparecen muchos otros personajes con papeles muy importantes para la trama, como el atractivo sicario colombiano Yerry Restrepo, apodado Crespo Loco, responsable de mucha de la acción violenta de la novela y cuñado de Roberto a raíz de su relación con Roma, que vendrá a España enviado por un mafioso colombiano, haciéndose pasar por editor, a saldar unas cuentas con Efraín Lewitz. Y en el colmo del delirio también se verán involucrados los gitanos del barrio de La Sima en Barcelona y su nuevo patriarca Tonelada, que mantendrá unas relaciones muy turbias con Efraín y Jaume Gramunt, un productor de TV3. Esto último servirá para incluir una crítica al nacionalismo desaforado que usa de rehén aquello que llaman «cultura» para reafirmarse. En el transcurso de la narración encontramos otras críticas, como la dedicada a la ambigüedad e inacción de la izquierda —«el compromiso precisa dirección», en palabras de Simone de Beauvoir— o la literatura coyuntural, esto es, influida por una ideología en vigor que utiliza temas controvertidos de un momento concreto para así obtener el éxito inmediato por un cauce más rápido. Al final, parece expresar Obedece a la morsa, en esta sociedad de masas, tanto la literatura impostada como la política coinciden en su intento de crear un relato cómodo y aparente que aliente la vanidad de sus ejecutores.

La novela, con una sugerente portada obra del ilustrador Peter O’Toole, está publicada por una pequeña editorial alicantina fundada en 2015 por uno de los autores del libro, Adriano Fortarezza, y otro alicantino, Víctor Olcina. En esta misma editorial Fortarezza publicó su primera novela, titulada Berlín. Esta Obedece a la morsa está perfectamente orquestada y ensamblada en tres actos a pesar de contar con la escritura conjunta de cuatro autores que se distribuyen la escritura de capítulos de extensión variable de forma desigual, dejando cada uno su impronta en el mayor o menor barroquismo de la narración y otros rasgos característicos. Al final ese hibridismo de estilos dota a la novela de un cambio de ritmo estimable, por cuanto se vuelve tremendamente dinámica. Sobresalen en la forma algunas metáforas y expresiones audaces, como la alusión a «lenguas reflectantes» para referirse a los faros de los coches o «la mano se retorcía como las volutas de una orquídea». Por su parte, los capítulos, de nombres ingeniosos, hacen avanzar la narración o bien se regodean en jugosas digresiones, como la dedicada a la familia Lewitz, la historia de Najib, la adolescencia de Monosabio y su relación con Shaina Fatim, los insertos epistolares de la relación de Judith Lewitz con Yebo Cañascales o la alternancia abrupta de puntos de vista en el capítulo titulado «Carambola a tres bandas». Todo un universo de personajes y situaciones que permanecerán en nuestra mente una buena temporada al terminar la lectura. Pero, por supuesto, sirva lo dicho anteriormente para que no esperéis una obra academicista al uso; Obedece a la morsa no es apta para todos los públicos: está hecha pensando en un lector osado y sin prejuicios que guste de ahondar en los mecanismos oscuros que guían los resortes de la cultura y del mundo por extensión. Haciendo un símil musical sería como ver a los Sex Pistols escupir su música contestataria. La imprecación final de Roberto a sus hijos —«¡No desfaséis mucho!»— así lo recoge. No os la perdáis.

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