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Querido Corto

Querido Corto

El primer amor de Ana Sotomayor fue Corto Maltés. Fue, como todos los enamoramientos de juventud, arrebatador y apasionado, nacido de una lectura que la envolvía desde que su padre le regaló ese ajado ejemplar de las aventuras del marino creado por Hugo Pratt. Su mirada de ojos entreabiertos la atraía con la fuerza de esas aventuras en mares ignotos en los que el maltés se veía involucrado a su pesar, testigo no siempre inocente ni silente, pero perpetuamente acertado en esa frase que cerraba el diálogo con un requiebro de romanticismo descreído y decadente. Ana se enamoró de un ideal, de un espectro que recorre todas las páginas de Querido Corto Maltés, la maravillosa novela de Susana Fortes. Porque el marinero nacido de madre gitana sevillana en La Valeta ya no es un personaje de cómic más, es un icono de la cultura moderna, un ideal que nació en los elegantes lápices de un dibujante veneciano de adopción y nómada de vocación para desarrollarse más allá de las viñetas como la esencia de un siglo que abrazó los avances de la tecnología con alborozo, a la par que lloraba la pérdida de la magia. Quizás esa dicotomía es el origen de ese punto de cinismo que siempre acompaña a Corto y que le hace elegir el bando perdedor por norma. Sin las obligaciones propias de un personaje -aunque quizás nunca las llegó a aceptar-, sin las cortapisas de pertenecer a ese espacio entre imaginación y realidad que paradójicamente deviene en industria, Corto Maltés largó la última amarra: la que le unía a Hugo Pratt para vivir su propia vida. Aunque, como todo personaje dibujado, necesita siempre de la complicidad de quien haga de notario en dibujos de sus hazañas: gente como Rubén Pellejero y Juan Díaz Canales, que nos recordaron momentos que quedaron en el tintero del maestro veneciano, o como Bastien Vivès y Martin Quenehen, que le han ayudado a trasladar sus aventuras a la realidad del siglo XXI. Porque aunque Corto naciera en 1887, es eternamente joven y sus andanzas pueden ocurrir en cualquier momento del tiempo y del espacio.

Querido Corto porÁlvaroPons

Como Dorian Gray, el marinero tiene en la viñeta el cuadro que envejece con él, pero a diferencia de la creación de Wilde, él decide qué edad tendrá en cada encarnación. Y en Océano Negro (Norma Editorial, traducción de Eva Reyes de Uña) Corto Maltés decide ser un joven pirata que vive los primeros y convulsos años del siglo XXI, atrapado sin quererlo, como siempre, en una trama de espionaje internacional más propia en apariencia de James Bond, pero que pronto empezará a destilar el sabor de la escritura de Stevenson: la búsqueda del tesoro es la esencia de la aventura, la hazaña más romántica a la que Corto apenas puede resistirse. Y, pese a su incredulidad irreverente, se verá parte de un misterio que se transformará en una larga odisea, desde Japón a España pasando por Perú.

Quenehen se deja llevar por el personaje, firmando un guion de amena lectura que aborda el canon clásico del personaje pero modernizándolo con inteligencia, mientras Vivès interpreta con ese espectacular magisterio que ha alcanzado en los lápices pese a su juventud. Es increíble cómo el dibujante juega con las luces y con la elegancia de su trazo, con ese dominio de la figura humana que transforma cada gesto en una coreografía visual que atrapa la mirada en la lectura. Pese a su centenaria edad, este Corto no desentona en el mundo moderno y nos transmite esa esencia del mejor Pratt, sin renunciar a transitar los espacios propios del autor, como en esos momentos de inesperado disfrute sensual tan propios del dibujante francés.

No es difícil enamorarse también de este Corto Maltés.

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