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La redención por el arte

Necesitar y vivir en una segunda casa puede ser difícil

La redención por el arte José Joaquín Martínez Egido

Seguro que muchas personas hemos tenido momentos en nuestras vidas en los que hemos necesitado asirnos a algo ante un naufragio inminente y nos ha ido bien; aunque no siempre se consiga el objetivo dos veces con ese algo.

A modo de reflexión individual, a lo largo de ocho secuencias sin enumerar, la protagonista de Segunda casa (Libros del Asteroide, 2021), llamada simplemente M, cuenta en pasado episodios de su vida a Jeffers, personaje del que solo sabremos su nombre, desde el inicio, hasta el final: «Una vez te hablé, Jeffers, de cuando me encontré con el diablo en un tren […]» (p.7). Y de esta forma, la historia progresa de forma lineal sustentada siempre en la propia introspección de la protagonista, con pocas intervenciones a modo de diálogo de otros personajes y con algunas cartas muy breves. Todo mediante una redacción pulida sin buscar el melodrama, sino más bien al contrario, mediante una prosa sumamente objetiva, producto de una seria planificación del estilo, anclada en conceptos abstractos, que restan emoción de forma intencionada, y en donde la voz de la narradora lo es todo.

No es habitual encontrar novelas escritas en segunda persona como ocurre en Segunda casa de la personal y excelente escritora canadiense Rachel Cusk. En ella, recrea la obra Lorenzo en Taos (1932), en la que se cuenta una estancia de D.H. Lawrence en la casa de la autora, Mabel Dodge Luhan, tal y como Cusk expone al final de la novela. M vive en unas aisladas marismas con Tony, su marido, con su hija, Justine y con la pareja de esta, Hugo. Sabemos desde el principio que M pasa por una etapa complicada en su vida: «Creo que no me había dado cuenta de cuántas partes tenía la vida hasta que cada una empezó a liberar su capacidad para el mal» (p.7). Aunque gracias al arte, en concreto a la obra de un pintor llamado simplemente L, vuelve a una vida más agradable o, al menos, más encauzada.

Este matrimonio, contraído en la madurez, construye una segunda casa cerca de la suya, con la finalidad de tener invitados interesantes durante pequeñas temporadas. Esta segunda casa se conforma como un lugar paralelo y complementario a su propia casa y, en cierta media, a su propia existencia, de ahí el título. En esta ocasión, el invitado es L, cuya obra fue la tabla de salvación para M en el pasado, quien acudirá con una mujer joven y estupenda, en cierta medida antítesis de M. Esta invitación la concibe como el elemento reactivador que necesita su propia existencia.

Ese será el argumento: la exposición de la convivencia entre invitados y anfitriones, en la que se manifiestan las relaciones entre marido y mujer, hija y madre, mujer y mujer, artista y obra… Una trama sencilla construida mediante las continuas apelaciones de M a Jeffers, en las que se suceden afirmaciones («Da miedo vivir de la suerte» p. 91), ideas («¡Mejor pasar privaciones que vivir donde el otro se pasea disfrazado de amor!» p. 135) y digresiones breves («El lenguaje es lo único capaz de detener el tiempo, porque existe en el tiempo, está hecho de tiempo y además es eterno… o puede serlo», p. 126). Siempre relacionadas con la vida de M, y con las que llega a mostrar un egoísmo extremo en su propia insatisfacción personal, pues, por ejemplo, aunque Tony y su hija quieran un perro, ella se niega, porque ese perro podría restarle parte del cariño destinado a ella.

Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? Porque esa voz personal y magnífica en segunda persona es un rotundo acierto dada la temática y la forma de la novela; además, porque incide en la necesidad de afirmación de cada uno de nosotros, tanto con el auxilio de personas como mediante otros elementos: «Siempre he creído que la verdad del arte es tan válida como cualquier verdad científica, pero tiene que conservar su estado de ilusión» (p. 158-159). Y yo también.

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