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Vicente Carrasco, desde Gestalgar a la Terreta

Un río, un algarrobo, un mar y una palmera es un homenaje a la vida, a los amigos y a aquellos recuerdos teñidos en verde y negro, además de una autobiografía

Vicente Carrasco con su último libro.

Debo apresurarme a reseñar que el género biográfico siempre ha sido una de mis lecturas predilectas; disfrutar de la vida ajena, plena de éxitos y aventuras, ha formado parte de mi educación sentimental, tal vez recordando aquellos tiempos semi juveniles en el que los protagonistas de las series «Aventura» o «Misterio» de la prolífica y más tarde revisada escritora Enid Blyton pasaban sus vacaciones británicas desentrañando enredos en espectaculares lugares ingleses o escoceses mientras, y al mismo tiempo, se zampaban unas merendolas espectaculares. Un interesante preludio de lo que luego continuaron mientras desgranaban su infancia y adolescencia Ramón J. Sender en el primer volumen de su Crónica del alba o el de mi amigo y compañero de fatigas universitarias Mario Martínez en la excelente Donde da la vuelta el río. Luego, uno se hizo mayor, tan solo un poco más, y las biografías escritas por Ludwig, Maurois, Zweig o Boswell ocuparon un amplio espacio en mis lecturas preferidas, entre las que siempre destacaba Martin Eden, auto biografía novelada de Jack London, personaje de pueblo, socialista y brillante escritor de comienzos de aquella literatura norteamericana en la que destacó junto a Walt Whitman.

Toda esta prolija como escueta introducción viene a cuento porque el otro día mis amigos Vicente Carrasco y Amalia se presentaron en casa casi de improviso. Traían un espléndido regalo en forma de libro con tapa granate y expresivo título, Un río, un algarrobo, un mar y una palmera. En sus más de quinientas páginas, Vicente iba desgranando su vida y milagros, aventuras que muchas de ellas sus amigos ya sabíamos y otras que sorprenden por su descarnada narración. Desde su infancia en aquel minúsculo pueblo de secano de la sierra valenciana, Gestalgar, hasta sus primeros años de bachillerato en Chiva mientras, como era lógico en aquella España rural de los años cincuenta debía colaborar como uno más en las duras tareas agrícolas familiares para poder sobrevivir. Aquella triste España de la post guerra civil ya fue convenientemente explicitada por Carrasco en una narración que recogía brillantes descripciones de aquellas tierras y sus gentes, Remembranzas de un gestalguino, libro que mereció el apoyo incondicional de su ayuntamiento y de su pueblo ya que se vieron perfectamente reflejados en él a través del tiempo.

Ahora, Vicente ha dado dos pasos más pero sin retroceder ni un centímetro. Nos cuenta con su buen escribir habitual aquel día que su familia, harta de estar harta, cargaron todos sus enseres en un camión y echaron el cerrojo a la casa del pueblo para venirse a Alicante, a buscar una nueva vida. Vicente continuó sus estudios de bachillerato en el Jorge Juan e hizo buena aquella frase de Max Aub que «no se es de donde se nace sino de donde se hace el bachillerato». Y Magisterio, añadiría yo.

Vicente Carrasco, que nunca ha olvidado Gestalgar donde dispone de una casa bien acondicionada para recibir a sus amigos, es un alicantino más. Sobre todo cuando fijó sus ojos en aquella muchacha inteligente, bella y simpática que se llama Amalia Montahud con la que, muchos años después, sigue compartiendo existencia. Vicente, durante su etapa alicantina ha pasado por todo tipo de experiencias, positivas las más pero no exento de algún contratiempo, tan injusto como innecesario, que le ha hecho afirmarse en aquellas palabras de Jack London de que «el individuo debe alzarse frente a las adversidades» y porque como diría mi hija Laura interpretando al Ché Guevara, «la única lucha que se pierde es la que se abandona». Profesor de EGB, Inspector de Educación, Contratado Doctor en la Universidad de Alicante y felizmente jubilado, Carrasco ocupa gran parte de su tiempo en mejorar las jugadas de Fischer contra Spassky, de tocar el acordeón tan bien como el argentino/cubano Eddy Gaytan, utilizando la libreta para ir anotando aquellas cosas que le llaman la atención para luego verterlas en el ordenador dejando constancia de ellas en su bloc de «Ababoles y trigo», fotografiando a lo Gonçalves las ventanas más bellas del mundo que visita, o peleando contra la Administración para que la Memoria Histórica o Democrática sea algo más que un intento que no caiga en el olvido, como tantas otras cosas.

El libro, esta espléndida autobiografía que él mismo ha diseñado y publicado, también va de su hijo Vicente y de sus nietos, a los que pretende dejar este legado suyo. Por cierto, y hablando de su hijo, el antiguo guitarra solista del grupo alicantino Indra, más tarde Indras por mor de los celos de la multinacional, pretendió e increíblemente consiguió (Eric Clapton tuvo la culpa) que un servidor hiciera de «entertainer» en su ceremonia de casamiento con María y uno, que quedó muy satisfecho de su intervención, contempla ahora, horrorizado al leer las memorias de su padre, que de éxito, nada de nada. Para que vean que es cierto lo que dice Serrat: «nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio…». En su próximo matrimonio que Vicente Junior no cuente conmigo, ni por Clapton ni por Brian Wilson.

La autobiografía de Carrasco no resulta tan solo un homenaje a la vida sino, también, a los amigos, «los viejos, como Sofo, y los nuevos, los de la cena del atún» y a aquellos recuerdos teñidos con ambos colores, verde y negro, que han jalonado la vida de un personaje que a los setenta años todavía tiene mucho que contar y enseñar. Defensor a ultranza de la memoria colectiva de la gente, Carrasco se despide con un mensaje que repite en la contraportada y no puedo evitar trasladarles a ustedes: «Me desazona la desaparición de los saberes y de los recuerdos de todas las personas, por anodinos o vulgares que parezcan, porque son únicos y valiosos».

Vicente Carrasco, «Chulo» para los amigos, como decía la televisión cuando era en blanco y negro en aquel programa presentado por Federico Gallo, Esta es tu vida. Tu vida contada por ti mismo sabiendo, como sabes perfectamente y así nos lo recuerdas constantemente, que es conveniente no olvidar que las mismas experiencias vividas son recordadas de distinto modo por las diferentes personas que las han protagonizado.

Vicente Carrasco, honesto y equilibrado. Como siempre.

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