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Canto a la trascendencia

Ismael Cabezas.

El día en que murió Ian Curtis algo se rompió en todos nosotros. No lo digo yo, lo dice la huella que dejó aquella huida hacia delante. Los jóvenes y los no tan jóvenes quedaron un poco desamparados, pero su música siguió sonando. La obra artística siempre supera al artista, ya sea este pintor, poeta, músico o cineasta, es decir, su alma permanece aunque el paso del tiempo nos deje la ausencia física. En poesía este es un hecho universalizado y, gracias a la letra impresa, podemos revivir a esos poetas que dieron su alma en cada palabra. La trascendencia es el afán de cualquiera que construya una poética. Todos quieren trascender. Es el camino marcado.

Música que escucharé cuando hayas muerto, de Ismael Cabezas, publicado por la editorial La Garúa con prólogo de Carlos Serrato, es un poemario entroncado en eso que hemos llamado Pop. No es que Ismael no sea un poeta culto, que lo es, es que a partir del eco popular construye toda su identidad. Abre el libro con un poema que es toda una declaración de intenciones, el título del mismo así nos lo indica, Elogio de la belleza: «Las sonatas para cello de Vivaldi que escuchas/cada vez que, de nuevo, cae la noche de cualquier octubre./Esos antiguos versos, una vez más releídos/y que ahora, por fin, revelan toda su sabiduría./La mano tan blanca que sostiene la cabeza decapitada de la medusa».  

Existe un tono confesional en la poesía de Cabezas, la vida, y más concretamente su vida, adquiere la importancia capital en el libro, como rememora en el poema titulado La última noche de mi juventud: «Acababa justo ese día de cumplir treinta años / en una destartalada y sucia habitación / de un hostal de grotesco nombre / en una ciudad que nadie nunca recordaría. / Ninguno sabía nuestros nombres ni de dónde veníamos, / y hablabas con extrema delicadeza de ciertos detalles…» La simple anécdota, como en la poesía de Karmelo Iribarren, adquiere un carácter universal. Encontramos ecos de Gil de Biedma, en cuya obra el paso del tiempo adquiere un peso enorme, como en el poema que se titula Carta al padre: «He gastado más de media vida, / mi más sagrada juventud, / en escribir y enmendar palabras, / intentando iluminar los restos de la memoria ,/ salvar la vida del tiempo y sus miserias. / Tú jamás leíste mis poemas, / ni siquiera aquel poema de amor / ni siquiera aquel poema de amor / donde te rememoraba en todos / aquellos días tan lejanos». 

Ismael Cabezas (La Línea de la Concepción, Cádiz, 1969) es graduado social por la Universidad de Granada. Ha publicado, entre otros, los siguientes libros de poemas: Paisaje para un ciego (Fundación Luis Ortega Brú, 2008), seleccionado para el Premio Andalucía de la Crítica de 2009; Pisadas en la nieve sucia (Baile del So,l 2015); y Sutura (Ediciones en Huida, 2015). Sus poemas han aparecido en diversas revistas como Así Roithamer, Karavanazine, El coloquio de los perros, Cuaderno Ático, Cuadernos de humo y Estación Poesía. Ha escrito poemas para los proyectos expositivos de los artistas plásticos Yeyo Argüez y Juan Carlos Bracho. Es miembro del Instituto de Estudios Campogibraltareños en su sección de literatura. Ha sido galardonado con los siguientes premios de poesía: Arte Joven del Ayuntamiento de Madrid; accésit al premio “Creación literaria del Ayuntamiento de Madrid; Luz de poesía de Tarifa; Victoria Kent de poesía y el premio de poesía erótica de la Diputación Provincial de Cádiz. Ha impartido diversos talleres, tanto presenciales como online, de iniciación a la poesía y de poesía avanzada. Participa en los programas literarios estables del Centro Andaluz de las Letras (CAL).

Música que escucharé cuando hayas muerto es un poemario maduro, profundo y con una carga emotiva inmensa. La preciosa edición de la editorial La Garúa da el toque de distinción a una obra de una hondura que hiere, como muchos de sus poemas. Cabezas, con la artesanía del gran observador, nos marca el camino de sus obsesiones, de su vida, de todo lo que le atañe, que también nos atañe un poco a todos. Su vida es el reflejo del sentir de una generación, el abismo que se muestra ante nosotros. El último poema, que da título a la obra, cierra con unos versos que son clarificadores: «Y por eso temo a las palabras que he de escribir, / palabras modestas, gastadas, que intentarán honrar / la memoria de una vida triste, / y quizás, lo que más tema, es la música / que escucharé cuando hayas muerto».

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