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El mes en el que los «Fab Four» se hicieron adultos

Paul McCartney en la época de Let it be. |

Cuando los Beatles entraron en los estudios cinematográficos de Twickenham el 4 de septiembre de 1968 para grabar los vídeos promocionales de Hey Jude y Revolution a las órdenes del realizador Michael Lindsay-Hogg, eran ya un grupo altamente inestable, asediado por la caótica marcha de sus negocios y carcomido por las discrepancias internas. La táctica empleada para soslayar esos problemas durante la reciente confección del llamado Álbum blanco (renunciar a trabajar como una unidad y alentar los esfuerzos individuales) había dado como resultado un estimable elepé doble, pero no parecía tener mucho recorrido. El subidón experimentado durante la filmación del vídeo de Hey Jude ante 300 espectadores (lo más parecido a una actuación con público que habían hecho en más de dos años) llevó a Paul McCartney, convertido de facto en el director musical de la banda ante la incomparecencia de sus compañeros, a fantasear con la idea de que una vuelta a los escenarios les abriría nuevos horizontes y contribuiría a recomponer la cohesión del grupo. El proyecto, secundado en principio por el volátil John Lennon, acabó haciendo aguas después de colisionar con un iceberg llamado realidad, pero todo ese proceso dejó como legado más de 50 horas de filmaciones que, tal como revela la docuserie de Peter Jackson Get back, encierran muchas historias más allá de la crónica de un glorioso naufragio.

El plan ideado por McCartney para vencer la firme oposición de George Harrison (el beatle más reacio a cualquier propuesta que oliera de algún modo a beatlemanía) consistía en dar un concierto único que su empresa Apple filmaría y comercializaría en todo el mundo acompañado por un documental centrado en los ensayos, en los que la banda trabajaría un repertorio de canciones nuevas. El propósito original era ubicar el concierto en el club Roundhouse de Londres, pero la idea quedó pronto desechada en favor de escenarios alternativos a cual más disparatado (un anfiteatro romano en la ciudad libia de Sabratha, la cubierta de un crucero en medio del océano…), con lo que la posibilidad de volver a tocar en directo se fue alejando cada vez más para consternación de McCartney, que, a estas alturas, parecía el único verdaderamente interesado en llevar el proyecto a algún puerto, aunque no fuera necesariamente bueno.

De este modo, en los primeros días de enero de 1969 los Beatles se encontraron en los estudios de Twickenham ensayando para un concierto que probablemente no se iba a celebrar nunca. Y todo ello, ante las cámaras y los micrófonos del equipo de filmación de Lindsay-Hogg. La deserción de Harrison (con su imbatible frase de despedida: «Nos vemos por los clubes») elevó la situación de crisis interna a una fase de DEFCON 2 y obligó al grupo a reconsiderar todo el asunto: se mantuvo el plan de hacer un documental, pero los Beatles renunciaron al concierto y, después de transferir las operaciones al estudio de Apple en el número 3 de Savile Row, se centraron en grabar canciones para un nuevo elepé.

Un año duro y un buen rato

Durante décadas, el proyecto Let it be (la película de Lindsay-Hogg y el disco, que acabó siendo producido y mezclado por un Phil Spector en horas muy bajas) ha sido percibido como el deprimente retrato de una descomposición. Pero tanto la docuserie de Peter Jackson como el libro publicado recientemente con las transcripciones de las conversaciones más relevantes que tuvieron lugar en aquellas sesiones (Get Back. The Beatles, Libros Cúpula) nos ofrecen una perspectiva algo distinta y bastante más rica. Nos cuentan, por ejemplo, que en ese mes que transcurrió entre el primer día de rodaje en Twickenham y el concierto en la azotea del edificio Apple, los Beatles pasaron de la juventud a la edad adulta: pusieron sobre la mesa sus diferencias de forma honesta y articulada, adquirieron conciencia de su mortalidad como grupo, asumieron que los proyectos colectivos requieren renuncias y compromisos y aprendieron a disfrutar de la mutua compañía de una manera nueva. Como dicen los versos que Lennon aportó a la canción de McCartney I’ve got a feeling: todo el mundo tuvo un año duro y todo el mundo pasó un buen rato.

Percibido durante décadas como la deprimente crónica de un naufragio, el proyecto Let it be se revela ahora como el testimonio de una época en la que los cuatro beatles aprendieron a gestionar sus diferencias y asumir compromisos para seguir disfrutando de su mutua compañía.

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