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Un Planeta que ni seduce ni entretiene

Antonio Mercero, Jorge Díaz y Agustín Martínez: el trío de «Carmen Mola».

Oscar Wilde afirmaba que «hay solamente una cosa en el mundo peor que hablen de ti, y es que no hablen de ti». Con esta máxima por bandera, la primavera de 2017 nacía Carmen Mola con una campaña de marketing abrumadora, y una biografía ideada con la intención de empatizar con el público femenino. Tanto es así que la polémica, cuando se desveló que tras este seudónimo se escondían tres escritores, incendió las redes. Algo que, ateniéndonos a la afirmación de Wilde, no hace más que alimentar la leyenda y conseguir que todo el mundo hable de la publicación de una novela, algo que no podemos negar que es todo un logro en nuestro país.

Un Planeta que ni seduce ni entretiene porMARTAMARNE

La Bestia, Premio Planeta 2021, arranca con una imagen que busca generar un impacto en el lector desde el comienzo: un perro juega con la cabeza de una niña. La historia está ambientada en Madrid, en el verano de 1834. La ciudad está asolada por una epidemia de cólera. Nadie sabe bien cómo se contagia la enfermedad, y las acusaciones al clero de envenenamiento de las aguas causan revueltas y matanzas. En medio de todo ese caos, aparecen desmembrados varios cadáveres de niñas y los rumores dibujan a un ser monstruoso, a una bestia que solo puede ser de origen animal debido a su crueldad. La aparición de una sociedad secreta será el broche de oro para una trama que roza más el melodrama folletinesco que el thriller frenético que trata de vender la sinopsis.

Podríamos afirmar que no es una novela histórica, sino tan solo de ambientación histórica, si los autores no remarcasen de forma obsesiva la fecha de 1834. Desde la narración de la matanza de frailes del 17 de julio hasta la constante alusión a las confrontaciones carlistas. Tal vez por ello rechinen tanto ciertos anacronismos, como aludir al auge de las novelas enigma en Inglaterra siete años antes de la publicación de Los crímenes de la calle Morgue de Edgar Allan Poe; o que en un momento en el que la población analfabeta oscilaba entre el 80% y el 90% haya tantos personajes que saben leer –y que incluso se sorprendan cuando otro no sabe–; o que se apele a una protección a la infancia –que una niña no deba beber vino– que ni existía ni se intuía aún.

En los diálogos habla igual el rico que el pobre, y eso es debido a un uso paupérrimo del lenguaje en toda la obra. Los mismos adjetivos se repiten hasta la extenuación, y el empleo del tiempo presente para el narrador omnisciente no juega a su favor. A pesar de todo ello, puede que el elemento más molesto sea la poca confianza en la capacidad de retentiva del lector.

Hay una preocupación enfermiza por que este no se pierda a través de repeticiones constantes. El texto no brilla, pero la historia tampoco. Esta avanza a trompicones decayendo en exceso, y en demasiados momentos. Una obra tediosa que no cumple siquiera con la premisa más elemental que se le exige a este tipo de libros: entretener.

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