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Hermosas canciones abolladas

Hermosas canciones abolladas FERRAN NADEU

El shock pandémico ha enrarecido un poco más el ya, de natural, vulnerable paisaje mental del señor Mark Oliver Everett, tipo avezado a convertir sus tribulaciones íntimas en bellas canciones abolladas, como las de aquel álbum que le dio a conocer a gran escala, Beautiful freak (1996). Desde entonces, la obra de este californiano ha alentado vínculos estables en la afición, y la nueva, Extreme witchcraft, volverá a reafirmarlos a cuenta de un cancionero que alterna el primitivismo, la sagacidad melódica y una intranquila experimentación de laboratorio, emergiendo con nervio desde el caos. Esta brujería extrema debe parte de su punch a un cómplice que sabe cómo sacar a Everett registros inéditos, John Parish, músico y productor bien conocido por sus andanzas con PJ Harvey (y con nuestra Maika Makovski, entre otros). Esta alianza se estrenó hace dos décadas en un álbum de Eels, Souljacker (2001), si bien ahí Parish se involucró también como coautor de muchas de las canciones, mientras que en el nuevo trabajo la composición es 100% Everett. Pero, como entonces, resurgen los Eels de guitarras gruesas, saturadas y portadoras de crispación rockera, sobre todo en la primera mitad del álbum.

Ahí está esa Amateur hour que lo abre, desplegando una escena de ensueño («una mañana casi perfecta, el sol brillaba, los pájaros hacían bonitos sonidos») que se ve repentinamente truncada por el choque con «la verdad». Versos con clave sentimental, aunque aplicables al revés pandémico, resueltos con guitarras garajeras que aumentan de grosor en Good night on earth (hasta extremos zeppelinianos) y en ese Steam engine con ecos surf. Material determinado, ocurrente, a juego con el tacto funky, con fibra vocal a lo Beck (y wah wah guitarrero y falsete muy Prince) de Grandfather clock strikes twelve. La regla, reforzada en la era del streaming, de que las canciones más expeditivas deben concentrarse al principio del álbum se cumple también en la obra de un artista de aura tan libre como Everett. Lo cual sitúa a partir de su ecuador las jugadas más propensas a segundas y terceras lecturas, empezando por ese Stumbling bee asentado en un teclado meditativo, como So anyway, y culminando en What it isn’t, artefacto esquizoide que alterna recogimiento y furia, y que asiste la observación de Parish cuando dice que Everett se deleita en el estudio tal que un «científico loco». Extreme witchcraft es otro (buen) álbum de esta alma extraviada, que en la engañosamente jovial Learning while I loose reconoce «andar a tientas por las calles» mientras saca fuerzas de flaqueza. «Este no es mi momento, pero está bien / Voy aprendiendo mientras pierdo», nos confiesa el ciudadano Everett, tratando de poner un poco de orden y luz en el caos, el suyo y el de todos.

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