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Una sesión de espiritismo con Herman Melville

El escritor argentino radicado en Barcelona Rodrigo Fresán, que ha hecho de los mecanismos literarios y las historias de los escritores la materia prima de su trabajo, se vale de la figura fracasada y olvidada del padre del creador de Moby Dick en su nueva novela Melvill

El escritor argentino Rodrigo Fresán. | A.G.

El episodio apenas ocupa unas líneas en las mejores biografías de Melville. Un día el padre del creador de Moby Dick, acuciado por las deudas, decidió regresar desde Nueva York a la casa familiar en Albany donde le esperaban su mujer y el pequeño Herman, de 10 años. El invierno se interpuso en su camino y el padre emprendió la hazaña, absurda pero heroica, de cruzar a pie las aguas congeladas del río Hudson, lo que le condujo a la recta final de la neumonía que acabaría con él. El delirio febril de Allan Melvill (así, sin e, la vocal la colocaría la viuda para sortear a los acreedores), atado a la cama asistido por su hijo, es el motor de Melvill de Rodrigo Fresán (Literatura Random House), argentino radicado desde hace décadas en Barcelona, que antes se había servido de otro autor decimonónico, J. M. Barrie, en la novela Jardines de Kensington -que acaba de publicarse en japonés-.

Quien conozca la literatura de Fresán sabrá que esto no es un intento biográfico sino más bien, como apunta su compatriota Mariana Enríquez, una sesión de espiritismo -en la que no están excluidos los vampiros-; ya que el delirio de Allan Melvill se adapta a la perfección a la escritura explosiva y digresiva del autor.

Nadie sabe de qué habló el moribundo pero Fresán lo imagina a su manera, una manera en la que un cierto estilo Wes Anderson, alusiones a Pink Floyd, Matadero número 5 de Vonnegut, los Beatles y Bob Dylan y otros muchos detalles acronológicos conviven a la perfección con datos ciertos de la vida del escritor. «Hay inquietudes y obsesiones que son mías pero he querido contarlas con una voz particular, una mezcla de Shakespeare, la prosodia de la Biblia y El paraíso perdido de Milton, es decir, con la voz de Moby Dick», explica.

«En el XIX, el frío era una metáfora de la muerte. Un frío sin antibióticos podía matarte» Rodrigo Fresán

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Imposible no pensar que la blancura del hielo que mató al padre acabaría tiñendo a la mismísima Moby Dick, la gran criatura simbólica de la literatura norteamericana, una novela que Fresán conoció en una de las aquellas ediciones de Joyas Literarias de Bruguera, en las que alternaban cómic y texto «y que en ocasiones uno contradecía al otro».

Pero para Fresán esta es la novela de Melvill no de Melville, así que la gran gesta de la novela tiene que ser necesariamente el paso del Hudson y no la persecución del cetáceo, que apenas resopla por sus páginas. El blanco de Melvill es el del hielo y no el de la ballena. «El hielo es un elemento simbólico en Frankenstein o en Arthur Gordon Pym de Poe, pero también tiene un componente más terrenal, hay que pensar que un frío sin antibióticos era otra cosa. En el siglo XIX una gripe te mataba así que la meteorología era algo más ominoso y el frío, una metáfora de la muerte. Del mismo modo, es bueno recordar que la navegación era muy distinta. Me impresionó saber que los marineros no sabían nadar porque en caso de naufragio era mejor hundirte rápidamente».

«No fracasó Melville sino sus lectores contemporáneos. Moby Dick hace de ti un mejor lector» Rodrigo Fresán

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De tal padre, tal hijo

También vuelve a ser -tema recurrente en Fresán- un libro sobre la paternidad. Y aquí hay que decir que significativamente el diseñador de la portada haya sido Daniel, el hijo adolescente del autor. «Cuando nació mi hijo, John Irving me alertó de lo que se me venía encima. Y en lo primero que pensé es en los típicos quebraderos de cabeza de cualquier padre. No, me dijo, cuando tu hijo tenga un año te vas a acordar de cuando tú tenías un año. Te van a venir oleadas de recuerdos, de cosas que no pensabas que te ibas a acordar. Ese mecanismo está muy presente aquí, eso y el hecho de que empiezas pensando que vas a escribir la vida de tus hijos y al final ellos te reescriben a ti».

Es muy probable que el pequeño Melville a los pies de la cama no solo viera morir al padre, también acuñara el horror al fracaso que le perseguiría toda vida y que golpeó con fuerza en la novela que le haría famoso sin que él llegara a disfrutar ese éxito: «En mi novela introduzco un matiz -precisa Fresán-. No fracasó Melville sino los lectores contemporáneos del autor. Es verdad que Moby Dick era una novela muy a contracorriente cuando se publicó, pero para mí tiene la enorme virtud de exigirte una forma de leer. Y claro, habrá quien se quede por el camino, pero aquellos que han sido arponeados y seducidos se convierten en lectores muy distintos a lo que eran antes»

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