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Kishin Shinoyama: Espejo donde se refleja el tiempo

The birth, (Shinoyama, 1968).

«En la década de los setenta la gente hacía muchas cosas experimentales. Probando nuevas formas de expresión, yo trataba de averiguar qué se podía hacer con la fotografía que resultara asombroso. No había muchos medios interesados en mostrar la obra de un fotógrafo y había que crearlos. Me sentí muy emocionado durante ese periodo, parecía que todo me abocaba a hacer imágenes interesantes. No creo que exista otra etapa de absoluta felicidad fotográfica como la que viví»

Imagen de Yukio Mishima de la serie Nacimiento de Shinoyama.

Blow up

En mi más emocionante y sensitiva juventud, descubrir la obra de los grandes fotógrafos de la Historia y sentir una tremenda fascinación hacia ese trabajo, albergando la esperanza de poder convertirme en creador de fotografías fue un todo en uno; mi padre tuvo la feliz idea de hacerme un excelente regalo: suscribirme a la revista francesa Photo que acababa de salir al mercado y al no estar distribuida en España, por cuestiones de censura, no quedaba otra que abonarse. Se ocupaba, asimismo, de cine y sonido, aunque lo más importante eran los grandes portfolios de los fotógrafos más eminentes del planeta, tanto los históricos como los que comenzaban su carrera. Pronto llegó a casa el primer número en el que venía en portada la actriz Catherine Deneuve portando al cuello un montón de cámaras de las marcas más significativas en una fotografía que realizó David Bailey, uno de los grandes retratistas británicos, que acababa de convertirse en su esposo; en la sección dedicada al cine constaba un artículo sobre la película de Antonioni, Blow up, recién estrenada, en el que destacaban las imágenes de la célebre sesión fotográfica entre el fotógrafo protagonista del film, David Hemings y la modelo Verushka, La leçon de seduction me parece recordar que se llamaba el reportaje. En España, en aquel entonces no había escuelas de fotografía como las hay ahora, de todas formas, yo siempre me las arreglé para aprender las cosas por mi cuenta; siempre me resultó extraño seguir horarios y disciplina escolar. En toda ocasión preferí ir por libre, creándome un método propio de trabajo, aún a costa de tener problemas familiares que no entendían mi forma de proceder. Esa revista me enseñó mucho. Ver y estudiar la obra de fotógrafos tan interesantes fue una buena escuela que me resultó muy útil, como también frecuentar las salas donde se proyectaban las buenas películas, las películas de los grandes autores europeos que entonces se realizaban la mayoría en blanco y negro, era una buena fuente de aprendizaje para jóvenes ávidos en conocimiento y sorpresa.

Imagen de Yukio Mishima de la serie Nacimiento de Shinoyama.

Talismanes

Las películas del austriaco Fritz Lang, maestro de maestros, a la cabeza con su muda Metropolis, pero tan expresiva fotográficamente, como asimismo las películas negras que rodó en Hollywood y que fueron tan influyentes. Pienso además en el polifacético Jean Cocteau y su vertiente cinematográfica tan importante, con Orfeo y su testamento, que tanto significó para la nouvelle vague, en imágenes delirantes y surreales; no debo pasar por alto al Alain Resnais de El año pasado en Marienbad, cuya fotografía nos dejó sin aliento; las nuevas ideas sobre el polar en Alphaville, de Jean Luc Godard y su magnífico plano secuencia; el Free cinema inglés, con cineastas como Josep Losey y sus películas Eva (1962), y El sirviente (1963). Richard Lester y su demoledora para la época The knack (1965) y Jack Clayton y, su obra maestra de 1964, la comedia dramática Siempre estoy sola, y la versión de Otra vuelta de tuerca, de Henry James con la magistral fotografía de Freddie Francis donde recreaba una misteriosa ambientación. El cine italiano y las obras de Federico Fellini, La dolce Vita y Otto e mezzo, y su director de fotografía Gianni di Venanzo; Antonioni y su trilogía, La aventura, El eclipse y La noche, también con Di venanzo. Pasolini y su operador Giuseppe Ruzzoline; Visconti y Giuseppe Rotunno, y Bertolucci con Vittorio Storaro. Directores de fotografía que sabían mucho del ejercicio de colocar la cámara en el lugar adecuado para realizar el mejor encuadre y la mejor forma de iluminar la secuencia. Las exquisitas imágenes de todo «lo» de Orson Welles, desde Ciudadano Kane (1941), película de gran madurez, a pesar de haberla realizado cuando contaba 25 o 26 años de edad, pasando por el maravilloso noir Touch of evil (1958) cuyo inicio, a través del impredecible plano secuencia ha sido y es motivo de inspiración para investigadores, hasta la última, Fake (1973), que rodó en plena madurez y parecía una película realizada por un joven cineasta undreground. El otro lado del viento, rodada entre 1970 y 1976, que a su muerte dejó inacabada, finalizada muchos años después por su amigo y colaborador Peter Bogdanovich. El cine sueco también guarda joyas como Dies Irae (1943), Ordet (1955) y Gertrud (1964), fotografiadas por Henning Bendtsen, que suponen la culminación del lenguaje cinematográfico de Carl T. Dreyer, cumbres del cine europeo junto a la obra de su aventajado alumno Ingmar Bergman y sus excelentes El séptimo sello (1956), Fresas salvajes (1957), El rostro (1958), fotografiadas en fascinante blanco y negro por Gunnar Fischer, en la que destaca una estética expresionista.

Imagen de Yukio Mishima de la serie Nacimiento de Shinoyama.

La obra de Alfred Hitchcock también contiene infinidad de films cuya fotogafía embelesa al estudioso, como la incuestionable Vertigo (1958), Psycho (1960) y la experimental Rope (1948), drama de suspense que supone toda ella un enorme plano secuencia no totalmente real pues técnicamente era imposible su realización en la época. De Woody Allen significaría la enorme Manhattan rodada en 1979 en luminoso blanco y negro por Gordon Willis que también es el responsable de Zelig (W. Allen, 1983) y de la trilogía de El padrino, de F. Ford Coppola. No debo dejar pasar por alto al director de fotografía italiano Carlo di Palma, que fue responsable de Sombras y niebla, titulo menor en la filmografía de Allen, pero con una impresionante fotografía que rendía homenaje al cine expresionista alemán. En el cine español destaco la primera obra de Gonzalo Suarez Ditirambo (1967), magistralmente retratada por Juan Amorós, que tanto trabajó para los directores de la Escuela de Barcelona; el genial director de fotografía Luis Cuadrado, bajo las ordenes de Carlos Saura en Peppermint frappé (1967); Francisco Sempere en Plácido que rodó Berlanga en 1961, bajo los parámetros del neorrealismo. Y cómo no mencionar a Alfredo Fraile, otro de nuestros grandes directores de fotografía, en Muerte de un ciclista (1954), dirigida por Juan Antonio Bardem. Luis Buñuel y Salvador Dalí en las vanguardias parisinas, auspiciados por los duques de Noailles, nos noquearon con el esplendor de sobresalientes imágenes surrealistas que nunca fueron superadas y sirvieron de inspiración para otros cineastas: El perro andaluz (1929) y La edad de oro (1930), dos obras vanguardistas que significan, aún a día de hoy, la cumbre del surrealismo en el cine. En su etapa mexicana, Buñuel, deslumbra con Los olvidados (1950), Él (1954) y El ángel exterminador (1962) fotografiadas por Gabriel Figueroa.

Imagen de Yukio Mishima de la serie Nacimiento de Shinoyama.

Películas que he visto una y otra vez, intentando averiguar los secretos contenidos en cada una de sus imágenes, penetrando en su calado, leyendo entre sus líneas, aprendiendo y disfrutando de su belleza, contemplándolas finalmente como se mira un libro de fotografía.

La importancia de Photo

Volviendo a Photo, la revista donde solía estudiar la obra de los maestros contemporáneos de la fotografía, que nació a mitad de los bulliciosos años sesenta y todavía continúa editándose, es una revista popular, divertida y muy comercial. No me conformé solo con ella y me aboné a otra revista que tenía gran prestigio, de aspecto más severo en la concepción de su diseño gráfico y editorial, Camera, que se hacía en Suiza. Otra de las revistas influyentes fue la española Nueva Lente que procede de inicios de los años setenta, aunque tuvo una corta vida.

Y una vez mencionado toda mi colección de talismanes pasemos al motivo fundamental del relato de este artículo que no es otro que el gran fotógrafo japonés Kishin Shinoyama.

Descubrimiento

En uno de los primeros números de Photo fue donde descubrí al fotógrafo que traigo hoy a PhotoSoul, el japonés Kishin Shinoyama que, a través de una forma de abordar diferentemente el desnudo en exteriores, su icónica serie Nacimiento, realizada en los años sesenta, me atrapó de tal forma que quise saberlo todo sobre él y su obra fotográfica, en la que muestra la naturalidad y la belleza de la anatomía humana a través de imágenes compuestas con hálito clásico, dotando a la composición de enigmas de carácter surreal, cuerpos integrados en la naturaleza como expresivas esculturas de carne y hueso. Recordar a Kishin Shinoyama es como mirarse en un espejo que refleja el tiempo. El fotógrafo japonés y su obra supone un emblema que Japón ha lanzado al mundo occidental desde los inicios de su trayectoria, quizá por delante de Nobuyoshi Araki y Eiko Hosoe.

Nacido en Tokio en 1940, comenzó a tener visibilidad como fotógrafo en la década de los sesenta. Su visión vanguardista de los temas que trataba llamó inmediatamente la atención de los medios, ganando el premio APA que concedía la asociación de fotógrafos publicitarios de Japón, siendo el fotógrafo más joven incluido en la exposición de 1966, Diez artistas de la fotografía japonesa contemporánea, que tuvo lugar en el Museo Nacional de Arte Moderno de Tokio. A partir de esta exhibición su carrera se dispara, consiguiendo numerosos premios alrededor del mundo, destacando su presencia en el Pabellón de Japón en la Bienal de Venecia de 1976.

Imagen de Yukio Mishima de la serie Nacimiento de Shinoyama.

Reconoce su fascinación por Henri Cartier Bresson, Jacques Henri Lartigue, Brassaï y Man Ray que fueron determinantes en su manera de interpretar su propio trabajo; además de Guy Bourdin y Jean Loup Sieff, nunca olvida Shinoyama la película francesa de 1966, Un hombre y una mujer, de Claude Lelouch, que no solo la destaca a partir de sus imágenes pues considera sublime la banda sonora compuesta por Francis Lai y Pierre Barou y la presencia magnética de Anouk Aimèe, su protagonista femenina. El inmenso respeto que siente por estos creadores no le ha permitido jamás el mínimo intento de copiar sus trabajos.

La artista conceptual Yoko Ono conocía su obra más comercial, cuando Shinoyama realizaba portadas para revistas, y quiso que fuera él quien realizara las fotos de su álbum Double Fantasy que grabó junto a John Lennon en 1980, tres meses antes de la muerte del ex beatle.

Uno de sus trabajos más controvertidos junto con su serie Nacimiento fue el que realizó con Yukio Mishima. No se puede hablar de un trabajo personal del fotógrafo pues parece ser que se realizó por medio de un encargo del propio escritor.

La muerte de un hombre

Con este título, la editorial neoyorkina Rizzoli publicó la colección de fotos que Shinoyama realizó con Mishima. Uno de sus grandes trabajos inspirado en la vida y obra del gran escritor, inclasificable por su modo de vida en términos culturales y políticos y su fijación erótica hacia la muerte. Parece ser que el mismo Mishima fue quien orquestó cada una de las sesiones fotográficas, dirigiendo las poses, encuadres y composiciones, mientras que Shinoyama solo cumplió órdenes. A pesar de que esta serie se edita completa en este libro, algunas décadas después de su realización, la revista Photo ya había publicado muchas de sus imágenes a inicios de los setenta donde el literato se mostraba convertido en un San Sebastián asaetado. Obsesionado Mishima por la figura de este santo desde que en su primera juventud descubriera el cuadro de Guido Reni El martirio de San Sebastián que le despertó al onanismo, tomándolo como base para estas sesiones escenificadas que configuran una obra de extraordinario climax, muy significativas para el universo homosexual.

Mishima

El prolífico escritor Yukio Mishima, bautizado por The New York Times Magazine como un hombre del renacimiento, aunque la revista Life ya se había referido a él como el Heminway japonés, fue uno de los personajes favoritos de la prensa internacional a causa de su extraordinaria personalidad; fue actor y director de cine, cantante y culturista e incluso practicante de artes marciales. Su obra literaria supone una visión trágica de la existencia y una fascinación por la muerte. Amante de la literatura occidental, era admirador de Goethe y Proust y del concepto filosófico del suicidio según los argumentos de Marcel Camus.

«El valor de un hombre se revela en el momento en el que su vida se enfrenta con la muerte», afirmó.

En 1968 fue considerado el principal aspirante a conseguir el Premio Nobel de Literatura, pero fue derrotado por su mentor, Yasunari Kawabata.

Se quitó la vida a los 45 años practicándose el haraquiri cuando gozaba de plenitud física y una notable creatividad literaria, estableciendo de esta forma su fantasía de convertirse en un mártir sacrificado, alcanzando su cenit vital con su propia destrucción.

Haraquiri

Es un ritual suicida consistente en abrirse el vientre por medio de un corte. Conocido igualmente como sepukko, había sido considerado durante siglos un derecho a morir de los guerreros samuráis; derecho que fue abolido con la intención de modernizar Japón a finales del siglo XIX.

Final

El trabajo de Shinoyama ha sido determinante para documentar la ciudad, fotografiando el desarrollo del paisaje metropolitano de Tokio, al mismo tiempo que ha mostrado su preocupación por la sociedad, cultura y política de Japón, plasmando de forma costumbrista el estilo de vida de los ciudadanos en las diferentes etapas que configuran sus sesenta años de trayectoria.

En sus últimos trabajos ha desarrollado una dinámica, a través de la más vanguardista tecnología con el fin de experimentar nuevas formas expresivas. Su proyecto multimedia digital Digi+ Kishin es el resultado de una nueva perspectiva entre el cine y la fotografía.

El desnudo ha sido y es una constante en la obra de Kishin Shinoyama, sobre todo de chicas muy jóvenes, habiendo publicado infinidad de libros sobre este asunto, algunas de ellas realizadas en entornos públicos. Las imágenes de su libro Gekisha utilizando modelos no profesionales en su tierna edad, que mostraban su desnudez entre las luces de neón y los edificios de hormigón de Tokio, suscitaron una gran polémica. En 2009 la policía registró su casa y sus oficinas bajo la sospecha de haber cometido hechos impúdicos. En 2010 fue condenado culpable de indecencia pública y profanación de un lugar de culto, por haber realizado una sesión fotográfica con niñas desnudas en el Cementerio de Aoyama, siendo penalizado con una multa de 300.000 yenes.

Ante esta condena, el fotógrafo comentó: «La expresión del desnudo está en constante evolución según la época, la localidad, las creencias del país, la ley, el sentido común, y de acuerdo con estos conceptos hay libertad o prohibición, aunque pienso que nuevas expresiones son todavía posibles».

Siempre a cuestas con la experimentación, su visión del desnudo no significa simplemente mostrar un cuerpo femenino pues el entorno en el que la mujer se desarrolla, evolucionando de forma natural, es determinante para lanzar nuevos mensajes que configuran una nueva forma de expresión.

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