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Rammstein en modo vulnerable

Rammstein

Lo que faltaba: Rammstein en versión frágil y sentida, a tono con el estado de ánimo que cubre el mundo desde que el covid-19 lo frenó en seco. Tras el parón pandémico, el grupo berlinés regresa en modo introspectivo y hasta melancólico con una obra, Zeit (tiempo), que deja un rastro de reflexiones sobre la fugacidad de la existencia. Ahí están esos versos angustiosos de la canción titular, que caen a plomo entre las lentas zancadas de metal pesado: «vemos, pero estamos ciegos», «vamos en deriva hasta el final», «el tiempo no tiene piedad»…

Material con pompa y circunstancia, con sus guitarras de titanio y su electrónica gruesa, transmitiendo ahora más recogimiento anímico que ganas de invadir el país vecino. Si ya ni siquiera tipos como Rammstein se sienten amos de su destino, ¿qué nos queda? Pero Zeit no es un disco anti-Rammstein, sino que proyecta su identidad de forma más serena y matizada, acaso consciente de que el paseo militar que practicaban en trabajos anteriores no podía durar eternamente. Se abre con un poco de arte gótico atormentado (Armee der tristen, buscando motivación ante las «flores marchitas» y «la fiesta de los desesperanzados») y se cierra con un anuncio de despedida, Adieu, de interpretación libre (¿un cercano fundido del grupo?), en el que clama por «una última canción, un último beso», asumiendo que «ningún milagro sucederá».

Tic, tac, el tiempo pasa

Mientras su disco anterior, homónimo, les tomó 10 años de elaboración, para el nuevo han bastado apenas tres. Aquel era un trabajo de reafirmación sónica y anímica, y este tiende al receso aun sin abandonar su vocación más invasiva. Es cierto que el tema Zeit practica un apesadumbrado baladismo (extremado en la remezcla de cámara del islandés Ólafur Arnalds, publicada en el single), que Schwarz da alas a líricos arpegios de piano y que Meinen träten presenta una dolida marcha a cuenta de una historia truculenta (la madre que maltrata a su hijo). Pero no faltan las estratégicas invectivas brutales en el trayecto aplastante con texto ácido de Zick zack (que ridiculiza la cirugía estética, de nuevo apelando al paso del tiempo: «corta eso, tic, tac, te estás haciendo viejo»), en el desbocado Angst y en ese extravagante canto de feria llamado Dicke titten.

Rammstein desliza signos de debilidad sin romper su ley, dando salida a sus pulsiones íntimas desde su imaginario literario de excesos grotescos y su gusto por el aplastamiento castrense. Y no renuncia a su fascinación por la épica industrial, como expresa esa portada en la que los miembros del grupo bajan por la escalera del Trudelturm, monumento de 1936 a la investigación aeronáutica sito en Berlín. Una imagen cuyo autor no es otro que Bryan Adams, rockero (light) también reconocido como fotógrafo.

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