Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Los demonios de Kendrick Lamar

Kendrick Lamar.

Con discos como To pimp a butterfly (2015) y Damn (2017), Kendrick Lamar se convirtió en punto cardinal de ese renovado canon pop que gravita en torno a la música urbana afroamericana: la herramienta verbal del rap y amalgamas familiarizadas, en su caso, con el soul y el jazz. Grandes expectativas preceden a este Mr. Morale & the big steppers, cuya foto de portada funde el recogimiento familiar y el dolor del alma; la caricia y la corona de espinas.

Una foto indicativa de este trabajo sufrido, en el que Lamar atraviesa sucesivas capas de brumas tratando de encontrar «algo de paz mental en esta vida». Así lo expresa en la pieza de apertura, United in grief, con su rap trabalenguas y su percusión con ecos de batucada. Nos prepara para una obra que deja poso a través del monólogo poético y la descripción de demonios interiores, tanto en clave personal como colectiva. Disco que Lamar ha puesto en circulación sin previo goteo de singles (el que salió el lunes, The heart part 5, no está incluido en el disco) y entendiéndolo como una obra compacta.

Asuntos de familia

Repertorio con 18 canciones (doble álbum) en el que Lamar dispara a diestro y siniestro configurando una especie de catálogo universal de conflictos mentales y sociales. Reproches a la figura paterna (Father time) y críticas a la elevación del famoso como guía (Savior); defensa de la pareja trans frente al rechazo de la Iglesia (Auntie diaries) y cuestionamiento de la cultura de la cancelación y de los protocolos anticovid (N95). Ahí juega Lamar con el contraste entre su voz a menudo airada y el sereno riego de los arpegios de piano, que dan forma a un distintivo hilo conductor a lo largo del trabajo, clave neoclásica acentuada por ocasionales marejadas orquestales. El momento más extremo: We cry together, orgía de intimidades de pareja, regada por insultos mutuos, en histérico diálogo con la actriz Taylour Paige.

Lamar se erige en Mr. Morale, el ciudadano consciente de centrar miradas necesitadas de modelos de comportamiento, un rol que no parece hacerle feliz, dadas las muestras de fragilidad que esparce a lo largo del disco. El punto más delicado llega con Mother I sober, en la que evoca sus traumas infantiles y fracturas familiares con pulso notarial y donde Beth Gibbons (cantante de Portishead) da la réplica con una estrofa temblorosa en la que se limita a repetir: «Ojalá fuera alguien/ Cualquiera menos yo».

Y al final, Mirror, la pieza pop más canónica, arroja luz con la mención a su hija, y tras dejarnos claro que «todo es tóxico». Cierre de un disco que ofrece una sesión de terapia a corazón abierto y donde Kendrick Lamar eleva una voz propia sobre la memoria de toda una tradición musical, la que le conecta con tótems del calibre de Gil Scott-Heron, Nina Simone o Marvin Gaye.

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats