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El gran interior (y II) Desplazamientos geográficos

Winterhouse (2002), de Décosterd y Rahm. | REINER RIEDLER

Para el filósofo Peter Sloterdijk, la desconfianza en el medio que nos rodea (motivada por la polución ambiental, el cambio climático, etc.) junto con el desarrollo de las tecnologías de control y confort del aire, nos ha llevado a un proceso cada vez mayor de «interiorización» del espacio arquitectónico. Para el alemán, la atmósfera que compartimos es hoy el resultado de un diseño específico y predeterminado de una sociedad en constante cambio. Un elemento manipulable, controlable -casi en condiciones de laboratorio- y almacenado de forma óptima. El interior, el espacio que habitamos, no solo posee una determinada tecnología sino que es en sí mismo una gran máquina climática; esto es, una «gran escultura de aire» que sus habitantes atraviesan a modo de «instalación respirable».

Ski Dubai Indoor (2006).

Así pues, el ser humano se convierte no solo en usuario sino también en «dueño y señor del clima», como lo era Christof en el mundo para Truman Burbank que ya describimos.

Pero, ¿dónde podemos situar el arranque de esta idea?

Quizás podríamos marcar su origen con el advenimiento de la patente del inventor estadounidense Willis H. Carrier, desarrollada en 1906, sin competencia ni antecedente conocido, que permitía controlar y regular la humedad en el interior de los espacios habitables, convirtiéndose así en el pionero en la creación y comercialización de productos de acondicionamento del aire interior. Con su máquina revolucionó radicalmente la industria, proporcionando al usuario un dispositivo de filtrado y control de la temperatura y la humedad que le permitía aislarse por completo del «incómodo» exterior.

Será, pues, a partir de este momento que los arquitectos se verían capacitados para desplazar, mezclar y modificar artificialmente el aire que respiramos, otorgando al aire diseñado una nueva cualidad; esto es, materia prima para la concepción de nuevos espacios arquitectónicos.

Uno de los ejemplos contemporáneos más clarividentes podría ser la Winterhouse (2002), de los arquitectos Jean-Gilles Décosterd y Philippe Rahm, en la que plantearon algo parecido a las cámaras de simulación ambiental producidas en ciertos ámbitos científicos, donde se reproducen determinados ambientes en condiciones de laboratorio. Concebida para el artista Fabrice Hybert, se producía un desplazamiento geográfico desde la costa atlántica francesa hasta Tahití. El invierno se convertía en verano, la noche en día, las plantas caducas sin hoja ni savia en pleno invierno daban paso a las especies tropicales, a las plantas en plena floración estival, a los aromas intensos.

La casa debía construirse en el campo de Vendée, cerca de un pequeño río, a una cierta distancia de otras viviendas. La casa era un continuo desfase horario, una vivienda en jet-lag, donde la cualidad espacial no solo era dimensional y visual, sino que trabajaba sobre lo invisible, en la gestión de los flujos luminosos, de sus intensidades y de su componente espectral, de las variaciones del porcentaje de humedad y temperatura.

Sobre una temperatura exterior en invierno de 5°, por ejemplo, el interior de la casa estaría climatizado a 20°, con un 50% de humedad. Por lo tanto, en invierno el interior de la casa en Vendée se convertía en un clima meridional o tropical, a elección del ocupante. Para este propósito sus autores desarrollaron una arquitectura de aire, invisible pero físicamente modificada. Frente a la selección de una temperatura fija y homogénea característica de los sistemas de calefacción centralizada, sus autores proponían una variada topografía térmica en la que los distintos usos se distribuirían según la temperatura elegida para cada uno de ellos.

De esta manera, y de regreso a los postulados de Sloterdijk, la arquitectura podría ser entendida hoy más como el proyecto de diseño del aire que nos envuelve que como el diseño geométrico y formal del espacio. De Los Ángeles a Tokio, de Dubai a Sidney, nuestro mundo globalizado nos ha llevado a respirar un aire cada vez más sintetizado, preconcebido y embriagador, envolviéndonos en una reconfortante atmósfera diseñada, perfectamente desarrollada y «perfumada».

Luis Navarro es arquitecto y profesor de la Universidad de Alicante

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