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Alabanza de un cierto disfrute

Elia Barceló presenta hoy en Elda su última novela, Muerte en Santa Rita (Roca Editorial).

He de reconocer que he adquirido ciertas costumbres a lo largo de los años. Por ejemplo, no perderme la última película de Almodóvar, escuchar el último disco de Alaska, lo haga con quien lo haga, o leerme lo último de Marías o de Vila Matas… Pues bien, eso me pasa con las novelas de Elia Barceló desde hace un tiempo. Novela que publica, novela que leo. Me hace disfrutar con sus historias y, de esa forma, pasar un tiempo agradable que redunda en ser un poco más feliz.

Mediante 18 capítulos largos y un epílogo, divididos en secuencias que tratan diferentes asuntos de los personajes, con un predominio de la estructura lineal, con dos cortos flash back y con la inserción de algunos textos y cartas en primera persona, Elia Barceló en Muerte en Santa Rita (Roca, 2022) nos integra en esa peculiar comunidad transgeneracional, con casi 40 personas, durante más de 400 páginas que es ese Huerto de Santa Rita, el que fuera elegante balneario de talasoterapia y después sanatorio (manicomio) de enfermedades nerviosas femenino.

Creo que es una novela concebida como un guiño a esas historias de Agatha Christie de las que fui seguidor sin conocimiento, y ahora lo soy convencido. Una casa más o menos apartada, con personas diversas y con un asesinato como mínimo, del que hay que descubrir al culpable soltando dosis de suspense distribuidas por sus páginas. Pero en el caso de Muerte en Santa Rita, no es eso lo más importante (de ahí que haya pocos muertos y tardíos), sino los personajes, sobre todo Sofía, la nonagenaria dueña y señora feudal del lugar, creadora de todo ese espacio vital, armónico, en un paisaje mediterráneo que les da su razón de ser.

Es la primavera de 2017. Mediante la narración en tercera persona, conocemos el Huerto de Santa Rita, epicentro de la historia, situado cerca de Benalfaro, en las cercanías de Elche y de Alicante. Estamos en el Mediterráneo, pero en el nuestro, en el que conocemos: «Quien no tiene el Mediterráneo en la sangre piensa que allí es primavera […] No es así. Hay invierno» (p.11). A lo largo de la novela se recrea el paisaje, con sus plantas y sus flores, con sus olores y, sobre todo, con su luz. Incluso, los subtítulos de los capítulos los remarcan («El rumor de la Buganvilla»; «La silueta de las palmeras»…). Esta ambientación se ve enriquecida con la cotidianeidad que se transmite con la cocina: hervido valenciano, pollo asado con pisto, ensalada murciana, tostadas con aceite, chipirones en su salsa negra, hígado encebollado con patatas asadas, etc.

Y sí, hay un crimen. Y antes de él todo un compendio de misterios y posibles suspenses en cada uno de los personajes que apuntan hacia pasados cercanos, o lejanos, de cada uno de ellos, no exentos de posibles miserias.

Por supuesto, no faltan tampoco ciertas constantes temáticas de mi paisana, como el gusto por cierto excentricismo, lujo o esnobismo (la propia finca y, sobre todo, Sofía y su pasado); cierta postura crítica hacia los hombres: «¿Por qué el egoísmo solo está bien visto en los hombres?» (p. 62); crítica social sobre la propia identidad (p. 344) o sobre la eutanasia (p.352). Y también reflexiones metaliterarias, como las afirmaciones de que los hombres escriben autoficciones, mientras que las mujeres ficciones (p. 50); de que hay que empezar por el título (p. 61) y seguir por lo más cerca del final que se pueda. De hecho, Sofía es una escritora reconocida de doble género, que escribe con dos pseudónimos, Sophia Walker para las novelas de crímenes; y Lily Van Lest, para las novelas rosa. Una especie de aparente complementariedad ligera de trasuntos de vida.

Y ¿Por qué deberíais de leer esta novela? Porque demuestra, paradójicamente, lo difícil que es escribir fácil, y logra una lectura sencilla, lineal, humana, esnob, ficticia, no carente de engarce con nuestro tiempo mediante sus críticas sociales; pero con su dosis de misterio, con su crimen ligero o casi sin importancia, que nos muestra a unos seres que quieren vivir tranquilos (felices) en Santa Rita y que lo pueden lograr, proyectados hacia una continuidad en otras páginas que, ojalá, vengan.

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