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La reina del quién lo hizo

La reina del quién lo hizo

La ratonera (Austral, 2022) de la inglesa Agatha Mary Clarissa Miller Christie (1890-1976) es la única obra de teatro que se representa desde 1952 de manera consecutiva (primero en el New Ambassadors Theatre y después en el Saint Martin’s Theatre) hasta el punto de que supera las 28.000 representaciones. El germen de esta pieza es la obra breve radiofónica Tres ratones ciegos, escrita por encargo de la BBC en 1947 y basada en una historia real, la de los hermanos huérfanos O’Neill, adoptados por un matrimonio de granjeros pero víctimas de maltrato y abusos hasta el punto de que uno de ellos pierde la vida. Para su adaptación teatral, Agatha Christie añade dos personajes, enrevesa el argumento y cambia el título, porque ya hay una pieza teatral con el título de Tres ratones ciegos.

En España La ratonera se estrena en el Teatro Infanta Isabel de Madrid (propiedad de Arturo Serrano) el 12 de noviembre de 1954 con María Luisa Ponte (supone su consagración), Antonio Casas, Irene Caba Alba y las hermanas Gutiérrez Caba en el reparto, y logra 700 representaciones. Posteriormente registra montajes profesionales dirigidos por Ramón Barea (1996, 1998 y 2004) y por Víctor Conde (2010 y 2014) con distinto éxito comercial. Cabe mencionar que no encontramos en esta obra ni al metódico detective belga Hércules Poirot (único personaje ficticio merecedor de un obituario en el New York times, fechado el seis de agosto de 1975), ni a la encantadora anciana Miss Marple, ni a los menos populares Parker Pyne y Mr. Harley Quin, sino al oficial de policía Trotter.

Agatha Christie empezaba a escribir sus obras por el final: primero ideaba el asesinato y la forma de su ejecución, después el asesino y su motivo, tras lo cual pergeñaba a los sospechosos y sus posibles móviles, así como las pistas a desperdigar de manera que el crimen quedase encubierto y el lector no pudiera intuir el sorpresivo asesino. Agatha Christie es la reina del quién lo hizo, con finales en los que todas las piezas del rompecabezas encajan sin fisuras ni recursos estrambóticos, ni deus ex machina y en los que el culpable paga su culpa. El método preferido para el crimen es el veneno, por encima de las armas de fuego, y su conocimiento en este campo se debe a su experiencia como enfermera voluntaria en el hospital de Torquay.

El lector intenta desentrañar la verdad al tiempo que los personajes, en La ratonera en un espacio único, la nueva casa de huéspedes Monkswell Manor del joven matrimonio Mollie y Giles Ralston, un entorno sin estridencias cercano a Londres, una zona de confort a resguardo del peligro que pueda venir del exterior. Estamos ante un lugar, una acción y un día, las tres unidades dramáticas, y ese halo de seguridad desaparece cuando entra en escena el último de los personajes, el mencionado Trotter. Un teatro de evasión que sigue el esquema crimen-investigación-resolución con regreso al orden establecido antes de que caiga el telón.

Venganza

Un asesino vinculado con una muerte del pasado, una venganza servida en plato frío, un rencor acumulado durante años, una promesa por cumplir, un lugar del que no se puede salir (la nieve aísla la casa -una ratonera- y alguien ha cortado la línea telefónica) y una atenazante amenaza, un cóctel propio de Agatha Christie. Cualquiera puede ser el asesino («en un caso de asesinato, todo el mundo está bajo sospecha») en esta pieza de teatro policíaco y la escritora inglesa sabe cómo esparcir la duda sin que decaiga la tensión dramática («te haces preguntas y empiezas a dudar»). Hay un conato de choque de clases, la del antiguo orden de origen victoriano (la agria sra. Boyle) y la nueva burguesía con aires de renovación (matrimonio Ralston), prolijas acotaciones (más dirigidas a una puesta en escena que a la lectura), un certero manejo de los diálogos, una habilidad para la presentación de personajes variopintos desde un militar retirado hasta un desconocido extranjero, «todo el mundo es interesante, porque nunca se sabe cómo es nadie en realidad… ni en qué está pensando», y se dosifica la información para hacer oscilar las sospechas hacia uno u otro personaje. El fin del primer acto sucede en el momento más adecuado y es un recurso habitual en su teatro que se descubra un cadáver en ese instante. La guinda es el momento final con un ligero toque de humor, que deja una sonrisa en el satisfecho lector. Esta es una pieza representativa del teatro policíaco, un juego escénico que tiene en España su etapa de apogeo en los años cincuenta y que en los sesenta alcanza una madurez ya perdida en la escena actual.

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