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Sergi Pàmies: Vida de antihéroe

Sergi Pàmies pordídacpeyret

Sergi Pàmies (París, 1960) tiene la expresión del que se come un limón sin hacer muecas. Incluso cuando ríe, su rostro y su cuerpo se resisten al exhibicionismo. Su aspecto transmite la misma insistencia en pasar desapercibido. Viste sin estridencias, «un ser típico, de una intensa discreción gris», que diría Pla. «Mi posición en el mundo es la de alguien que hace todo lo posible para vivir con cierta dignidad y discreción sin tener ‘una posición en el mundo’». Un tipo corriente que, asegura, frecuenta los no lugares. A Pàmies le fascinan los centros comerciales, las salas de espera y los túneles iluminados. Espacios impersonales que nos sitúan a los personajes de sus libros. En La gran novel·la sobre Barcelona, recientemente reeditado por Quaderns Crema, aparece un hombre que se encuentra a Virgina Woolf en El Corte Inglés.

Desde hace años se divierte en la prensa y en la radio, pero cuando está melancólico se enfoca en sus libros. En su vida privada cultiva un pesimismo preventivo. «Si partes de la base de que todo es una porquería, al final del día el resultado es espléndido. Todo lo que te ha venido es propina», asegura. «Si fuera fatalista y depresivo, la mezcla sería fatal, pero me considero una persona vital, así que no me va mal». Pàmies nos recuerda que en esta vida lo normal es perder. Pero sin abandonar nunca una ironía, «entre el desencanto, la discreta felicidad y la esperanza inútil» que, según Vila-Matas, «revela una cierta armonía con el mundo».

Hijo de la escritora Teresa Pàmies y el líder del PSUC Gregorio López Raimundo, descubrió pronto el exilio y el peso de las expectativas. Nació en París y quiso ser poeta maldito, pero cambió de idea en la mili tras constatar el éxito de las cartas que los soldados le pedían que escribiera para sus parejas. Más tarde tuvo dos mellizos que, dice, le dieron motivos para sufrir de verdad.

La gran novel·la sobre Barcelona Quaderns Crema 160 páginas, 10 euros

En El arte de llevar gabardina exploró el vacío de la vida adulta: el fin del matrimonio, la ausencia de los padres y la incomunicación con los hijos. El amor romántico le sigue pareciendo un mal invento. «He terminado entendiendo que el amor es un producto que sigue las tendencias de la industria en general: no se trata de que funcione durante toda la vida, sino de que tenga una obsolescencia programada que ha establecido que es más caro repararlo que tirarlo y comprar otro nuevo. El problema es encontrar un nuevo amor que te guste tanto como el anterior».

Pàmies reconoce que le mueve el absurdo: «Si me levanto y a las doce del mediodía aún no he detectado ningún síntoma de lo absurdo de la existencia, tengo un mal día». Un sinsentido que atraviesa la condición humana. «El inconveniente de la madurez y la juventud es la cronología. Tendría que invertirse. Sería más estimulante empezar siendo solemnes y razonablemente maduros y acabar siendo temerarios y absurdamente jóvenes».

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