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Sara Mesa Escritora

«El patriarcado también ha hecho desgraciados a montones de hombres»

Acaba de publicar La familia, un despiadado retrato de las miserias domésticas

Sara Mesa, sevillana aunque nacida en Madrid en 1976, juega con su gato.

Escritora. Triunfó hace dos años con su novela Un amor. Con varias adaptaciones de sus obras al cine y a la televisión, su anterior libro será llevado a la gran pantalla por Isabel Coixet.

Muchas películas de Hollywood nos muestran la familia como algo parecido a un fuerte del Far West, frente a las numerosas amenazas y violencia del exterior. En su novela La familia se nos advierte, sin embargo, de que el peligro está en el interior.

Puede estarlo, sí, por fortuna no ocurre siempre. El mayor problema en estos casos es la falta de visibilidad, lo que garantiza la impunidad. Siempre se nos ha dicho que los trapos sucios se lavan en casa, ¿no? Yo creo que esta idea sigue todavía en pie para mucha gente. Da mucha vergüenza hablar de asuntos familiares e incluso está mal visto. Suena desleal y desagradecido. Socialmente, la familia ha de ser fuente de orgullo, no de malestar. Hay quien alardea incluso de sus nudos familiares, en las redes sociales se ve constantemente. Pero lo cierto es que cuanto más cerrado sea el territorio familiar, cuanto más aislado se mantenga del mundo exterior, más riesgo hay de que puedan cometerse abusos dentro. Los niños, por ejemplo, se ven en situaciones de gran indefensión porque no tienen dónde comparar. Creen que esa es la normalidad y la asumen.

Ha escrito este libro en plena pandemia. ¿Cree que el ambiente opresivo y obligatoriamente familiar al que nos vimos obligados ha marcado el tono de esta novela?

No lo creo. Yo ya llevaba con esta historia en la cabeza mucho tiempo, muchísimo de hecho. Hay cuentos de mi libro Mala letra que son primos hermanos de las historias de esta familia. Y las ideas de encierro, reclusión, etc. ya aparecen en otros libros míos. Lo que sí hizo el confinamiento fue darme mucha continuidad en la escritura, conseguí escribir un libro más compacto y coherente, en este sentido el encierro me vino bien.

Sus libros suelen hablar de personajes inadaptados o incómodos con el mundo, pero diría que es la primera vez que aborda la idea de cómo se pueden crear (en el sentido de moldear) personajes así.

Sí, muy bien visto esto… Fíjate que algunas de las historias de esta familia están protagonizadas por los niños cuando ya han crecido e incluso cuando ya viven fuera de la casa. El hilo que las une al resto del libro es más sutil, pero existe. Los personajes llevan el peso de una herencia. Una herencia psicológica, sentimental, que les hace ser quienes son. Han aprendido a esconderse para sobrevivir. Lo harán toda su vida, incluso cuando ya no sea necesario. Por cierto que esta idea de la transmisión, del eco familiar, aparece también en dos novelas recientes que me gustan mucho: Eco, de Carlos Frontera, y Vengo de este miedo, de Miguel Ángel Oeste.

Su pater familias está emparentado con el acosador de Cicatriz, una figura masculina seductora que desea controlar (y con ello destruye).

No había pensado en este parentesco, pero no lo descarto, a menudo soy la menos indicada para analizar mis libros… Son personajes diferentes, claro, pero ambos tratan de someter y a la vez están sometidos a leyes no escritas sobre lo que significa ser hombre: el Knut de Cicatriz ha de agasajar y conquistar sea como sea, el Padre de este libro ha de llevar la batuta educativa y moral de la familia. Ambos son controladores y exigentes, ambos son narcisistas. No lo había pensado, pero sí, se parecen.

Que el Padre (así se le llama con mayúsculas como convirtiéndole en un representante de su condición) sea un dictador y a la vez un tipo seguidor de Gandhi, reniegue de la Iglesia y abrace posturas más bien progresistas, ¿es una forma de darle complejidad al personaje, de huir de lo obvio?

Sí, por supuesto, pero porque la realidad es así de compleja. Suelo inspirarme en gente real al escribir, no parto de abstracciones, y para este personaje también hay un modelo. En realidad, la complejidad de este Padre es la de la vida. Es un dictador, sí, pero tiene los pies de barro y, sin duda, sufre muchísimo. También sufre el hijo mayor, Damián, que tiene una personalidad muy vulnerable, pese a su masculinidad, o quizá precisamente por eso, por lo que se espera de él en cuanto primogénito varón. Siempre digo que el patriarcado ha hecho desgraciadas a muchas mujeres, pero también a montones de hombres.

De los personajes de La familia se dice que son «sumisos por fuera y agitadísimos por dentro, de un modo que ni siquiera ellos entendían». ¿Esa sería una buena definición para la mayoría de los personajes de sus historias?

Esta corriente interior es común a muchos de mis personajes, en todos mis libros. La tensión entre complacer, adaptarse, ser educado, por un lado, y rebelarse, manifestar los verdaderos sentimientos, por otro. A veces pueden parecer sumisos, pero nunca se les somete del todo. Hay un rescoldo de libertad en ellos, o mejor dicho, un ansia de libertad que no se extingue. Si nos fijamos en los hijos de esta familia: ¿acaso alguno de ellos termina creyéndose al Padre, asumiendo sus principios? No, ninguno.

Si hubiera que seleccionar un tema sobre el que gravitan sus preocupaciones como escritora, ¿ese sería cómo las convenciones sociales machacan al individuo?

Sí, sin duda. Y de esto se desprenden otros temas relacionados, como los prejuicios, el abuso de poder en las situaciones cotidianas o las dificultades de crecer.

Sé que no acaba de reconocerse en esa etiqueta de rara, turbia y malrollera con la que la crítica la ha condecorado. Lo cierto es que al lector le cuesta admitir que puede identificarse con esos personajes tan incómodos e inadaptados.

No, este tipo de reacciones no las busco. A lo mejor algunos piensan que soy malrollera porque en el fondo sí se identifican con las historias que cuento y no les gusta. No lo sé. Sí me preocupa una tendencia que percibo que juzga si el libro es bueno o no en función de si se empatiza o no con los protagonistas. El concepto de empatía está bien, sin duda es lo que nos anuda a las narraciones, el problema es que esa empatía ahora se entiende de una forma muy superficial, como una mera correspondencia o incluso un querer ser. Bajo esa premisa, Crimen y castigo nunca sería un buen libro, porque a ver quién empatiza con Raskólnikov, el asesino de ancianas.

Ahora le esperan varias adaptaciones de sus trabajos, al cine o las series. ¿Espera algo de ello o es algo muy alejado de la escritura?

Pues mira, me han ofrecido en ocasiones hacer guiones y escribir para la televisión, pero no lo he visto claro, creo que mi lenguaje es otro y prefiero evitar distracciones. La verdad que estoy muy centrada en eso, en escribir, me ha costado muchos años conseguirlo y ahora no quiero soltarlo asumiendo otras tareas. En cuanto a las adaptaciones audiovisuales de mis propios libros, asisto al proceso con curiosidad y alegría, pero desde la distancia.

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