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Suede exhibe su furia adulta

Suede. Dean Chalkley

La gira de 25º aniversario de Coming up, la pasada primavera, recordó que Suede es una banda que interpeló con fuerza a una generación, y que hay un diálogo confesional con el público que se mantiene vivo de un álbum a otro. El nuevo, Autofiction (BMG), nos trae las cavilaciones de un Brett Anderson que, a los casi 55, se sacude de encima la melancolía y sube el volumen de las guitarras: «Este es nuestro disco punk», desafía sin rodeos en la nota promocional. Pues sí, Autofiction es muy distinto de The blue hour (2018), su anterior entrega. En lugar de aquellas majestuosas orquestaciones, el grupo mueve ficha a favor del riff endemoniado y, sobre todo en la segunda parte, deriva hacia el artefacto enrarecido y con vestigios más pospunk que propiamente punk. No sería ajustado tacharlo de regreso a las raíces, aunque algo de ello haya en algunos temas expeditivos, como el primer sencillo, She stills leads me on. Corte este de tonada eficaz y que remueve viejos fantasmas: Anderson se mira en el espejo evocando con amargura a su versión veinteañera, cuando falleció su madre, en 1989, y no pudo acudir al funeral. «Cuando pienso en todos los sentimientos que le escondí / Oh, en muchos, muchos sentidos, sigo siendo un muchacho», entona como pórtico del disco. El sello más identificable de Suede se aprecia con brillo en The only way I can love you, con su melodrama cortado a cuchillo, y en la arisca The boy on the stage, de guitarra siniestra y falsete.

Suede exhibe su furia adulta

El poder del pop

Pero la novedad del álbum, grabado por el quinteto en directo en el estudio, es la oscuridad que va cubriendo el temario poco a poco, empezando con Personality disorder, donde Anderson sacrifica su don melódico natural para arrojar las palabras con furia teatral, al igual que en Shadow self, diatriba sobre guitarras reverberadas y un bajo a lo Joy Division. Abundan, pasado el ecuador del repertorio, las señales de rock gótico (que pueden remitir a Killing Joke o a los primeros The Cure) en piezas álgidas como Black ice («la vida sin peligro no es vida», desliza Anderson) e It’s always the quiet ones, con su riff opaco y sus capas de sintetizador. Es una apuesta estética que nos habla de sus influencias de juventud, filtradas en el discurso del grupo y fundidas con su querencia genuina por el estribillo esbelto, como el que estalla en el tema de cierre, Turn off your brain and yell, entre las espesas cortinas de guitarras.

Con canciones como estas, Suede se anota un logro meritorio, el de transmitir una ansiedad creíble, más allá del postureo. De modo que Autofiction es, más que un álbum de rejuvenecimiento, de recuperación de las esencias o cualquier otro de esos clichés, una obra seria, que nos habla del poder del pop para crecer contigo a lo largo de toda una vida.

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