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Cees Nooteboom: «Europa se está quedando sola»

El holandés Cees Nooteboom, en su casa de Menorca. información | INFORMACION

En esta casa de Sant Lluís, Menorca, donde viven desde hace más de 40 veranos Cees Nooteboom y su mujer, Simone, se respira paz. Todo conspira para que no te acerques a este palacio del silencio desde el que el escritor más importante de los que tiene vivos Holanda cuenta la vida con un sosiego que desprecia el ruido contemporáneo, aunque él esté tan atento a lo que sucede. No solo habla el idioma que lo ha acogido, sino otro más importante, el de los ojos. Cuando quiere decir esto o lo otro y quiere darle un sentido que no es capaz de transmitir la palabra, guiña un ojo, ríe o sonríe, pone sus dos manos sobre el pecho y te deja reaccionar mientras sonríe como un Buda. Esta entrevista nace de que Siruela conmemora los 15 años de uno de sus libros más preciosos, Lluvia roja, un homenaje a este jardín que nos acoge. Él fue huérfano por la Segunda Guerra Mundial, pero para sacarle una palabra de rencor habría que buscar a otro, para eso no nació este trotamundos que, cada año, halla aquí la paz y la escritura que alterna la prosa con la poesía como si tuviera dos respiraciones.

Esta entrevista se hizo en el estudio de apariencia renacentista que le hizo un amigo suyo, arquitecto, en la que ahora es la vecindad de sus cactus, a uno de los cuales, que le ha dado una flor, acaricia al final de esta conversación, en la que se manifiesta su capacidad de digresión, que es marca también de su escritura. Está a punto de cumplir 90 años.

Se hace usted esta pregunta en su libro, ¿A qué casa vuelvo? ¿A qué casa vuelve usted?

El libro mío que aparecerá pronto es de artículos sobre música. En medio año llegarán mis poemas completos. Bueno, eso en Holanda. En Alemania ahora han publicado cuatro libros, con mis poemas sobre Japón. Mire esta portada holandesa, tiene una baldosa que representa mi vida de viajante.

Sí, pero a qué casa vuelve. Dígame.

Bueno, hay tres casas. Dos son mías. Una en Holanda, del 1730, una vieja casa en Ámsterdam, que está entre dos canales. Ahí tengo mi biblioteca. Tenemos una amiga alemana que tiene una casa en la selva, cerca de la frontera Austria-Suiza, y ella nos deja ir ahí. Porque ella solo la utiliza dos o tres meses al año. Pero ahora me ha visto viejo y me ha dicho: «Este otoño no quiero que vayas, porque yo no quiero que tú mueras en mi casa» (ríe). Bueno, al día siguiente me ha llamado: «Perdona por lo que te he dicho ayer». Pero lo dicho quedó dicho, eh. Y ahora sé que ya están pensando en mi muerte. Bueno, en fin: a mí me gusta mucho estar aquí, en esta piedra de Menorca. Y aquí hay árboles en todos lados.

Así que esta es su casa. A la que vuelve.

Sí. Esta es mi casa. Pero, en general, vivimos aquí muy aislados. Por eso, de vez en cuando, quiero volver a Ámsterdam. Ahora iré para cosas médicas y después vendrá la exposición del artista italiano Penone, que tanto me interesa, y en la que hay asuntos que de alguna manera están también en mi literatura. Pero después pensamos volver aquí, porque el invierno allí es un poco triste. Y aquí ya se habrán ido los turistas (ríe). Bueno, a pesar de la masificación, Menorca siempre está bien. Hay mucha naturaleza, por eso nos gusta. Ibiza sí es diferente, qué pena.

He leído este libro otra vez y he pensado que podría hacerle una entrevista por cada uno de sus capítulos, porque está lleno de reflexiones sobre cada época de su vida. Y de Menorca. Siempre está presente Menorca.

Hay que decir que para muchos el mundo ya es muy pequeño. Todo está interconectado, es verdad. Pero es muy grande. Yo he recorrido muchas partes y puedo decir que es muy grande. Bueno, dicen que por ahí debe haber otro planeta con gente. No lo sabemos. En todos los viajes que han hecho al espacio todavía no lo han encontrado. Así que, mire: somos unos raros en el Universo (ríe).

Dice que llegará el día en que su archivo esté lleno. Pero es imposible que el archivo de un escritor se llene, ¿no?

Pero somos mortales. En un momento dado: stop. Cuando tú consideras que escribo algo interesante, se va a tu mente.

Al archivo propio.

Sí. Y así progresamos. Yo hoy leo a gente que ha vivido hace tres mil años. Pero creo que los seres humanos olvidamos más de lo que aportamos.

Dice que sin el olvido estaríamos locos.

Sí, claro.

El autor holandés en el jardín de su casa Tolo Mercadal

¿Qué le gustaría haber olvidado?

Es que… no lo sé. Tal vez ya lo he olvidado (ríe). No, mire: cuando estuve en el internado católico hubiera querido escapar. También de mi primer matrimonio. Bueno, ahora de vez en cuando llamo a aquella chica de la que me enamoré y luego me separé y hablamos sin rencor. Ahora con Simone llevo 42 años. Ella es más joven, algo que está bien. Mi amigo que ha construido esta casa también ha desaparecido, pero siempre pienso en él: mire qué bien ha hecho esto. Era alemán, hablaba un español horrible, pero tenía muy buena relación con los artesanos de Menorca. Pero… en este país pasa que la gente no hace las cosas cuando dice, las hace más tarde. Pero él no. Él siempre trabajaba muy bien.

También dice que enlazas viajes pasados con viajes futuros.

Pero no hay garantías de que siempre sea así. Cuando yo quiero evocar al pasado existe la posibilidad de equivocarme. Yo viví parte de la guerra, mi padre murió en la guerra, después estuve en Budapest en el 48 y después en París en el 68 y después en la reunificación de Alemania en el 88. Hemos vivido mucho. Y he viajado mucho. Por cierto, siempre busco la historia local de los lugares a los que voy. Bueno, de aquí, de Menorca, también.

Habla de las miserias de la guerra en muchos capítulos. ¿La guerra sigue hiriendo su memoria?

No sé si decirlo así. Tengo una frase de T. S. Eliot que me reconforta: «De vez en cuando no comprendo mis poemas». Es algo muy honesto, ¿no? Y también es interesante. Yo creo que, de vez en cuando, dentro de mis creaciones, encuentro a alguien o algo que no conocía.

Pero vamos con la guerra. Ahora estamos en otra guerra que sucede en la misma geografía que la otra.

Es una tragedia, sí. Es un malentendido completo de los rusos. Es una estupidez. Si un día logran dominar Ucrania, será siempre un nido de problemas para ellos. Es muy simbólico lo que pasa ahí. Europa se está quedando sola. Y si vuelve Trump al poder, porque todavía hay gente que lo quiere, o eso parece, América ya no estará ahí para apoyarnos. Eso es muy peligroso. Bueno, yo ya tengo 89 años y no sé si veré eso u otra cosa, pero sí sé que todo eso será un problema. También están los chinos. Y ahora parece que los chinos son amigos de los rusos, pero no sé qué pasará luego. Porque dos sistemas autoritarios, pues…

¿Un intelectual se puede desentender del futuro?

No, no. Si eso ocurriese no sé qué podría pasar. Yo veo que hoy muchos rusos siguen con entusiasmo esta guerra. Muchos están en contra, pero no pueden abrir la boca. Los mandan a prisión. O los matan.

Pero me refiero a que uno no puede permanecer ajeno a lo que pasa y pasará.

Bueno, ya soy viejo, he visto mucho y un día desapareceré y el mundo seguirá. Yo me iré y continuarán ustedes.

¿No se ha desprendido de su escepticismo?

Pues… no. Aquí sigo en mi celda. No soy monje, pero esto es casi una celda, ¿no? Cada noche, a las nueve y media, escucho las noticias de Holanda y de Alemania. Y por la mañana quiero saber lo que pasa aquí. Pero, durante el día… tengo mis árboles. No dicen mucho, pero…

Se oye hablar y se mueven.

Sí (ríe). Oh, espere… le voy a enseñar algo… ¿Sabe qué es esto?

Sí. Los nervios ópticos.

Claro. Son los que nos permiten mirar. ¿Ve cómo son? Son como árboles. Son como ramas. O sea: tenemos árboles dentro de los ojos, ¿no? Es interesante.

Déjeme seguir con su libro. En un momento determinado dice que este lugar tiene una serenidad que se ha ayudado. Porque de chico era bastante golfo…

Sí, sí. Pero ha sido una casualidad. Cuando yo trabajaba en un banco, a los 18 o así, me dijeron: tú vas a llevarle este dinero a una señora. Cogí el dinero y… aproveché para escapar. Le di el dinero a la mujer, eh. No crea que me escapé con el dinero (ríe). No. Quiero decir: aprovechaba para irme a un lugar tranquilo, un lago, un bosque, y ponerme a pensar ahí y también a escribir. Hice mi primer libro, me pagaron 300 florines, y cuando se publicó fue un éxito porque era completamente diferente a todo lo que había en ese momento. Philip y los otros es el libro. Y yo… yo pensaba que ya no tenía más que decir. Tardé tres años en escribir otra ficción. ¿Podría haber repetido ese éxito? Tal vez, pero no ocurrió. Con El caballero ha muerto pensé que ocurriría, pero no fue para tanto. Después El día de todas las almas tuvo éxito en América y uno lo pasa bien cuando ocurre eso.

¿Y en España cómo se encuentra?

Feliz. Entre la magia de este país uno es feliz.

Es un poeta.

Sí, para mí es muy importante la poesía.

Dice en el libro que uno de los aspectos más curiosos de hacerse mayor es que llega el momento en que casi todo evoca un recuerdo.

Sí. Es verdad. Uno está lleno de recuerdos. Yo no conocí muy bien a mi padre, murió en el 45, pero mi madre se casó en el 48 con una persona de 59 años que había vivido toda su vida con su madre y no estaba acostumbrado a los niños y nosotros éramos tres y nos mandó a un internado de monjes benedictinos y franciscanos… Bueno, lo que quiero decir es que cuando me dieron un doctorado honoris causa en Londres hablé ante unos estudiantes. Les dije: ustedes están haciendo algo que yo nunca he hecho: ir a la universidad. Todos se rieron y…. Tenía que hacer un speech de cinco minutos. Me dijeron: cinco minutos, no más. En Berlín puedes hablar 20 minutos, pero en Londres no. Pues solo dije eso: yo no fui a la universidad.

Tiene un diálogo con la letra L. Eligió dos palabras, Leer y Andar. Con respecto a Leer dice que los pueblos tuvieron dos libros: el Corán y la Biblia. Y que luego el pueblo de un libro emprendió la guerra contra el pueblo del otro libro. Y agrega: «Tengo la impresión de que en los últimos 500 años no han cambiado mucho las cosas».

Así es. Hoy nosotros estamos menos dominados por nuestro libro, la Biblia. Pero los musulmanes todavía siguen bajo el dominio del Corán. La consecuencia de eso… pues ya lo sabe. Muchos de ellos son preparados para morir por las cosas que piensan. Es que somos dos mundos que no vamos a la misma velocidad. Es… complicado. Pero cuando me preguntan sobre esto, como usted ahora, digo: escuche, yo no soy Jesús en el templo y no sé todo y no puedo responder a todo.

Otra frase: «El jardín es un retrato del alma».

R. Sí, sí. Es un poco simbólico. Yo tengo mis ideas y tengo mi jardín y trato de que ambas cosas estén en armonía. En cuanto a España… Mejor no digo nada, es cosa de españoles. Mejor hablo del extranjero: ahora veo una extrema derecha que anda por toda Europa. En Holanda, en Alemania, en Francia… Y mire Italia: tenían a Draghi, muy inteligente, y ahora hay una señora ultra puede llegar al poder. Pues, mire: si en Italia triunfa la ultraderecha será un problema para toda Europa. (La ultraderecha de Giorgia Meloni triunfó en las elecciones).

Dice que el destino es el viaje. Está rodeado por un jardín hermoso. Pero en una parte hay cactus, con pinchos. ¿Eso también es parte del destino?

Son los mártires y los militares (ríe). Ellos, los cactus, no demandan agua, les basta con la de la lluvia. Bueno, ahora no ha llovido y ahí siguen. Han sobrevivido años. Son los constantes del lugar. Y de mi vida (ríe).

Hemos salido al jardín de cactus, ahí está su preferido, el que ya le dio una flor. Estos libros en los que la naturaleza y usted se juntan... Usted es el Thoreau del Mediterráneo.

(Ríe) Yo he leído sus libros y él era un héroe de vivir. Vivió unos años en la selva y eso es asombroso. Pero él tenía una mente que yo no teng

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