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Mario Vargas Llosa | escritor, premio nobel de literatura

«Yo no había pensado ganar dinero con mis libros»

Carlos Granés y Mario Vargas Llosa, en un momento de la conversación que ambos mantuvieron en la casa del nobel peruano en Madrid. | DAVID CASTRO

Carlos Granés, autor de una monumental historia que combina política, historia y literatura en Latinoamérica (Delirio americano, Taurus), es el autor ahora de una impresionante compilación de la otra faceta, la de testigo apasionado de la literatura y de las otras artes, del autor de La verdad de las mentiras. Se trata de El fuego de la imaginación (Alfaguara), donde se recogen contribuciones del premio Nobel peruano a la discusión sobre la cultura contemporánea, empezando por las consecuencias de su pasión más querida, las lecturas. Arte y Letras les pidió a Granés y a Vargas Llosa que hablaran entre ellos de la naturaleza ignífuga de este libro. En esta crónica general del fuego de su imaginación como visitante de obras ajenas sobresale una personalidad generosa que quiere ver en lo que escriben o crean otros la misma pasión que a él lo alimenta: la literatura. El fuego de la literatura.

«Yo no había pensado ganar dinero con mis libros» | DAVID CASTRO

Juan Cruz: ¿Conversamos, Mario?

Mario Vargas Llosa: El gran trabajo ha sido el de Carlos. El libro ha pasado por sus manos y ese es el gran mérito que hay que subrayar.

¿Y a qué responde eso?

Carlos Granés: Lo único que he hecho ha sido disfrutar el sumergirme en un archivo muy extenso, donde están todas sus pasiones.

M. V. Ll.: Es un material inseparable de las ficciones que escribí durante esos años. Porque es el material bruto del que están hechas esas ficciones. También hay polémicas, discusiones, debates…

C. G.: Los artículos reflejan muy bien cómo la literatura fue lo que te salvó del estalinismo.

M. V. Ll.: Sin ninguna duda. Hay un entusiasmo con la Revolución cubana que tiene que ver mucho con esto. Da la impresión de que esa revolución iba a dar libertad total a los escritores. Esa era la ilusión. Me he dado cuenta al releer los textos de esa época. Creíamos en un socialismo libertario y eso era para nosotros Cuba al principio.

C. G.: Las instituciones cubanas fueron muy estratégicas a la hora de promocionar a Cuba como un lugar abierto a la cultura.

M. V. Ll.: Y hubo ingenuos como yo que mordieron el anzuelo.

C. G.: Tú y Cortázar y Fuentes y García Márquez…

Pero además de fijarse en el aspecto político de Cuba, también se ha fijado en la cotidianidad de los primeros años de Fidel.

M. V. Ll.: Sí, recuerdo que un día fui a México, enviado por la Radiotelevisión Francesa, y me mandaron un telegrama diciéndome que tomara un avión a Cuba. Al llegar a La Habana vi muchas manifestaciones, vi a chicos muy jovencitos aprendiendo a manejar cañones y… era un clima muy exaltante.

C. G.: Cuando tú tienes 30 años ya estás en Londres, habías pasado los años de París.

M. V. Ll : Sí. Había sido una época muy estimulante. Perú no parecía admitir un escritor, entonces me propuse ser un escritor francés (ríe). Y me fui a París, donde descubrí que había una comunidad latinoamericana y empecé a sentirme latinoamericano. Qué curioso, ¿no?

C. G.: Carlos Fuentes escribió sobre muchos de ustedes. Pero tú escribiste sobre todos. ¿Por qué te ocupaste de ellos?

M. V. Ll.: Por algo más bien práctico. Yo tenía un acuerdo con algunos periódicos para mandarles artículos sobre libros y escritores.

C. G.: ¿Y fue ese trabajo el que también te llevó al teatro?

M. V. Ll.: Sí, sí. Al teatro y al cine. Porque en Francia había unos cineastas que estaban renovando el discurso cinematográfico. Y el teatro también era buenísimo. Llegué a pensar que si en Perú hubiera habido un movimiento teatral parecido, yo no hubiera sido novelista sino dramaturgo. Cuando vi La muerte de un viajante me hizo sentir que el teatro se parecía a la novela moderna. Porque la gran revolución de la novela viene con el Ulises, pero son los norteamericanos los que aprovechan mejor las grandes transformaciones que introdujo Joyce. Ahí está Faulkner, el que mejor supo hacerlo. ¡Esas novelas son el resultado de un trabajo monumental!

¡Y así ha sido usted! Detrás de cada una de sus novelas hay mucho trabajo, como en las de él.

M. V. Ll.: Bueno, a mí me marcó más Flaubert. Para mí fue la gran Revolución.

Granés ha hecho que este libro se inaugure con su entusiasmo por la literatura…

M. V. Ll.: Es una cosa interesante. En un momento en el que había habido un bajonazo en la novela europea, la literatura latinoamericana se eleva como algo audaz.

C. G.: En ese momento la novela europea era una novela muy arraigada en la historia y…

M. V. Ll.: Pero nadie habla de esas novelas ahora.

C. G. Pero tú leíste a esos autores, aunque sea para saber lo que no querías hacer.

M. V. Ll.: Bueno, me costaba mucho trabajo leerlos, eh.

La primera parte del libro es muy entusiasta. Es cuando usted descubre las literaturas y hace una carta de batalla por la lectura. ¿Está de acuerdo?

M. V. Ll.: Sí. Yo vivía en ese momento en un estado de exaltación en Francia. Ahí la vocación parecía justificada. Parecía que en Francia tú podías ser un novelista.

C. G.: Al leer tus artículos de esa época, me dio la sensación de que hablabas de una novela como si fuera la más importante del mundo. Y es un efecto contagioso.

M. V. Ll.: Sí (ríe). Es que yo escribía desde el entusiasmo. Yo había leído muchas novelas de caballería, y me di cuenta de que ahí comenzaba la novela, que las novelas de caballería eran las primeras que se escribieron en Europa. En Francia me encuentro con los libros de los latinoamericanos. Comencé a leerlos con gran entusiasmo porque tenía la impresión de que mi vocación se justificaba, y que yo podía vivir con un trabajito de noche en la radio y que podía escribir durante el día.

Carlos cita los grandes deslumbramientos que tuvo usted. Uno de esos deslumbramientos fue Borges, que decía una frase que ahora podemos decir de usted: «Estoy podrido de literatura».

M. V. Ll.: Sí (ríe). Una profesora argentina fue la primera que nos habló de Borges. Nos dijo que era la gran novedad en Argentina y me puse a leer a Borges. Lo leía a escondidas, no fuera a ser que mis compañeros comunistas se fueran a enterar. Lo leía en mi casa, en la noche, como se lee un libro delictuoso.

C. G.: Ahora que hablabas de la prohibición de leer novelas, tú has dicho que las novelas no causan el efecto que atemoriza a quienes censuran la novela.

M. V. Ll.: Exacto. La novela es un factor revolucionario dentro de una sociedad, pese a la misma sociedad.

A usted le daba mucha alegría descubrir escritores. El entusiasmo que tuvo al descubrir Cien años de soledad fue…

M. V. Ll.: Enorme, enorme. Y lo mismo me pasó con Cortázar, el único latinoamericano al que conocí personalmente en esa época en Francia. Él estaba escribiendo Rayuela, lo veía hacer listas de los capítulos, pero un día me desconcertó. Me dijo: «Yo me dedico a escribir, pero no sé lo que voy a escribir esta tarde». O sea: él no hacía planes, improvisaba. Y… ¡qué manera de improvisar! Lo hacía muy bien.

Gabo hacía lo contrario.

M. V. Ll.: Sí, sí. Tienes razón… Con García Márquez me escribía antes de conocerlo. Nos vimos por primera vez en Caracas. Intercambiamos muchas cartas con la idea de escribir a cuatro manos sobre la Revolución de Leticia, la guerra entre Colombia y Perú, y después ya no sé qué pasó. Yo terminé La ciudad y los perros y fue un cambio en mi vida, empecé a ganar dinero con los libros, algo que yo no había pensado, me dieron un premio además. Bueno, algo absolutamente insólito. Entonces, inmediatamente después de La ciudad y los perros comencé a escribir La casa verde y…

C. G.: Esa fue la última novela que escribiste en París.

M. V. Ll.: Sí. Y ya después, en Londres, me dediqué a Conversación en La Catedral. Estaba harto del mal humor de los franceses, quería aprender bien el inglés y me ofrecieron un puesto en la Universidad para enseñar literatura latinoamericana. Entre mis alumnos había solo dos muchachos con el pelo muy corto, porque era la época de los jipis, pero ellos iban bien vestiditos y descubrí que eran oficiales de la Academia Militar a los que les hacían aprender español.

C. G.: ¿Y cómo fue el cambio del ambiente cultural de Francia al de Inglaterra?

M. V. Ll.: Fue un cambio total. Porque en Francia lo que había era política, los escritores tenían que ser comprometidos y, en cambio, en Londres no había nada de eso. Había furor por la moda, por las minifaldas, había gente que andaba descalza, muchos fumaban marihuana y… todo era muy divertido. Y en Francia no se hablaba de esas cosas. Yo no tomaba drogas, una sola vez en mi vida había tomado: yo me había pasado de copas y un amigo me dio unas pastillas de marihuana, fíjate. Bueno, pues tuve unos vómitos horribles y dije: ¡nunca más pruebo una droga! Y eso me salvó después, porque en Londres todo el mundo tomaba alguna droga.

C. G.: En Londres también ibas mucho al teatro.

M. V. Ll.: Mucho, siempre. Lo más probable es que yo me hubiera quedado en Londres si un día no hubiera llegado Carmen Balcells. Abrió la puerta de un patadón y traía regalos para mis hijos y para mí una orden: ¡renuncias hoy mismo a la universidad y te vas a vivir a Barcelona! Y yo: Carmen, pero estás loca. Yo aquí gano bien. Y ella: yo te voy a garantizar ingresos. Y, bueno, si a Carmen se le metía algo en la cabeza… tenías que aceptarlo o tenías que matarla. Entonces renuncié. Recuerdo que mi jefe me dijo: estás loco, nadie vive de sus libros. Pero yo renuncié porque Carmen no dejaba de insistir. Por eso me fui a Barcelona y pasé cinco años maravillosos. Carmen y Carlos Barral consiguieron que se reanudaran las relaciones entre los escritores españoles y los latinoamericanos, porque habían estado suspendidas, digamos, por el franquismo.

C. G.: En París trabajabas en cafés, y en Londres descubriste las bibliotecas.

M. V. Ll.: Sí, sobre todo la sala de lectura de la Biblioteca Británica, donde escribí muchos de estos artículos. En las mañanas daba mis clases, que me divertía a mí a hacerlas, me obligaba a leer mucha literatura hispanoamericana y…

Y descubría autores.

M. V. Ll.: Sí, a muchos. El que más me impresionó fue Juan Carlos Onetti. Sus cuentos y novelas me dejaban siempre la necesidad de releerlas. Onetti parecía un escritor muy afín. Fui tomando notas para luego escribir sobre él y muchos años después lo hice. Yo creo que la novela latinoamericana ha aportado muchísimo. Carmen Balcells me decía que muchos de los grandes latinoamericanos ya estaban en Barcelona y que yo me tenía que ir. Y me fui. Barcelona en ese tiempo era una ciudad maravillosa, porque era la ciudad a la que iban los españoles para sentirse europeos. Barcelona tenía editoriales, presentaciones formidables de libros. En Barcelona se vivía muy bien y yo digo siempre que nunca conocí a un independentista. Nunca. Seguramente habría alguno, pero tal vez estaban marginados o no sé. Bueno, supongo que sabían que después de Franco vendría la libertad y la transformación.

C. G.: Siempre te has inmiscuido en la política y en la cultura. Siempre has agotado la cartelera de cine y de teatro.

M. V. Ll.: Sí, eso lo hice muchísimo en Barcelona. Allí descubrí a escritores muy afines a mí. Todos ellos tenían problemas económicos que compartíamos: Edwards. Donoso. Cortázar también, pero menos que otros. Pero teníamos mucha cercanía entre todos y yo me sentía muy integrado. García Márquez llegó luego y nos hicimos íntimos amigos. Vivíamos en la misma calle. Pero la primera desintegración del grupo vino con la decisión de los escritores catalanes de encerrarse en el convento de los capuchinos. Yo fui el día que habían ido Joan Miró y Antoni Tàpies y me dijeron que yo tenía que irme porque era el que más represalias podía tener. Entonces me fui.

Este libro es la autobiografía de un escritor. Su autobiografía de vida fue El pez en el agua.

M. V. Ll.: Sí, sí. Digamos que sí: la parte puramente literaria está en esos artículos. Está la literatura francesa y la latinoamericana. Está Flaubert, que escribió durante cinco años una sola novela, noche y día. A los latinoamericanos los descubrí en Francia, en Lima había cuatro librerías y no llegaban. Por eso tuve la necesidad de escaparme para hacerme novelista.

C. G.: Yo quisiera resaltar tu interés por las artes plásticas.

M. V. Ll.: Sí. Me interesaba mucho el arte plástico en Perú, pero no tenía acceso a él. En París sí. Botero, por ejemplo, sabía muy bien lo que quería hacer. Él decía: mis personajes no son gordos, no tienes que ver la gordura, son seres satisfechos y están contentos. Me acuerdo mucho de la conversación que tuve con él. Fernando de Szyszlo también. Siempre pensé que había regresado a Perú cuando no debía. Creo que eso impidió que consiguiera la gran divulgación que merecía.

Carlos dice en su introducción que usted le pone notas a los libros que lee.

M. V. Ll.: Sí (ríe). Pero esas son notas muy secretas.

Si ahora tuviera que ponerle una nota a este libro, ¿qué nota le daría?

M. V. Ll.

: Esto ha sido mi taller. Le pondría un cinco o un seis.

C. G.: Yo le pondría un diez (ríe). Porque está lleno de intereses universales.

M. V. Ll.: Sí, porque yo nunca quise limitarme a Perú.

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