Mi mirada a la ciudad siempre es desde la historia del arte. La ciudad se muestra como un libro abierto, con páginas ilustradas del patrimonio construido presente, pero también con las páginas arrancadas del patrimonio destruido que, al igual que el visible, ha acabado por configurar la identidad de lo que hoy somos.

Poco se conoce de las personalidades que dan nombre a nuestro callejero, en especial las vías más antiguas. Como tampoco se sabe qué escultores han hecho monumentos, fuentes o piezas escultóricas que adornan avenidas, plazas o rotondas, desde los Bañuls hasta los artistas más actuales como Sempere o Lastres.

El conocimiento es salvamento, para que no ocurran irreparables desapariciones como el primer faro del puerto, los edificios de Juan Vidal, los cines, la Comandancia de la Marina, el Real Club de Regatas o los balnearios del Postiguet, que llamaron la atención al pintor Emilio Varela. Ante todas estas ausencias, que hoy solo quedan en el recuerdo, nos podemos plantear qué hacer o, mejor dicho, cómo preservar y difundir nuestro patrimonio. Existe un catálogo de bienes protegidos, ¿lo conocemos?, ¿dónde se puede consultar?, ¿cómo se deciden los inmuebles que se deben conservar?, ¿se cumple?, ¿por qué no se cumple?

Valorar el patrimonio construido de la ciudad es apreciar nuestra historia, defender nuestra cultura y plantear soluciones y alternativas ante la llegada de cambios sociales o económicos. En lugar de destruir pensemos en reutilizar, en dar nuevos usos a inmuebles con valor histórico. La ecología y sostenibilidad, de las que tanto se hace gala en la actualidad, deberían abarcar la conservación del patrimonio.

Abrir el debate es la puesta en común para definir lo que consideramos patrimonio construido y elaborar un manual de buenas prácticas para actuar sobre él, disfrutarlo en la actualidad y dejar un legado a las generaciones futuras para que entiendan de dónde vienen y lo que son. Dependiendo del interés, o disciplina de cada uno, nos debemos sentir comprometidos con la ciudad que nos acoge y transmitir primero el conocimiento del patrimonio que tenemos y luego la necesidad de conservarlo, abriendo la mente a nuevos planteamientos que nos hagan crecer como ciudadanos. De esta manera, la identidad será adquirida y preservada.