La Universidad de Alicante ha publicado un ensayo sobre la figura de Pedro Zaragoza Orts (Benidorm, 1922-2008) durante su etapa como alcalde de la villa del turismo. El volumen, obra de Carlos Salinas y titulado Pedro Zaragoza Orts, alcalde desarrollista de Benidorm (1951-1967), es fruto de la tesis doctoral dirigida por Francisco Sevillano Calero, aunque sin el capítulo 5 relativo a la praxis política. Este libro no es una biografía, que ya realizara Pedro Nuño de la Rosa en 2013, ni un «volumen completo de las cartas» como advierte el autor en la introducción, sino una aproximación a la labor de Zaragoza como «gestor de la transformación turística de Benidorm», estructurada en cuatro ejes como «el actor de los negocios propios, el facilitador de una amplia diversidad de intereses, el gestor municipal y el hacedor de una imagen de prestigio ligada al desarrollo de Benidorm», y fundamentada en la correspondencia depositada en la propia Universidad de Alicante.

Salinas define a Zaragoza como «un avanzado falangista pragmático», un «político de acción» con una «fidelidad inalterable a Franco», sin «complejidades ideológicas», el político artífice del desarrollo material y social de Benidorm aceptado por los ciudadanos, porque fueron partícipes de los beneficios de todos los cambios que Zaragoza trajo consigo, puesto que el alcalde fue un «catalizador de intereses impulsando sinergias».

La correspondencia evidencia no solo la relevancia que tenía en la época «un reconocimiento explícito en forma de medalla», sino las constantes invitaciones a diferentes personalidades influyentes para conocer Benidorm de primera mano, como es el caso de la presencia de los Habsburgo, la cual «aportó un sello de prestigio al veraneo en Benidorm», algo que Zaragoza consolidó atrayendo a numerosas personalidades nacionales y europeas con el fin de disipar una imagen de destino único del turismo de masas y de asentar su «política de atracción de capitales». Salinas pormenoriza la compra del archiduque Otto de Habsburgo del chalet en Serra Gelada, «importante para que el buen nombre de Benidorm circulase en círculos europeos», zona donde residieron «extranjeros de alto nivel adquisitivo y antigua aristocracia», como el príncipe de Waldburg-Zeil, la archiduquesa Adelhaid de Austria, la princesa Isabel de Liechtenstein y la duquesa de Saxe-Meiningen, en contraposición con la Colonia Madrid, donde residió la «pequeña burguesía foránea». No obstante, Zaragoza logró ajustar «el abanico de posibilidades de alojamiento a las demandas de las clases medias» y al diferente poder adquisitivo de las mismas.

Benidorm era el escaparate del éxito no solo de un modelo, sino de un alcalde y de una manera de progresar asentada sobre un quilla de relaciones, favores e influencias. La reputación de Zaragoza fue clave y las relaciones personales la base de dicha reputación («Llamé la atención al dueño del Hotel La Mayora por no habérmelo comunicado, tal como tiene ordenado cuando tienen algún huésped distinguido, para ir personalmente a saludarlo»), además de la eficacia y la amabilidad. El ensayo de Salinas «permite identificar las redes sociales» que posibilitaron el desarrollo de la localidad turística por antonomasia, pero también el crecimiento como empresario de Zaragoza, un «agente local de desarrollo» inmobiliario, en paralelo al crecimiento de su prestigio político, como por ejemplo la consecución en exclusiva de la distribución del gas butano. De ese prestigio político fue partícipe su grupo más cercano, según Salinas, Julio Guillén Tato, el gobernador civil Jesús Aramburu Olarán, el periodista Juan Carlos Villacorta, George von Gaupp y el director general de Política Interior, Manuel Chacón.

Carlos Salinas Salinas Pedro Zaragoza Orts, alcalde desarrollista de Benidorm (1951-1967) Universidad de Alicante, 2022 porCarlosFerrer

El milagro Benidorm, término atestiguado en mayo de 1962 en un artículo de Francisco Casares, se desarrolla en el capítulo 4, donde se explica la negativa de Zaragoza a permitir ocupación alguna de la arena (chiringuitos) en un intento logrado de no convertirse en la «playa del tren botijo», en referencia a la del Postiguet, el fracaso del puerto, el retraso en el grupo escolar y se enfatiza la asesoría de Julio Guillén Tato, quien compara a Alicante con la norteamericana Florida. Zaragoza fue «el gerente de una empresa común, atento tanto a los pequeños detalles del funcionamiento diario como a la evolución de proyectos estratégicos de calado», de ahí que luchase sin suerte para que la cadena hotelera Hilton abriese un establecimiento en Benidorm.

Salinas indica la preocupación de Zaragoza por el alza de los precios, por los problemas de limpieza, de ruidos, de mendicidad, para que «nada enturbiara la imagen de un bello lugar de vacaciones cuya fama atraería a más veraneantes», pero también por la fallida creación del Museo de la Villa, por promover visitas de agentes de viajes y por contrarrestar el uso del bikini, normalizado en 1964, con la proliferación de actos religiosos y la conservación del consenso general de los vecinos, a pesar del contratiempo del caso Judith Marjorie Roberts.

El autor desvela el guion de los actos de la inauguración del monumento a los muertos en la mar, que contó con buques de Francia, Italia y Marruecos, señala el origen del Festival de la Canción, evento trascendental para difundir sin estridencias el imaginario turístico de la villa, y por qué el Festival Melodía de la Costa Verde no pudo hacerle competencia, al igual que apunta el motivo por el que fue Bilbao y no otra ciudad la destinataria del «dispositivo publicitario» de la Operación B-B y el éxito propagandístico de la Operación Laponia.

A lamentar el recurrente y no por ello menos erróneo empleo del término benidormí, así como la denominación de la Virgen del Sufragio como Naufragio y la elusión al papel crucial del PGOU, aunque esto no enturbie el interés del libro.