En ocasiones el personaje se come a autor. Eso es lo que creo que ocurrió con Cela, que el personaje de la tele y el de las entrevistas y de los juzgados con los plagios, eclipsó al autor magnífico de La familia de Pascual Duarte (1942), de Viaje a la Alcarria (1948), y de La colmena (1951). La situación llegó hasta el punto de que la concesión del Nobel de Literatura en 1989, ahora que estamos a vueltas con otra polémica sobre la ganadora de este año, ocasionó una gran polémica en la propia España de esa época. Así que, tenemos que dejar los prejuicios fuera, y vayamos con el autor que pudo escribir una primera novela magistral, como fue La familia de Pascual Duarte (1942; Destino,198413), con tan solo 26 años.

En nuestro diccionario académico se define el adjetivo tremendo en su primera acepción como «terrible» y este a su vez como que «causa terror» y que «es difícil de tolerar». Pues bien, de ese adjetivo se construirá el sustantivo tremendismo que define el movimiento en el que se incluye e inicia esta novela en la década de los 40. Y es una denominación que define perfectamente lo que yo encuentro en ella: crudeza, una dosis casi insoportable de tremenda crudeza, por la violencia que encierra y por el lenguaje que utiliza en casi todos los pasajes: el matar a la perra (p.28) o a la yegua (p.83); o la descripción de Mario, el hermano pequeño al que un cerdo le come las orejas y que morirá ahogado en una tinaja de aceite; escena esta que por más que la he leído a lo largo de los años, no deja de causarme el efecto que su autor quería conseguir. Y así todo, todo en una misma línea siempre coherente con el concepto global de la novela, por lo que en su lectura se va conviviendo con la marginación, la incultura y la ausencia de futuro en la historia de Pascual, el protagonista: «Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo» (p. 21).

La familia de Pascual Duarte pertenece a esa vertiente clásica que concibe la novela mediante lo que se ha dado en llamar la técnica cervantina del manuscrito encontrado. Es el propio Pascual Duarte quien se dirige a un señor, como ocurría en el propio Lazarillo de Tormes con su carta a «vuestra merced», para contar gran parte de su propia vida. De ahí que, a la narración propiamente dicha, se unan notas del trascriptor y algunas cartas. En sus páginas nos encontramos con un personaje asocial, desequilibrado y violento, producto de un determinismo familiar y social (padre borracho y expresidiario, madre nada cariñosa, ambiente inculto, sucio y violento), como ocurría en el Naturalismo del siglo XIX. De aquí el propio título de la novela, al desplazar la atención al núcleo familiar, en lugar de concentrarlo en el personaje central.

Mi relación con esta novela ha sido desigual. Cuando la conocí en 1984, la leí como ejemplo de literatura de postguerra y solo alcancé a verla como una denuncia social a una España profunda. Posteriormente, cuando la leíamos en algunos de los cursos de Bachillerato, me di cuenta, realmente, de lo que suponía esa lectura cuando los alumnos intentaban entenderla y yo explicarla, ya que, solo podía hacerlo conectándola con la filosofía existencialista y pesimista de finales del siglo XIX. Y empecé a valorarla en su justa media y a darme cuenta de que esa primera obra de Cela podría estar entre las mejores novelas en español del siglo XX. Es interesante el ver cómo las relecturas cambian con la edad pues, en esta ocasión, todavía me ha impactado más, si cabe, la violencia hacia las personas y hacia los animales. La tolero y la aguanto mucho peor; desde luego que se adscribe al tremendismo, porque es eso: tremenda.

Y ¿Por qué deberías de leer esta novela? Ya lo he dicho en mis palabras anteriores, porque es un monumento narrativo del español, si bien hay que leerla cuando uno tenga el ánimo levantado, ya que, si no es así, su lectura, lo que dice ayudar, no ayudará mucho. Pues, lejos de parecer cuestiones del pasado, sería fácil conectar su fondo conceptual con situaciones presentes también tremendas. Y, porque creo que solo con ella se puede justificar enteramente un Nobel de Literatura.