Podríamos afirmar que la poesía es como una casa de muñecas. Hay poetas que muestran su hogar desde dentro, como las estancias de un hotel por construir. Otros, sin embargo, observan desde fuera lo que sucede en el interior de ese hotel. La poesía, por así decirlo, es un ejercicio de voyeurismo extremo, tanto para el que la escribe como para el que la lee. Una poética se construye desde esas dos dualidades, siempre es así. Hay autores que creen innovar, que se piensan que están dotados con el prisma de la originalidad. Eso no existe. No hay nada en el mundo que sea novedoso. Todo está inventado, eso sí, todo depende de la impronta que cada autor le dé a su obra. La originalidad puede radicar en el cómo, no en el qué. La estructura de una poética es tan importante como la temática.

Habitaciones de invierno, de Alfredo Perán Pérez, publicado por la editorial valenciana Olé libros y prologado por el poeta gaditano Francisco Javier Gallego Dueñas, es de los primeros. Perán nos muestra las estancias de su casa de muñecas. El libro está dividido en cinco partes diferenciadas: Habitaciones interiores, Habitaciones desalojadas, Tránsito, Habitaciones horizonte, Habitaciones última (voluntad). Arranca este poemario con un poema que ya nos marca el rumbo de lo que vamos a encontrar, donde la soledad es parte de esa poética: Anoche pasé frío mientras dormía./Soñé con escarcha y nieve/y con todas las manos heladas que alguna vez rozaron/este cuerpo aún tembloroso./La ciudad parece encogida y silenciosa, arropada tras las paredes/desvencijadas/que la abrigan torpemente.

Alfredo Perán, como dice Gallego Dueñas en el prólogo, bebe de muchas fuentes, no solo poéticas, se cuela la filosofía, la reflexión y la metafísica en los poemas. Como ocurre en el poema 24: Algún día, cuando todo haya acabado, cuando empiece a diluirse/la conciencia tranquila de esta carne, miraré atrás para encontrarme/con las marcas casi borradas/de lo que en un tiempo fuimos./De ti hallaré los ecos de una luz/que aún deslumbra estos ojos de aquí. Sobrevuelan dos temas históricos de la poesía: la soledad y el amor, que realmente es una cualidad del mismo. Es esa ausencia del amado la que empuja al poeta a cantarle. Como una elegía constante o un canto celebrativo si no existe la ausencia. Porque el amor tiene sus edades y tal vez Alfredo ha llegado a ese momento en el que la unión de cicatrices de los amantes, de otras relaciones anteriores, muestran el pasado no compartido. Como nos muestra en el poema 40: Llegó sin avisar,/cuando nadie la esperaba./ Abrió las ventanas,/ levantó las alfombras/ donde se ocultaban/las sombras y miedos/ para llenarlo todo de luz./ De un modo natural/ regresó al niño/que, cansado,/se había vencido/ otra vez al sopor del abandono./Lo miró con decisión/ y lo cogió de la mano/para sacarlo de su escondite.

Habitaciones de invierno es el primer poemario publicado por Alfredo Perán. En él podemos percibir una polifonía dentro de una misma voz reconocible. No hay fracaso en la poesía de Alfredo, pero sí un ser al que las cicatrices le han llevado a un destino. Perán Pérez es, ante todo, memoria, y eso es lo que él anhela ser para la persona que ama y le ama. Realmente todos aspiramos a ser eso, un recuerdo, bueno o malo, eso no lo elegimos. Dejar huella es el objetivo de cualquiera, no pasar desapercibidos. De eso nos habla Alfredo en el poema que cierra el libro: No quiero ser un nombre más./ Otro cualquiera./No quiero ser un recuerdo descosido, /como el botón de una vieja camisa/ que al final termina cayendo./No quiero ser ayer sin memoria,/ no quiero ser frío desabrigado,/ ni el vacío que ven los ojos/cuando se abre con dolor la mañana./ No quiero ser poema desahuciado,/ ni los restos sin apagar/de un cigarro en el suelo. Porque, ante todo, el poeta es un ser presente, y eso es la memoria, presencia.