Paco Ignacio Taibo II (Gijón, 1949) emigró con su familia a México en 1959 y allí comenzó su vocación de escritor. Ha cultivado el género policiaco, el ensayo, la crónica, el reportaje y la investigación histórica. En este último campo destacan las biografías Ernesto Guevara, también conocido como el Che, de la que se han vendido más de un millón de ejemplares, y Pancho Villa: una biografía narrativa, así como las investigaciones sobre la historia de Asturias, la Revolución de 1934 y la trilogía sobre México que publicó con el título de Patria (2017).

Belascoarán Shayne, hijo de Mayo del 68

En el género policiaco se inició en 1976 con la novela Días de combate, donde nos presentó a su detective independiente (no es privado, pues dice que «hasta entre los perros existen razas») Héctor Belascoarán Shayne. Ese fue el arranque en México del neopolar, el policial inmediatamente posterior a Mayo de 1968. La razón se encuentra en que el Mayo francés tuvo también en México su repercusión, culminando con la matanza de la plaza de Tlatelolco, lo que detonó el nacimiento de esa variante de la novela negra que reivindicaba la utilización de los recursos del policial para auscultar la sociedad; es decir, como escribe Ángel de la Calle en el prólogo de Belascoarán Shayne, detective: [Creían que] «se podía cambiar el adoquín por el teclado y continuar la revuelta, el cambio de base del mundo, desde la Literatura». De esa forma, Taibo II se unía a un movimiento que había nacido en Europa y sumaba su nombre al de Manuel Vázquez Montalbán, que dos años antes había publicado Tatuaje, la primera de la serie de Pepe Carvalho; a los italianos Leonardo Sciascia y Laura Grimaldi; al francés Jean-Patrick Manchette y a los suecos Maj Sjöwall y Per Wahlöö.

Sin embargo, Taibo II dio un paso más cuando en 1986 creó la Asociación Internacional de Escritores Policiacos junto a su compatriota Rafael Ramírez Heredia, los cubanos Rodolfo Pérez Valero y Alberto Molina, el uruguayo-cubano Daniel Chavarría, y los escritores de la Europa del Este Yulián Semiónov y Jiri Prochazka. Asociación que todos los años entrega el premio Dashiell Hammett a la mejor novela negra en lengua española en el escenario de la Semana Negra de Gijón, que ha cumplido ya 35 ediciones y ha recibido la Medalla de Oro al Mérito de las Bellas Artes.

Héctor Belascoarán nació en 1976 en la novela -incluida en este volumen- Días de combate, donde abandonaba su trabajo como ingeniero en la General Electric, se divorciaba y reanudaba su vida como detective. Para ello alquila un despacho que comparte con un fontanero, saca la licencia de detective por correspondencia y se sienta detrás de un escritorio a esperar a su primer cliente mientras fuma un cigarro. A lo largo de la serie se suman un experto en drenajes, Javier Villareal, y un tapicero, Carlos Vargas. Eso nos indica un componente de la serie: el absurdo, que se convierte en el punto común de todas las situaciones inverosímiles que se dan en el DF, una monstruosa urbe con un pie en el primer mundo y otro en el segundo. Cuestión que tiene un reflejo en su método de investigar, que no es racional; todo lo contrario: es una mezcla de intuición y metafísica porque sus escasos conocimientos científicos le impiden distinguir un zumo de naranja de una disolución de cloruro sódico.

Las novelas de la saga de Héctor Belascoarán Shayne tenían que haber sido cuatro, concretamente las que publica Reino de Cordelia en este volumen y que Netflix ha convertido en serie, pero el éxito obligó a Taibo II a seguir hasta alcanzar las nueve. Y no se quedó aquí, pues años después tuvo que escribir la 10ª, Muertos incómodos, escrita a cuatro manos con el subcomandante Marcos.

En este volumen pueden hallarse las novelas Días de combate, la iniciática, donde Belascoarán persigue a un estrangulador de mujeres que firma como Cerevro; Cosa fácil, donde aborda tres casos a la vez, uno de los cuales consiste en encontrar el paradero de Emiliano Zapata; Algunas nubes, que aborda los líos en los que se mete el detective por ayudar a una amiga, y No habrá final feliz, pues no puede encontrarse la felicidad buscando el pectoral perdido de Moctezuma.