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Españoles en tierra de nadie

Españoles en tierra de nadie

La ocupación alemana de Francia produjo unos seis millones de desplazados, de los que un millón y medio terminaron en los campos de concentración del Tercer Reich, entre ellos catalanes, vascos, andaluces que ya trabajaron forzosamente en la construcción de fortificaciones francesas. Los prisioneros españoles dejaron de existir legalmente, no eran reconocidos ni como prisioneros de guerra, ni como refugiados, puesto que Franco aplicó el silencio administrativo sobre ellos. Mano de obra de saldo sin derechos.

Gutmaro Gómez Bravo y Diego Martínez López, autores del libro Esclavos del Tercer Reich. Los españoles en el campo de Mauthausen publicado por Cátedra, trabajaron con fuentes primarias de archivo, sobre todo extranjeras, como el archivo del ejército estadounidense, comunicaciones consulares y documentación militar, así como correspondencia y declaraciones de prisioneros, que se reproducen, y aportan datos sobre la presencia española en el campo de Mauthausen y en los subcampos.

El profesor Gómez Bravo y Martínez López cifran en 10.000 los deportados españoles a los campos de concentración, explican cómo la normativa nazi termina por amparar los asesinatos en los campos, detallan el sistema para categorizar a los presos, indican el sistema de autoadministración de los presos, cuantifican a los kapos en Mauthausen (conocido como el campo de los españoles) y concretan que cinco kapos españoles en el campo de Mauthausen, Gusen y Hartheim fueron condenados en los juicios de Nüremberg como criminales de guerra por ser empleados de confianza de los nazis (un caso que sentó jurisprudencia en EE UU), analizan la Aktion14f13 para el exterminio de la población presa improductiva, apuntan que Hitler contempló devolver Gibraltar a España a cambio de la cesión de las Canarias, mencionan a la primera víctima española en Mauthausen (el malagueño José Marfil Escalona) y desarrollan el concepto de custodia protectora por el que los prisioneros de guerra son derivados a campos de concentración nazis con la colaboración de Vichy y la vista gorda de Franco, medida apuntalada en diciembre de 1941 mediante el decreto alemán Noche y Niebla. Los autores señalan la progresiva mortalidad de Mauthausen, tildado como el «infierno de los hombres», puesto que en sus dos primeros años la tasa de supervivencia frisó el 70%, y cómo se aprovechaba la limpieza de los barracones con gas Zyklon B para gasear a los prisioneros.

Un capítulo entero está dedicado al subcampo de Mauthausen, Gusen, una versión «más mortífera si cabe» y buena culpa de ello la tuvieron los SS encargados del funcionamiento del campo. Por ese subcampo pasaron el 70% de los españoles destinados a Mauthausen. En 1941, de las 2.906 muertes en Mauthausen, 1.612 fallecieron en Gusen «solo durante los últimos meses del otoño». Entre 1940 y 1945 fallecieron 4.405 españoles en Mauthausen, de los que 106 fueron alicantinos, según recogen los autores, sin contar con los fallecidos durante la excavación de los 50.000 m² de galerías subterráneas, donde los nazis derivaron sus proyectos de construcción armamentística desde 1943.

La vida en el campo de Mauthausen acapara la atención de los autores. En cada cama de madera de 80 cm de ancho dormían tres presos (hasta cinco en 1945) y «la vida en Mauthausen se sostenía sobre una tensión constante a tres velocidades. Por un lado, los presos, expuestos a un círculo de violencia infinita y a la angustia del instante; por otro, los guardias encargados de impedir que el reguero de muertes mancillase el mundo fuera del perímetro de la desgracia…; y, finalmente, los sádicos, que encontraron su lugar en la tortura y el sufrimiento ajeno». Los prisioneros más privilegiados (un 8%) eran los ocupados en tareas internas del campo, quienes evitaban el «insufrible trabajo, una alimentación deplorable que imposibilitaba su sostenimiento y la exposición total a los elementos»; entre ellos estaban el catalán Antonio García, destinado en el servicio fotográfico, y su ayudante Francesc Boix. Los autores exponen su peripecia para salvaguardar los negativos fotográficos, así como la Operación Bala, de la que se salvaron los prisioneros británicos y estadounidenses.

Tras la derrota en la batalla de Moscú, los nazis intentaron incorporar su producción armamentística a los campos de concentración y los autores argumentan que 49 españoles (como Juan Termes y Baldomero Chozas) acondicionaron la fábrica de Steyr, uno de los muchos recintos secundarios de Mauthausen, así como la labor realizada por 40 españoles en el subcampo de Bretstein y de 297 en el subcampo de Vöcklabruck-Wagrain. La existencia de burdeles en los campos a partir de 1942, los ensayos clínicos efectuados en los prisioneros para probar la eficacia de la vacuna contra el tétanos, el cólera y el tifus, la experimentación quirúrgica con prisioneros (el alicantino José Jornet Navarro entre ellos) como parte del desarrollo práctico de la «descabellada agenda racial del nazismo», la extracción de un total de 25 kilogramos de oro procedentes de las dentaduras de los prisioneros de Mauthausen, los episodios de canibalismo y la inexistencia de españoles entre los 780 prisioneros liberados por primera vez por Cruz Roja Internacional son otros de los asuntos documentados por los autores.

La liberación norteamericana del campo de Mauthausen fue el principio del final, que solo llegaría en 1951, cuando la condición de refugiados de los prisioneros españoles fue reconocida internacionalmente ante la pasividad franquista y la Organización Internacional para los Refugiados había realojado a casi 400 españoles, sobre todo en Sudamérica. En definitiva, estamos ante un denso e interesante ensayo, aunque por momentos se dispersa y traiciona el subtítulo, porque sus meandros (la liberación de Buchenwald por ej.) le hacen perder la necesaria referencia española que le acerca al lector.

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