No quería cerrar el año sin rendir tributo a unas de las figuras arquitectónicas más relevantes que nos han dejado. Más, si cabe, por cuanto se trata de un personaje tan venerado en nuestra provincia, dejando un sello imborrable en la localidad de Calp.

Ricardo Bofill en 2019.

Hace aproximadamente 10 años tuve la ocasión de conocer la obra de Ricardo Bofill (1939-2022) que más me ha cautivado, el Walden 7 en Sant Just Desvern (Barcelona), y aún hoy conservo ese recuerdo en mi retina como uno de los mayores aprendizajes arquitectónicos que he recibido. Sin duda, podríamos calificarlo como el hermano mayor de su icónica Muralla Roja, la cual forma, junto con el edificio Xanadú y El Anfiteatro, el skyline más instagrameado de nuestra porción de Mediterráneo.

Siento no poder aportar mucho más a todos los retratos que se han realizado del brillante arquitecto catalán (en especial recomiendo la radiografía que le dedica Óscar Tusquets en su libro Vivir no es tan divertido, y envejecer un coñazo, Anagrama, 2021). Sin embargo, el azar ha querido que me tope con un popular programa que se emitió en RTVE, entre 1984 y 1985, y que entrevistaba a personas relevantes del momento. Dicho programa, titulado Autorretrato y conducido por Pablo Lizcano, logró contar con escritores, deportistas, cantantes, toreros, políticos, periodistas, músicos o directores de la época tan aclamados como Luis García Berlanga, Alaska, Pedro Almodóvar o Antoni Tàpies. Aunque considero inverosímil que en la actualidad algún formato televisivo cuente con la presencia de un arquitecto de reconocido prestigioso -y más en horario de prime time-, aquellos eran otros tiempos y el programa supo ver el valor de la arquitectura abriendo sus puertas a dos grandes figuras como Miguel Fisac y Ricardo Bofill. Dos personas y profesionales bien diferentes, pero que resultan igualmente interesantes, aunque sea por comparación.

Lo realmente destacable de la entrevista a Bofill, con traje oscuro, camisa blanca y corbata igualmente oscura, con una presencia formal -casi fúnebre-, es que se presentaba como «uno de los inventores de la posmodernidad». Huelga decir que en ese momento Bofill tenía 46 años y estaba en el apogeo de su carrera, ultimando construcciones residenciales en la periferia de París de soberbias fachadas neoclásicas (como los complejísimos Les Espaces d’ Abraxas o Les Arcades du Lac) que en aquel momento hacían las delicias de medio mundo.

La entrevista no puede dejar indiferente a nadie, ya que el magnífico arquitecto responde con firmeza a algunas preguntas del entrevistador afirmando que su mayor sueño «es pasar a la historia», o la voluntad, si fuera posible, de reencarnarse en Leonardo Da Vinci. Como colofón, Bofill se despide con un último deseo: «que los estudiantes estudien mis obras dentro de trescientos cincuenta años».

Como se puede comprobar, el Bofill de 1985 ya tenía unos sueños de grandeza que ha arrastrado hasta el final de sus días, y de los que seguramente pocos nos atreveríamos a confesar en un programa de televisión. En cualquier caso, sostengo que lo importante de un arquitecto no es tanto lo que dice sino lo que hace, y aunque no sabemos qué ocurrirá dentro de trescientos cincuenta años (ni siquiera si quedará alguna edificación en pie), de lo que no cabe duda es que su legado arquitectónico perdurará por mucho tiempo.

¿Toda la eternidad?