Annie Ernaux, entre la vergüenza y la transgresión

La ocupación, la última obra publicada en España de la Nobel de 2022, es un ajuste de cuentas escrito con el estilo impúdico y directo que caracteriza a la narradora francesa

Ilustración de Pablo García

Ilustración de Pablo García / porMoisésMori

Moisés Mori

Siempre al margen de la novela, de la ficción, la trayectoria narrativa de Annie Ernaux destaca -y así lo ha señalado el acta del Premio Nobel de Literatura 2022- por «su coraje y la agudeza clínica con la que descubre las raíces (...) y las trabas colectivas de la memoria personal». Pues, en efecto, su obra, de clara raigambre autobiográfica, se inclina al análisis social de los condicionamientos que han ido configurando no solo la existencia propia sino la de quienes -por clase social, por la condición de mujer- han vivido circunstancias similares. De modo que la escritora prefiere denominar sus relatos como autosociobiografías, autobiografías impersonales y otros términos parecidos con los que se quiere indicar la superación en su escritura de lo meramente individual.

Por ejemplo, en esa línea de relato autosociobiográfico, publicó Annie Ernaux en 1997 uno de sus libros más relevantes sobre la vergüenza social, es decir, sobre el doloroso sentimiento que ella tuvo desde muy joven por las diferencias entre sus padres -pequeños comerciantes que habían hecho el esfuerzo de llevarla a un colegio privado- y las chicas y profesoras de ese colegio en donde, aún una niña, estaba descubriendo otras formas de vida, otros hábitos, otra lengua; una cultura que, en definitiva, se le presentaba como superior y en consecuencia la distanciaba de sus seres más queridos. Ese libro se titula La vergüenza y está dedicado «A Philippe V.»

La ocupación es posterior, de 2002. El texto tuvo una primera versión que apareció en el diario Le Monde (2001) y solo luego, corregido y aumentado, se publicó como libro (es muy breve: ochenta y cuatro páginas, con amplios espacios en blanco y generosa letra, en esta edición española). Trata de celos.

Corre el verano de 2000. La narradora ha estado unida durante los seis últimos años a un hombre joven, pero el vínculo está prácticamente roto, ya solo se ven de vez en cuando; no obstante, esa apagada situación sufre un cambio inesperado cuando ese hombre (de unos treinta años y al que siempre se le nombra como «W.») le anuncia que se va a vivir con otra mujer. Desde ese instante, la narradora, y aunque fue ella -dice- quien puso fin a la relación («fui yo quien dejó a W.»), queda como «poseída» por esa mujer -de la que W. no le dice ni su nombre-, envuelta en un delirio celoso (investiga, quisiera encontrar a la otra, insultarla...), está, pues, okupada por esa desconocida, quien, a su vez, ha okupado ahora el sitio al lado de W, de su sexo. La narradora ya no puede concentrarse en otra cosa, los celos la ciegan, la conducen a acciones degradantes, malvadas, a pensamientos insospechados: llega a considerar la posibilidad de hacer vudú para dañar a su rival, dice comprender los crímenes pasionales... «Mi sufrimiento en el fondo venía de que no podía matarla».

Annie Ernaux,entre la vergüenza y la transgresión

Annie Ernaux La ocupación Traducción de Lydia Vázquez Cabaret Voltaire 84 páginas; 16,95 euros / porMoisésMori

El relato no sale de la exposición detallada de todos los movimientos de la narradora, de aquellos que en efecto llega a realizar para tratar de descubrir a la otra y enfrentarse con ella (búsquedas en internet, anónimas llamadas telefónicas, etc.) y sobre todo de los que imagina: de esa febril imaginación disparada por los celos. Es cierto que en las últimas páginas se despide por carta de W. y asegura que ya no quiere saber el nombre de la otra, pues dice escribir este relato cuando ha salido de ese estado: que ya no siente celos, que no siente nada. Así que la justificación del libro, la proyección pública de esta escritura en apariencia tan íntima como poco favorecedora sería esta: «Solo me esfuerzo por describir el imaginario y los comportamientos de esos celos que se apoderaron de mí, por transformar lo individual y lo íntimo en una sustancia sensible e inteligible de la que quizá se adueñen unos desconocidos, inmateriales en este momento en que escribo».

Quizá entre esos seres que puedan comprender el alcance de esa sustancia celosa estemos nosotros, aunque quién no conoce y ha tenido suficiente experiencia de ese vergonzoso sentimiento fatalmente asociado al propio cuerpo, al amor, al despecho...; en cualquier caso, no parece que W., que Philippe V., o sea, que Philippe Vilain, pues ese es el nombre real y completo del joven amante que se ha ido con la otra mujer, pueda estar entre esos desconocidos que quieran adueñarse de esa fea aunque ya inteligible sustancia. Quede claro que en el texto nunca la W. se simplifica en V., ni se desarrolla como Vilain, pero la relación amorosa de la autora de La ocupación y el joven escritor Philippe Vilain (Ruan, 1969) es algo que ellos mismos han hecho público en textos que han firmado cada uno por su cuenta durante la etapa más dichosa y apasionada o incluso -caso de Ph. Vilain, Défense de Narcisse, 2005- como respuesta a La ocupación, libro que el antiguo amante considera como un ajuste de cuentas por parte de Ernaux. Explica sin embargo su autora: «Ya no es mi deseo, ya no son mis celos los que están presentes en estas páginas, es el deseo, son los celos y yo obro desde la invisibilidad».

Naturalmente, esta guerra interna poco puede importar al lector común de un relato en el que el estilo directo e impúdico que caracteriza la obra de Annie Ernaux alcanza momentos muy impactantes justamente por llevar una vez más al extremo (recuérdese No he salido de mi noche, El acontecimiento, Perderse, Memoria de chica...) esos rasgos tan definitorios de su trayectoria, de su arte. Con todo, no es fácil ver en esta escritura cargada de furia celosa algo más que un relato autobiográfico más o menos embellecido con -y no es paradoja- el rebajamiento de uno mismo, con esa desgarrada exhibición de pulsiones que podrían ser consideradas como vergonzosas. Sin embargo, esa es la fuerza -no solo literaria- de la transgresión. La escritora ya afirmaba en La vergüenza: «Siempre he deseado escribir libros de los que me sea imposible hablar a continuación, que hagan que la mirada ajena me resulte insoportable».

Por lo demás, siempre cabe la posibilidad de leer La ocupación como novela; de hecho, en una anterior traducción del libro (que pasó en su día entre nosotros sin pena ni gloria: editorial Herce, 2008) como tal se lo calificaba en la contracubierta («...esta novela de tintes autobiográficos...»). Pero en ese supuesto no solo tendríamos que forzar el texto para entender como ficción novelesca las propias indicaciones de la narradora sobre los cambios que, «por discreción», ha hecho de algunos datos («de iniciales y localizaciones») y su expresa renuncia a recibir informaciones sobre la otra mujer («Declino de antemano las solícitas ofertas de eventuales informadores»), sino que aquella transformación de lo íntimo (la locura de los celos) en sustancia inteligible, y por tanto provechosa, que se le prometía al lector y se presentaba, en suma, como la razón de ser de la obra se evaporaría, quedaría en nada. Así que conviene no olvidar el epígrafe de Paul Auster que encabezaba La vergüenza: «El lenguaje no es la verdad. Es nuestra forma de existir en el universo».