La comedia de Nora

La escritora, guionista y directora de cine Nora Ephron, en su casa de Nueva York en 2010.

La escritora, guionista y directora de cine Nora Ephron, en su casa de Nueva York en 2010. / Lucas Jackson

Emili Piera

Conocí a Nora Ephron como tantos otros, sin saber que era ella, la chica a quien pertenece, como autora, la escena del orgasmo simulado en el restaurante de la película Cuando Harry encontró a Sally. Un trocito de inmortalidad dentro de la implacable máquina de producción del cine USA en el cual los guionistas son como sudorosos obreros en camiseta interior. La realidad última se esconde tras una cadena de simulacros.

La comedia de Nora

La comedia de Nora / porEmiliPiera

Después ya tuve otro vislumbre en un artículo que le publicaron a la Ephron en vísperas de la invasión de Iraq. Allí contaba que cuando era una estudiante entusiasmada por Kennedy, se enteró de que el candidato iba a visitar su comité de apoyo. Vela de armas, una sesión de peluquería seguida por otra de manicura y visita al ropero. Al final se dieron un insípido apretón de manos: ni un beso tasado o, al menos, una mirada de lujuria. Nada. Nora era judía y el patriarca de los Kennedy un mafioso irlandés católico romano.

Con la primera oferta para trabajar en un periódico de su amada New York (donde se instaló en cuanto pudo, y no fue fácil: las señales de tráfico la empujaban hacia New Jersey y su calle la habían tomado los napolitanos porque era Sant Antoni del Porquet), muy pronto, digo, tuvo que dilucidar en lo más profundo de su alma si le gustaba el periodismo o más bien los periodistas. En todo caso antes de huir de un oficio que evolucionaria hacia formas de creciente arrogancia, fanfarronería y sin embargo nula efectividad, adoptó los hábitos insalubres del gremio y la incomparable sensación de alarma y emergencia cinco minutos antes de cerrar la edición: sólo en un submarino alemán se puede vivir algo semejante.

Todo esto lo cuenta la escritora en No me acuerdo de nada, un precioso batiburrillo de textos recuperado por Libros del asteroide.

Humor, ternura, sensualidad

En la pieza que abre la selección lamenta su creciente disposición al olvido y la desmemoria. No era Alzheimer (ni lo que viene antes, si hombre, eso que te dije), sino casi una forma de estar en el mundo. Estuvo en la marcha sobre Washington que a Norman Mailer le dio para un relato de más de 300 páginas en Los ejércitos de la noche, aunque a ella «no le saldrían ni un par de párrafos» y cómo le iban a salir encamada con un abogado casi todo el día.

El caso es que Nora pertenece a esa minoría «de judíos liberales que siguen llamando estudio a lo que el resto de los americanos llama sala de estar».

A los padres, que pillaban alguna colaboración o escribían una comedia de vez en cuando, los consumió el alcohol a distintas velocidades, con más estruendo en el caso de la madre.

Ephron tenía talento y sentido del humor y el guion de su película más conocida lo escribió espoleada por el trauma de verse excluida de la herencia familiar. Se esforzó por tener una familia de consanguíneos y amigos reunidos a la misma mesa, donde sus esfuerzos como repostera no fueron reconocidos, aunque estimularon su interés por comer bien, de ahí la película Julia y Julie.

Quien, poco más que adolescente, fue capaz de hacer «periodismo paródico» en una cabecera de diletantes llamada Monocle, bien se merece la credencial de humorista. Lo era y la comparación con Woody Allen, frecuente e injusta por las dos partes, cada una por motivos diferentes. Nora era menos genial y más combativa, de las de ir a por todas montada en un caballo mongol.

Monocle y otras cabeceras como La peste de Nueva York o Noticias atrasadas también se desvanecieron pero la joven escritora persistió.

En un determinado momento, Nora suelta que Larry King no se ha leído ni un libro en su vida. Con ocho matrimonios –poligamia sucesiva– cómo se iba a adentrar en otra prosa que no fuera la judicial.

En No me acuerdo de nada caricaturiza con habilidad el género de las listas de autoayuda, de buenos deseos, que uno suele colgar de una puerta en vísperas del fin de año. Son listas de inclusiones y exclusiones, de prioridades para amar o detestar muy divertidas y también estremecedoras en algún momento. Mientras tanto nos cuenta los peligros del teflón –el revestimiento de las sartenes– y de las técnicas de elaboración de alguna tarta, no recuerdo cual.

Aunque hija de intelectuales al servicio de Hollywood y de familia impregnada de liberalismo –algo que en los USA te acerca, quieras que no, al mismo Belcebú– tuvo que aceptar labores de ganapán, sufrir la política machista del primer Newsweek donde las becarias estaban básicamente para recibir algún pescozón, reunir recortes de periódicos y comerse los marrones dirigidos al reportero.

El libro, aunque breve o precisamente por ello, nos muestra un personaje que rebosa substancia y sabiduría duramente ganadas. Llega a tener una relación de privilegio –con Dashiell Hammett intercalado–, con la mítica Lillian Pelman, digo Hellman, una relación que concluye porque todo pasa y porque todos somos mortales: cuando la escritora célebre se empeñe en marcar ritmos y hasta inmiscuirse en los problemas conyugales de la joven discípula que también se lleva lo suyo en forma de semillas.

Si Nora Ephron asistiera, aun de lejos, a alguna de las liturgias imbéciles de la política de géneros y los sexos fluidos, habría de concluir, casi con toda seguridad, que nos hace falta follar más y dejar de enredar la carne con los teoremas y la antropología con el lubricante, amen.