Sergio Ramírez: «Estoy exiliado desde la palabra, no desde la acción»

Sergio Ramírez. ALBA VIGARAY

Sergio Ramírez. ALBA VIGARAY / porJUANCRUZ

JUAN CRUZ

Esta paciencia de persona que es Sergio Ramírez afronta desde hace meses el más amargo trago de su vida, el exilio. El segundo exilio. El primero, dice él en esta entrevista, tenía esperanza: la libertad posible de su país, Nicaragua, dominada entonces por una dictadura vitalicia, la de los Somoza. Él contribuyó luego, como vicepresidente, al proceso de revolución que poco a poco fue desacreditando quien había sido su compañero de lucha, Daniel Ortega, que terminó siendo, como aquel Somoza, un dictador con aspiraciones vitalicias. Por lo que escribió Ramírez, sobre todo en Tongolele no sabe bailar (Alfaguara), Ortega, ese dictador patético que dirige los destinos del país que ellos habían liberado, decretó su exclusión del país. Ya en el exilio, que vive en Madrid con su mujer, lejos de sus libros y de los olores y de los libros y de la vida de Nicaragua, ha publicado un nuevo libro de cuentos, Ese día cayó en domingo, que se lee inevitablemente como si fuera (y no lo es, él lo explica) una radiografía sentimental y horrorizada de lo que pasa en el país que lleva en el corazón y en los libros.

«Estoy exiliado desde la palabra, no desde la acción»

«Estoy exiliado desde la palabra, no desde la acción» / porJUANCRUZ

Este libro se lee con serenidad y con rabia. ¿Usted mira la vida desde esa combinación?

La literatura es un asunto de contención. Pero también sirve para contar mi historia. La contención significa tomar distancia, para que los sentimientos no sean tan explícitos y no se contamine la literatura. Uno ha de contar una historia y dejar que sea el lector el que se forme su propio sentimiento. Una de las historias que hay en el libro se llama Antropología de la memoria y se refiere a la masacre de una aldea indígena de Guatemala. Yo leí la noticia y me dije: voy a contar esto, pero desde una perspectiva ajena, como un reportero alejado, que no aparezca en el relato. Esa aparente frialdad es la que tiene que comprometer al lector con lo que se está contando. Es la sensación que quise dar.

Por las fechas que pone al final de los cuentos, se sabe que cuando los escribió aún no era un exiliado. Pero se tiene la sensación de que ha escrito desde lejos y con rabia.

No. Todos estos cuentos son anteriores a mi situación actual. Los escribí en Nicaragua cuando ni siquiera sabía que tendría que irme. Pero, ahora que lo dice: ¿cómo serían estos cuentos escritos desde fuera de Nicaragua? Tal vez diferentes. Quizá la toma de distancia tendría que haber sido doble.

Ahora ya pronuncia la palabra exilio. ¿Sigue sintiendo lo mismo que cuando se fue a Costa Rica por primera vez?

No. Ahora es distinto. Cuando me fui a Costa Rica por primera vez fui a trabajar y luego me fui quedando y luego entré en los planes para derrocar a Somoza y se hizo difícil regresar al país. Por eso llegó el momento en que me consideré un exiliado. Y desde fuera de Nicaragua participé en la lucha contra Somoza. Es decir: mi exilio era activo. Ahora mi exilio no es activo, no tengo proyectos políticos en los que participar. Estoy exiliado desde la palabra, no desde la acción. Y eso ya marca una gran diferencia. La otra diferencia es mi edad: antes tenía proyectos futuros y hoy ya tengo todo atrás. Mi único proyecto es la escritura. Escribir ficción, sobre todo. Hay quien me ha dicho que escriba mis memorias. Pues… no. Porque para eso tendría que revisar mi memoria y… prefiero dedicarme a la ficción.

Pero podría seleccionar solo algunos fogonazos de su memoria.

Es que siempre regresaría a mi memoria literaria y no tanto a la política. Cuando vivíamos en nuestra vieja casa, en Managua, yo decía: pues aquí debería ponerse una placa diciendo que yo viví aquí. Pero… ¡qué pretensioso! (ríe) ¿No? Estaría mejor poner: «Esta casa fue visitada por grandes escritores, como Gabriel García Márquez o Günter Grass». O poner los grandes políticos que también fueron: Olof Palme, Felipe González… Esa gente que forjó el mundo de la segunda parte del siglo XX.

Nombres propios importantes para su vida y la vida literaria.

Sí. Pero tendría que incluir más. Hace poco, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, un señor muy amable de Veracruz me dijo: usted es el único que puede escribir un libro sobre Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, García Márquez y Julio Cortázar. Pues… sí. Los conocí bien y han influido en mi literatura.

¿Cómo haría ese libro?

No lo sé. Tal vez contaría mi relación personal con ellos. También me fijaría en la visión o la relación que tuvo cada uno con el poder. En el caso de ellos eso es interesante. A Gabo se le relaciona mucho con Fidel Castro, pero yo siempre le decía que él era el único jefe de Estado que continuaba, porque todos los demás pasaban y él permanecía (ríe). Todo el mundo lo buscaba para tomarse una foto. Vargas Llosa fue a Nicaragua desde otra perspectiva, siempre crítico con la Revolución. En cambio, Cortázar era muy inocente en política y… Bueno: ¡contaría cosas así! Pero no lo sé bien.

¿Ahora comprende las críticas que hacía Vargas Llosa a la Revolución de Nicaragua?

Sí, claro. He comprendido su disidencia como comprendí la disidencia de Octavio Paz, que también fue muy crítico con nosotros. Chocamos con Paz, pero… luego hubo un punto de encuentro. Nos encontramos y llegamos a un punto medio. Porque la verdadera lucha es entre autoritarismo y democracia.

¿Las opiniones políticas de los escritores afectan a la relación literaria entre ellos?

Sí. Porque se forman bandos irreconciliables y eso antepone también una distancia literaria. Pero yo sabía que, si alguien estaba en contra de la Revolución, al mismo tiempo podía ser un gran escritor. Yo creo que nunca llegué a decir: este escritor que está en contra de la Revolución no sirve. Pero… muchos no separaban una cosa de otra y por eso se rompían amistades.

Eso es algo que luego se convierte en una herida de la memoria.

Sí. Porque perder a un amigo por eso, pues… Mire: yo creo que hoy las posiciones políticas pesan menos, pero porque los escritores son más cuidadosos al expresarse públicamente, no por otra cosa. O porque antes había dos posiciones, derecha o izquierda, y ahora hay muchas más. O más matices que se toman en cuenta. No lo sé, estoy improvisando una explicación. Necesitaría pensarlo más. Hoy si alguien está contra Ortega no necesariamente está a favor del Imperialismo, ¿no? Creo que eso se entiende mejor ahora que antes.

¿Ve esos matices con los actuales presidentes latinoamericanos?

Sí. Ahora con Lula es muy difícil saber cómo le irá a Brasil, porque ha llegado al poder con una alianza muy diversa, que va desde la izquierda hasta la derecha y, además, no tiene mayoría parlamentaria. El eje Ortega-Maduro-Díaz Canel ya sabemos qué tipo de políticos son. Y el mexicano López Obrador, el colombiano Petro y el argentino Fernández, también.

Volvamos al libro. Aquí hay cuentos que son nudos en la garganta, pero también hay fábulas. ¿En qué punto se encuentran esos extremos?

Lo que uno escribe luego alguien lo lee y lo interpreta de una manera o de otra. Ayer alguien me hablaba del primer cuento del libro, que yo escribí sin la más mínima intención política, pero una persona me dijo: ¡qué buen retrato de lo que fue la sociedad algodonera nicaragüense de los años cincuenta! Bueno, esa es su lectura. Pero yo solo quería contar la historia de una mujer condenada a hacer crucigramas el resto de su vida porque el marido con el que se fugó tiene una amante. Él vio otra cosa. Pues… ¡qué bien!

¿Y encontró elementos que sirven para hablar del poder hoy?

Sí. Porque el poder que no es democrático no cambia sus reglas. Son siempre las mismas.

¿Cómo nace un cuento como Ese día cayó en domingo, que da título al libro?

Es un cuento que surge de una metáfora de mi propia infancia. Así como muchos niños viven apegados al fútbol, yo vivía apegado al béisbol. Recuerdo que por las noches me quedaba pegado a la radio, escuchando los partidos de las Grandes Ligas. Y a veces mis tíos me llevaban al estadio en Managua… No se me olvida la vez que le ganamos a Cuba, que era imbatible. ¡Hace 50 años ya! Esa victoria fue una reivindicación del país. Aunque la verdad es que la selección de Nicaragua nunca ha sido tan buena como la gente piensa (ríe).

Sergio Ramírez  Ese día cayó en domingo  Alfaguara  216 páginas, 18,90 euros

Sergio Ramírez Ese día cayó en domingo Alfaguara 216 páginas, 18,90 euros

Todos estos cuentos tienen que ver con la vida, aunque sean ficción. Pienso, por ejemplo, en el que aparece Ríos Montt, aquel asesino fue presidente de Guatemala.

Antropología de la memoria, sí. Le decía al principio que ese lo escribí como si fuera un reportero que está narrando los hechos que ocurrieron. El cuento se cierra con las encuestas que dicen que la hija de Ríos Montt puede llegar a ser presidente de Guatemala. Como para cerrar un círculo diabólico, ¿no?

Bueno, lo mismo se dijo de la hija de Fujimori en Perú.

Y todavía puede ser presidenta.

¡Qué escalofrío!

Sí, sí. Y con escalofrío cierro yo ese cuento. La hija de Ríos Montt es popular solo por el apellido. La hija de Fujimori, igual.

En definitiva, en estos cuentos hay maldad, ruindad… La realidad latinoamericana.

Es que es nuestra realidad la que nos dicta las historias. Y ya sea en México o en Nicaragua o en Perú o en Argentina… ocurre prácticamente lo mismo. A ver si ahora que estoy aquí escribo de otras cosas (ríe). A ver si hago algún cuento español.

¿Qué le sorprende o le interesa de este país en el que ahora vive?

Todavía es muy temprano para decirlo. Llevo aquí poco más de un año, pero la vida urbana de Madrid está siendo una gran experiencia. Porque no había vivido tanto tiempo en una ciudad. En Berlín viví dos años, pero era otra época. Ahora, aquí, hay que subirse a autobuses, sortear aglomeraciones, comprar en el supermercado… cosas que yo no hacía en Nicaragua. A mí me gusta escuchar lo que dice la gente en el autobús, en las colas, en los restaurantes… eso me está dando una atmósfera con la que tal vez luego pueda escribir una historia.

Es una ciudad rodeada por España. ¿Cómo ve a ese país?

A mí me encanta el interior de España. Me está gustando mucho recorrerlo en tren. Sería muy pretencioso decir algo sobre España en este momento. Dentro de unos años me lo vuelve a preguntar y espero que ya pueda decirle algo concreto.