DIME QUE ME LEES

Cartas eróticas

Fragmento de la carta manuscrita de Goya que no ha encontrado comprador.

Fragmento de la carta manuscrita de Goya que no ha encontrado comprador.

Manuel Peris

A veces la mercadotecnia le hace un flaco favor al producto. Cuando intuimos que se pasa de rosca, desconfiamos y corremos el riesgo de quedarnos sólo con las hojas y perdernos el sabroso rábano. Éste se vende con la percha publicitaria de «el libro perfecto para los amantes en San Valentín». La portada, de tonos rosáceos y floripondios con una abeja en actitud libatoria, también puede provocar el efecto de un perfume pesado y echar un poco para atrás. Aunque el título es escueto, Cartas eróticas, el subtítulo sintoniza demasiado con el pastelón de la portada: Las joyas epistolares más íntimas y pasionales de las grandes figuras de la historia. Y, sin embargo, a pesar de todo, estamos ante un buen libro. Publicado por Penguin Random House, la edición y las notas que acompañan a esta selección de cartas es obra del escritor Nicolas Bersihand, un especialista en el género epistolar.

Lógicamente, los autores aquí reunidos son en su mayoría escritores: Rilke, Virginia Woolf, Diderot, Pardo Bazán, Pérez Galdós, Maupassant, Flaubert, Stendhal, George Sand, Apollinaire, Emily Dickinson, D’Annunzio… Pero también hay pintores como Delacroix, un Goya de amor oscuro, o un pedófilo Gauguin; músicos como Mozart, Chaikovski, o Wagner; políticos como Franklin, Aleksandra Kolontai, Napoleón Bonaparte, o Simón Bolívar; e incluso reyes como Alejandro II y Catalina de Rusia, el también felón en el amor Fernando VII y un Luis I de España, que escribe unas descacharrantes misivas a Felipe V.

Además de introducir cada carta con un breve y contextualizador comentario, Bersihand ha tenido el acierto de no ordenar la correspondencia por autores y ha preferido presentarla siguiendo una secuencia temporal: preludio, desarrollo y coda de la consumación erótica. Una estructura con la que consigue darle mayor agilidad y variedad al texto y que también le permite diluir la por tantas cosas extraordinaria correspondencia de Guillaume Apollinaire con su amante Lou -a la que llega a manifestarle los celos que tiene de su dedo- y que recorre toda la antología.

La lectura del libro resulta no sólo curiosa, o agradable, sino en ocasiones muy esclarecedora, como bien saben los autores de biografías y los aficionados al género. En cualquier caso, lo mejor de esta correspondencia es, sin duda, la belleza de algunas de las cartas. No me resisto a citar una misiva de la escritora inglesa Renée Vivien a Kerimé, esposa de un diplomático turco: «Mi querida zozobra, no deseo otra cosa que abrasarme los labios con tu primer beso…» Ni tampoco la de Mary Wollstonecraft, la autora de Vindicación de los derechos de la mujer a su ocasional amante Gilbert Imlay: «¡Ah!, amigo mío, no conoces el inefable deleite, el exquisito placer que surge de la unión de afecto y deseo…».