DIME QUE ME LEES

El olor del oficio

Manuel Peris

Los miles de lectores de Pierre Lemaitre estarán contentos y los que aún no lo son, tienen un nuevo motivo para serlo. Salamandra acaba de publicar El ancho mundo, novela con la que abre un nuevo ciclo que sigue a su trilogía Los hijos del desastre: Nos vemos allá arriba (Premio Goncourt 2013), Los colores del incendio y El espejo de nuestras penas.

En El ancho mundo, Lemaitre hace reaparecer de forma tan sigilosa como sorprendente a más de un personaje de dicha trilogía. Es toda una declaración de intenciones.

Con ella, el autor reafirma su voluntad de sobrevolar a través de una larga serie novelesca todo el siglo veinte.

Lemaitre ha hablado de feuilleter (hojear) el siglo, porque dice que no tiene la ambición de narrarlo y que sólo trata de arrojar luz sobre algunos aspectos de él a lo largo del tiempo. Y también habla de feuilletonner, porque quiere que cada novela se lea como un folletón y que la suma de todas ellas se convierta en una serie.

Bien entendido que el folletón no tiene en Francia una connotación tan despectiva como en España, a pesar de contar con un Galdós y un Blasco Ibáñez.

Allí se inscribe en una respetable tradición de la que participan Balzac, Dumas, Flaubert, o Zola, que, como Dostoievski, Tolstoi o Dickens, publicaron por entregas sus novelas en los periódicos.

La acción de El ancho mundo transcurre en 1948, entre Beirut, París y Saigón, con la guerra de Indochina de fondo y una familia, los Pelletier, como protagonista.

Y como en todo folletón, en éste también hay crímenes, amores y muchas ambiciones.

Todo el relato está salpicado por la corrupción y la estafa.

Dos de las formas más genuinas de acumulación del capital que luego posibilita prósperos y respetables negocios.

Lemaitre abrió su primera novela, Irène en la traducción española, con una frase de Roland Barthes: «el escritor es alguien que ordena las citas quitando las comillas».

Aquí, en El ancho mundo, hay referencias, más o menos camufladas, a Balzac, a Proust, a Le Carré, a Melville… y cómo no, a un Georges Simenon que fue periodista antes que escritor.

Ahora, también la crónica de sucesos de los periódicos de la época ha inspirado muchos pasajes de esta novela.

Y precisamente en la crónica de sucesos se inicia como reportero François Pelletier, uno de sus protagonistas.

Lo hace a escondidas de una madre que considera el periodismo uno de los oficios más vergonzosos e infames, una profesión de borrachos.

Sin embargo, François Pelletier ha quedado cautivado por el olor del oficio, el perfume de la tinta y del papel, la esencia del periódico. Seguro que le vemos en una nueva entrega de Lemaitre, un maestro del folletón.