Un testamento vital

El poeta gijonés David González nos regala el poemario póstumo La canción de la luciérnaga, obra escrita ante la inminencia de la muerte

David González.

David González. / porEduardoBoix

Eduardo Boix

La mayoría de las veces la muerte nos pilla con el paso cambiado. Aunque sepamos o seamos conscientes de que la persona que queremos se va a ir, el dolor que produce su partida es indescriptible. Algo se rompe dentro de los que amamos, como si un cordón umbilical nos lo destruyeran a dentelladas. Algunas personas, ante su marcha inminente, realizan gestos para dejar huella, no hay nada más terrible que la insignificancia, el pasar por la vida de puntillas y no dejar huella. Ya lo dijo Jaime Gil de Biedma en su célebre poema No volveré a ser joven: «Dejar huella quería / Y marcharme entre aplausos…»

La canción de la luciérnaga, de David González, publicado por Páramo, no es solo el poemario póstumo de un poeta que nos ha dejado huella a tantos, es la carta de despedida de un amigo al que he querido mucho. Este poemario breve, pero con la intensidad propia de un autor vitalista que se bebió la vida, es su testamento o más bien la poética que podría ser el cierre a toda una obra que ha abierto caminos a los que hemos venido detrás. El libro se abre con un poema titulado Causa perdida que es toda una declaración de intenciones: «La de David González / es una causa perdida / contra mil años / de cuentos de hadas. // Pero una causa, Ainhoa, / no está perdida /h asta que nadie / lucha por ella».

Obra escrita tal vez ante la inminencia de la muerte, con la prisa de un autor que, con la conciencia de que fueran sus últimas palabras, despliega todo su potencial poético y artístico. David González, que siempre se definió como un autor de no ficción, fue considerado un referente dentro del realismo sucio español. Tal vez es algo más que todo eso: un poeta que ha llevado la verdad por bandera y que ha retratado el alma humana sin dobleces. Este corto poemario, que tan solo contiene treinta poemas, es el alma de David. Abriéndose en canal, utiliza estos textos como una expiación y un recuento de su vida, como en el poema Ballenas francas glaciares: «Luego de cuarenta años / así me encontrarás: // varado / como una ballena franca glaciar / en la orilla de la playa de los veranos / en los que tan felices fuimos, / los del 82 y 83, / esperando a que alguien / quien sea, / me devuelva el océano infinito de tu amor / antes de que me quede / sin oxígeno / en el corazón».

Miguel de Unamuno.

David González La canción de la luciérnaga Editorial Páramo 68 páginas / 12 euros / porEduardoBoix

David, poeta y amigo, o amigo y poeta, el orden no altera el producto, nos ha dejado un agujero del tamaño de un obús. En sus últimas semanas nos ha dejado un testamento vital en formato de vídeos, donde hacía un repaso a su vida y obra. Con La canción de la luciérnaga nos da la última lección de vida, donde la resistencia forma parte de su día a día. El poema que cierra el libro, La última palabra, nos lo indica: «Cuando la vida / se te pone en contra, / y pensar en luchar contra ella / no es más que otra de esas utopías, / solo la muerte / tiene la última palabra // Solo la muerte, repito, /tiene la última palabra. // La palabra / que cierre / el último poema. //Fin».

Aún con la emoción de la despedida, con el regusto amargo del adiós al amigo, debo decir que estamos ante el cierre de una de las obras poéticas más personales de la historia reciente. La canción de la luciérnaga es como un álbum familiar que queda para ser repasado, en el que nos habla el pasado y nos muestra cómo debemos afrontar el presente. Vamos a sentir la ausencia de David, pero no solo por la amistad que manteníamos, sino porque su fuerza nos empujaba a todos. Tal vez se ha convertido en una estrella fugaz y seguiremos siguiendo su estela, aunque no esté.