Las grandes oleadas migratorias provocadas por las hambrunas, las enfermedades o las guerras siempre han estado presentes en la literatura, nunca le han sido ajenas, y ya constaban en la Biblia, que dedicó un libro entero al éxodo del pueblo hebreo. Ahora las librerías se han llenado de obras que estudian este fenómeno desde diferentes ángulos –principalmente el sociológico y el económico–, y lo vemos en el clásico Éxodos, de Sebastião Salgado, donde analiza a exiliados, emigrantes y refugiados en varios momentos históricos. O en los estudios más candentes de Sami Naïr, Refugiados frente a la catástrofe humanitaria, y Extraños llamando a la puerta, de Zygmunt Bauman.

Youssed el Maimouni Nadie salva a las rosas Roca Editorial 320 páginas / 19,90 euros porAlejandroM.Gallo

Los conflictos bélicos de la actualidad han tenidos su reflejo en diversas obras. Así, podríamos citar sobre el éxodo de Siria, Un autobús verde sale de Alepo, de Jan Dost, y El apicultor de Alepo, de Christy Lefteri. Del conflicto en Afganistán tenemos Flores para Ariana, de Antonio Pampliega. El problema kurdo se reflejó en Sin más amigos que las montañas, de Behrouz Boochani. Y de los mares como ruta del exilio, Océanos sin ley, de Ian Ubina, y Mediterráneo. El naufragio de Europa, de Javier de Lucas.

En nuestro país, el éxodo siempre estuvo presente a raíz de la Guerra Civil y la emigración a los países europeos durante la década de los sesenta buscando mejores condiciones de trabajo. Sin embargo, el éxodo actual que más se refleja en la literatura es el del Magreb a Europa. Antonio Lozano (1956-2019) fue uno de los autores españoles que más exploró ese fenómeno en sus novelas: Donde mueren los ríos, Me llamo Suleimán, Un largo sueño en Tánger y su multipremiada Harraga. Lozano siempre cruzó los andamios de la novela negra con la reflexión moral, casi filosófica, para plantear cuestiones vitales sobre la inmigración. También analizó estas cuestiones José María Deira con Las espinas del Edén, donde exploró la brutal realidad en los países europeos para los inmigrantes sin papeles. Andrea Camilleri, desde Sicilia, nos dejó muestras de esa emigración en diferentes obras, y llegó a definirla como la fuerza que gira los goznes de la Historia en sentido contrario. Petros Márkaris lo reflejó en La muerte de Ulises y, más en concreto, en Tres días, donde hacía referencia a las migraciones forzosas de los griegos en el siglo XX. La francesa Dominique Manotti se ha sumergido en este fenómeno en Oro negro y en Marsella 73, donde cruza la inmigración argelina y la violencia racista. Si la problemática se centra en Marsella, no podemos olvidarnos de Jean-Claude Izzo (1945-2000) y Total Kheops, donde plasmó la situación de una forma brutal:

–En mi casa, en casa de Fabio, se habla napolitano. En tu casa habláis español. En clase aprendemos inglés. Pero, al final, ¿qué somos?

–Pues moros, está claro –respondió Manu.

Ahora nos llega Nadie salva a las rosas, la segunda novela de Youssef el Maimouni (Ksar el Kebir, 1981). En ella utiliza el asesinato de Rihanna a las afueras de Barcelona para reconstruir la vida de esos menores no acompañados que entran de forma ilegal en el territorio nacional y las autoridades los alojan en centros especiales hasta los dieciséis años, para dejarlos después a su suerte en las calles de la ciudad, donde el consumo de disolvente y diazepam es lo habitual para ellos. En esta novela, los Mossos d’Esquadra investigan el crimen, pero carecen de pistas y no obtienen colaboración de las personas que conocían a la víctima. De ahí que Marina y Yusuf, amistades de Rihanna, comiencen una investigación paralela que les llevará de Barcelona a Casablanca, con estancias en Tánger, una ciudad que aman y odian por igual. En esas pesquisas que reconstruyen su vida no escasean las sorpresas, pues comprueban que los necesitados son invisibles, un estorbo, hasta una lacra. Además, nos presentan una Barcelona hipócrita y cruel, empezando por su mandataria, a la que uno de los personajes le lanza: «Me pregunto qué es para ella hacer ‘todo lo posible’».

El resumen de esta dura novela es que las vidas y muertes de los inmigrantes son « Una mierda de final para una mierda de vida» (p. 64).